Terapia

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El salón donde se realizaba la terapia grupal estaba lleno de una luz tenue y tranquila, diseñada para que cualquiera que entrara allí sintiera una especie de paz. Para James, ese lugar no ofrecía mucha paz. Ya había estado asistiendo a las sesiones durante meses, pero aún no se sentía completamente cómodo. Las sillas estaban dispuestas en un círculo, y el grupo, compuesto por otros adolescentes que como él, siempre llegaba con la misma energía: tensa y silenciosa.

James estaba sentado en su silla habitual, en la esquina más alejada de la puerta. Era su forma de evitar la atención no deseada. No le gustaba compartir cosas de su vida, pero sabía que tenía que estar allí. De alguna manera, esos silencios compartidos entre los demás le hacían sentir un poco menos solo. Hoy, sin embargo, había algo diferente. Una nueva persona había entrado al salón.

Era un chico nuevo, con el cabello claro que caía un poco desordenado sobre la frente, vestía un cardigan verde demasiado grande para su cuerpo delgado. Se sentó cerca de la puerta, pero aún dentro del círculo, manteniendo la mirada baja y las manos entrelazadas en su regazo. James lo observó de reojo mientras el coordinador del grupo, un hombre mayor llamado Paul, comenzaba la sesión.

—Bien, chicos, hoy tenemos a alguien nuevo —Dijo Paul, con su voz calmada y profesional de siempre—. Morgie, ¿te gustaría presentarte y decir algo sobre ti?

El chico levantó la mirada brevemente, sus ojos color avellana observando a todos por un segundo antes de que volviera a bajar la cabeza. James podía notar el nerviosismo en su postura, la manera en que sus dedos jugaban con la tela del cardigan.

—Soy Morgie —Dijo con voz suave y apenas audible—. Mi mamá pensó que esto me ayudaría.

No añadió nada más. James podía entender esa sensación. Al principio, él también había sido reacio a hablar. ¿Qué sentido tiene contar su historia a completos desconocidos cuando ni siquiera podía explicar completamente lo que sentía?

La sesión continuó, pero James seguía mirando a Morgie de vez en cuando. Había algo en su forma de estar allí, en su silencio, que le resultaba... familiar. Como si el peso que cargaba fuera parecido al suyo. Como si el dolor que Morgie intentaba esconder estuviera tan presente como el de James.

Al final de la sesión, la mayoría de los chicos se levantaron para irse. Algunos se quedaban para hablar con Paul, otros simplemente se dirigían a la salida en silencio. James normalmente era de los primeros en salir, pero esta vez se quedó un poco más. Algo lo impulsaba a acercarse a Morgie, aunque no sabía bien por qué.

Morgie estaba recogiendo su mochila cuando James dio un paso hacia él, sin saber exactamente qué decir.

—Primera vez aquí, ¿eh? —Dijo James, sintiendo lo torpe de su propia voz. No era alguien que iniciara conversaciones fácilmente.

Morgie levantó la mirada, sorprendido. Asintió, pero no dijo nada al principio. El silencio entre ambos se prolongó un poco antes de que Morgie finalmente hablara.

—Sí... —Murmuró, desviando la mirada nuevamente—. ¿Llevas mucho tiempo viniendo?

James se encogió de hombros.

—Algunos meses. Mi madre también cree que esto me va a ayudar —Dijo con una sonrisa amarga.

Morgie dejó escapar una risa nerviosa, aunque no sonaba divertida, sino más como una reacción automática.

—Parece que nuestras madres tienen el mismo plan, entonces.

Hubo una pausa, y James se dio cuenta de que no quería que la conversación terminara ahí. Había algo en Morgie que le hacía sentir menos solo. Como si ambos compartieran algo que el resto del mundo no entendía.

—¿Cómo... cómo te sientes? —preguntó James, casi sin querer sonar tan directo, pero sabiendo que en un lugar como ese, no había mucho espacio para rodeos.

Morgie lo miró por un momento, como si no estuviera seguro de cómo responder. Luego, soltó un suspiro.

—No lo sé. —Su voz sonaba frágil, casi quebrada—. Como si no tuviera sentido... estar aquí, hacer todo esto. Es como si nada importara de verdad.

James asintió lentamente. Esas palabras resonaban con él. Había sentido lo mismo, lo seguía sintiendo, pero por algún motivo, seguía volviendo a esa sala de terapia. Algo lo mantenía allí.

—Sí, lo entiendo. —Su voz también era baja, como si estuviera admitiendo algo difícil—. Pero supongo que estamos aquí porque... alguien cree que sí importa.

Morgie lo miró directamente por primera vez, sus ojos llenos de una mezcla de curiosidad,  pero con un toque de tristeza. Como si estuviera buscando una respuesta que nadie le había dado antes.

—¿Y tú lo crees? —Preguntó en voz baja, casi como un susurro, subiendo una mano a cómodas su flequillo. La manga del cardigan bajó un poco y James notó parte del vendaje en su muñeca.

James se tomó un momento para pensar en su respuesta. No quería mentir. No quería decirle a Morgie algo solo para hacerlo sentir mejor.

—No siempre —Admitió finalmente—. Pero... algunos días, creo que tal vez, solo tal vez, podría encontrar algo que importe. Algo que me haga querer seguir.

Morgie lo miró fijamente, procesando esas palabras. Luego asintió, como si eso fuera suficiente por ahora.

—Supongo que eso es algo —Él murmuró.

Los dos se quedaron en silencio por unos segundos más, pero esta vez no era incómodo. Había algo en ese silencio que los conectaba, algo que no necesitaba palabras para ser entendido.

James finalmente se movió, ajustando la correa de su mochila sobre su hombro.

—¿Nos vemos la próxima semana? —Preguntó con un tono un poco más ligero, aunque todavía cauteloso.

Morgie esbozó una pequeña sonrisa, apenas perceptible, pero estaba ahí.

—Sí. Nos vemos.

Mientras James salía del salón, sintió una extraña sensación en su pecho. No era alegría, ni alivio, pero algo en esa breve interacción con Morgie le había dado un destello de esperanza. Una chispa diminuta, pero presente. Tal vez, solo tal vez, las cosas no siempre serían tan oscuras.

SerpentHookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora