𝗢𝟲.⠀𝗰𝗿𝗶𝗺𝗲𝗻 𝘆 𝗽𝗹𝗮𝗰𝗲𝗿.

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⠀La decisión estaba tomada

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La decisión estaba tomada. Ya no había marcha atrás. Había una calma extraña cuando Lyle y Erik caminaron hacia la tienda de armas en un barrio discreto de Los Ángeles. Parecía un día normal, como cualquier otro. El cielo estaba despejado, y la ciudad bullía con la energía de la gente que continuaba con sus rutinas, ajenos a la tragedia que se avecinaba.

La tienda de armas olía a metal y pólvora. El dependiente los miró con indiferencia cuando entraron, acostumbrado a la variedad de clientes que venían buscando armas por diferentes razones. Lyle y Erik pidieron lo que buscaban sin titubear; dos escopetas. En realidad no les importaba mucho la elección del arma, solo querían hacerlo.

—¿Día de cacería? —preguntó el joven detrás del mostrador.

—Sí, ya sabes, se acerca el día de gracias. —contestó Lyle, mirando a su hermano menor que permanecía en silencio.

El proceso de compra fue mecánico. Firmaron los papeles y dieron sus nombres sin vacilación, como si estuvieran comprando cualquier objeto cotidiano.

Cuando salieron de la tienda, guardaron en el maletero del coche las escopetas envueltas y en el resto del camino hacia casa, no intercambiaron palabras. Lyle iba tarareando las canciones que resonaban en la radio, y Erik miraba por la ventana su alrededor.

La casa Menendez estaba vacía. Cuando el sonido del coche de su padre llegó a la entrada, sus corazones se aceleraron. Lyle miró a Erik, quien asintió con los ojos fríos. Las armas estaban listas, ocultas detrás del sofá. Su padre entró en la casa sin sospechar nada. Estaba agotado, irritado, probablemente con otra serie de insultos y quejas preparados en su cabeza para lanzarlos en cuanto los viera.

Pero no tuvo tiempo. Apenas había cruzado el umbral del salón cuando Lyle, sin decir una palabra, levantó la escopeta y apretó el gatillo. El estallido fue ensordecedor. El hombre cayó al suelo de inmediato, con un agujero abierto decorando su pecho. Su cuerpo empezó a convulsionar brevemente antes de quedar inmóvil, muriendo finalmente. Erik, con la otra escopeta en mano, avanzó hacia su madre, quien había regresado poco después. La encontró en el pasillo, confundida por el estruendo.

—¿Qué demonios están haciendo? —fue lo último que dijo antes de que Erik, con lágrimas contenidas, disparara.

El cuerpo de Kitty se desplomó, la sangre empapando el suelo bajo ella, un contraste violento contra la alfombra de lujo. Los hermanos se quedaron en silencio, mientras observaban el cuerpo de su madre convulsionar, hasta que se detuvo con el último suspiro. El silencio que siguió fue aterrador. Los disparos habían dejado un eco que aún resonaba en las paredes, pero la casa, por primera vez en años, estaba libre de la sombra opresiva de sus padres.

Los hermanos se miraron, jadeando agitados. Había una mezcla de shock y alivio en sus ojos, pero también un abismo de vacío. Lyle fue el primero en moverse. Sin decir nada, limpió la sangre de sus manos en sus jeans y fue hacia el teléfono.

angel⠀✶⠀lyle menendezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora