30: Frutas enteras

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Chiara se miraba al espejo de los camerinos. Con un body negro que realzaba sus pechos y una falda de volantes rosa, hizo descender sus manos por su cuerpo lentamente. Se mordió el labio imaginando que había reservado ese conjunto para el último día de conciertos fuera de España. Esperaba que su novia la mirara con ojos felinos desde camerinos, que deseara tocarla y hacer de esa noche en Londres, una noche tan especial como especial se sentía ella cuando las manos de Violeta la tocaban. 

Suspiró. Y una lágrima se arremolinó en sus ojos, oscureciendo sus iris. Se la secó antes de que pudiera estropearle el maquillaje y fingió entereza cuando unos suaves golpes en la puerta de su camerino hicieron que se moviera incómoda frente al espejo. 

―Chiara, sales en diez minutos. 

Ella fingió una sonrisa. Martin se dio cuenta de que su estado de ánimo no hacía más que empeorar y se acercó a ella, en vez de irse, sacando una brocha de su cinturón, haciendo que Chiara cerrara los ojos instintivamente. 

―Sé que es duro, amor ―comenzó diciendo. ―Pero sé que Violeta está igual que tú. Y eso significa que vuestros sentimientos no han cambiado. 

La cantante sentía cómo se iba formando un nudo en su garganta. Nudo que no se veía capaz de ignorar cuando saliera al escenario y cantara alguna de sus canciones más tristes. Parecía que esa iba a ser su condena: cantar Tulipanes con un remolino en el fondo de su garganta. ¿Superaría alguna vez a Violeta? 

―¿Y si no nos merecemos, Martin? 

―¿Por qué crees eso? ―inquirió el chico, retirando la brocha para que Chiara abriera los ojos. 

―No pertenecemos a los mismos mundos. 

―¿Sabes cuál es el objetivo del amor? ―Martin apretó una sonrisa. ―Coexistir en el mundo del otro. No somos medias naranjas, Kiki. Somos frutas enteras. Quizás, ni siquiera somos naranjas. A lo mejor tú eres un limón y Violeta es una pera. ¡O vete tú a saber! A lo mejor sois papayas o frutas de la pasión. ―Provocó cierta risa genuina en la cantante, que se imaginó una papaya con los ojos de Violeta. ―Créeme. Por favor, Kiki. Somos personas independientes que encajamos con nuestras almas gemelas. Y yo sí creo en las almas gemelas. En lo que no creo es en las medias naranjas. Y Violeta y tú sois eso, almas gemelas. Se os ve en los ojos. Y los ojos nunca mienten.

Chiara se mordió el interior del labio y suspiró, sintiendo una fuerte corriente eléctrica de nerviosismo azotándole en el estómago. Una sensación de urgencia le recorrió la piel.

―¿Qué hago, Martin? 

―Amor, ahora das un conciertazo. Es tu primer concierto en Londres ―comentaba el maquillador, guardando la brocha y tendiéndole la mano a Chiara para salir del camerino. ―Luego, vas a recuperar a tu chica. 

―¿Y cómo lo hago?

―Habla con ella. Al fin y al cabo, Noemí podrá despedirla como guardaespaldas, pero lo que tú hagas con tu vida privada no consta en ninguna cláusula del contrato. Mañana volaremos a Barcelona y allí mismo puedes reencontrarte con ella. ¿Me entiendes o no? 

Chiara asintió levemente con la cabeza. Pues sí. Apenas quedaban unas horas fuera de España y Violeta volaría a Madrid la misma mañana que ellos volaban a Barcelona para dar por finalizada la gira europea con un último concierto en la capital catalana. No era tan traumático, ¿no? Una semana separadas, quizás, tal vez, solo unos días más. Y luego podrían dar rienda suelta a su amor, acostarse y levantarse juntas, ir a restaurantes, a miradores, a monumentos... Cogidas de la mano. 

Como se merecían ese limón y esa pera. Una nueva sonrisa hizo a Martin sentirse orgulloso.  

―Vamos, ahora sal ahí y dales caña. Demuéstrale a esos guiris tu parte española. Tortilla over fish and chips! 

CONDENA Y TULIPANES - KIVIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora