8: Berlín

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La llegada al Zoofenster Hotel en Berlín fue caótica, con una multitud de periodistas agolpándose frente a la entrada. Chiara, aún agotada por el vuelo, se encontraba en medio de la vorágine mediática, pero mantenía la compostura. Violeta, siempre alerta, la sujetaba del brazo con firmeza, tratando de protegerla de los flashes y las preguntas invasivas.

—Chiara, ¿qué hay de Marta? ¿Qué hay de vuestra relación? ¿Por qué crees que va diciendo por ahí que te comportaste mal con ella? —preguntó uno de los periodistas, abriéndose paso entre la multitud.

Chiara se detuvo un momento, respiró hondo y, con una sonrisa profesional, contestó:

—Marta y yo nos conocimos una noche, pero no hay nada más que contar. No hay relación alguna.

Los murmullos se intensificaron entre los reporteros, y antes de que alguien pudiera lanzar otra pregunta, una periodista en el fondo se atrevió a hablar:

—Parece que su guardaespaldas está siempre muy cerca de usted, ¿es verdad lo que dicen? Que nunca la deja sola. ¿Mera profesionalidad o hay algo más?

Chiara se giró hacia Violeta, observando su reacción. Violeta, que normalmente mantenía una expresión estoica, no pudo evitar reírse un poco, algo que sorprendió a Chiara y al resto de los presentes.

—¿Tú qué dices, Violeta? —le preguntó Chiara, bromeando.

Violeta solo sonrió y tiró suavemente de Chiara para sacarla del embrollo mediático, conduciéndola con determinación hacia el hotel. Chiara, divertida, saludó a los periodistas con una mano en alto antes de entrar, y una vez dentro, se rio a carcajadas.

—Te has puesto roja —se burló, lanzándole una mirada juguetona—. La próxima vez puedes contestar en vez de reírte, porque si no, solo vas a provocar más rumores.

—No se me da bien hablar a las cámaras —respondió Violeta, con una media sonrisa—. Mejor la próxima vez que pregunten, saco la pistola y listo.

Chiara soltó una carcajada y negó con la cabeza.

—Vamos, sube conmigo a la habitación —dijo Chiara con un tono que mezclaba determinación y algo más suave, casi vulnerable.

Violeta la miró con desconfianza, manteniéndose firme.

—Es una mala idea, Chiara —advirtió, pero la artista no cedía.

—Insisto, tengo algo importante para ti.

Finalmente, Violeta aceptó y la siguió hacia la suite presidencial de Chiara. Al abrir la puerta, lo que Violeta vio la dejó sin palabras. Allí, de pie en el centro de la habitación, estaba su hermana Tana, con una sonrisa radiante. Violeta se quedó paralizada por un segundo, antes de caer de rodillas, las lágrimas brotando sin control. Tana corrió hacia ella, rodeándola con los brazos en un abrazo cálido y reconfortante.

—Todo esto es gracias a Chiara —dijo Tana, acariciando el cabello de su hermana—. Me ha pagado las dos noches en Berlín y los vuelos de ida y vuelta a Granada. Me quedaré aquí contigo estos días.

Violeta rio entre lágrimas, abrazando a su hermana con más fuerza. Chiara observaba la escena a la distancia, una mezcla de ternura y dolor agolpándose también en sus ojos. No estaba acostumbrada a ver a Violeta llorar. De hecho, era la primera vez que la veía hacerlo. 

—No lloro por eso —bromeó, secándose las lágrimas—. Lloro porque ahora tengo dos personas a las que proteger, no solo a una.

Las tres rieron, el momento cargado de una alegría y emoción que Violeta rara vez permitía mostrar.

CONDENA Y TULIPANES - KIVIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora