Mordidas

227 17 12
                                    

La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por la tenue luz de la luna que se colaba a través de las cortinas mal cerradas. El silencio era absoluto, roto únicamente por las respiraciones entrecortadas y el crujido suave de las sábanas mientras se enredaban bajo los cuerpos inquietos de James y Morgie.

Había una electricidad en el aire, una sensación de pasión que había ido creciendo entre ellos durante las últimas tres semanas. La intimidad que compartían había ido más allá de lo físico, pero esa noche, algo cambió. Había una urgencia en sus gestos, en la manera en que se buscaban con las manos, los labios, los cuerpos.

James, actuando atento y cuidadoso, se inclinó sobre Morgie, sus labios encontrando los del brujo en un beso cargado de deseo y dulzura a la vez. Cada roce de su piel contra la de Morgie encendía una chispa, cada suspiro que escapaba de sus labios alimentaba las llamas de pasión que ambos habían intentado contener durante tanto tiempo.

Pero aquella noche no había contención. Había entrega pura.

Morgie, con los ojos entrecerrados, le devolvía los besos con fervor, sus manos explorando la espalda de James, recorriendo cada músculo, cada curva. Pero había algo más en sus caricias, algo más primitivo que empezó a manifestarse a medida que el momento se intensificaba. Morgie no solo lo tocaba; lo acariciaba, lo sentía, lo reclamaba como suyo con una necesidad que James nunca había sentido de esa manera.

Y entonces sucedió. En medio del frenesí de besos y susurros, James sintió un súbito e inesperado mordisco en su hombro, fuerte pero no doloroso, sintiéndose como una descarga que lo sacudió por completo.

Se apartó un instante, con la respiración agitada, mirando a Morgie con sorpresa. Sus ojos brillaron de una manera que nunca había visto antes, sus labios entreabiertos e hinchados, respirando con fuerza. Parecía casi avergonzado, como si hubiera dejado escapar algo que no debía, pero la intensidad en sus ojos decía lo contrario.

—¿Me mordiste? —Preguntó James con un tono de voz entre divertido y sorprendido.

Morgie apartó la mirada por un momento, su respiración todavía estaba agitada. No había esperado que James lo notara tan pronto, y mucho menos que lo mencionara. Había algo en esos momentos, algo visceral, que lo hacía perderse en la sensación del contacto, en la urgencia del momento. Pero no sabía cómo explicarlo sin sentirse expuesto. Quizás era su parte serpiente, quien sabe.

—Lo siento… —Murmuró Morgie, todavía evitando la mirada del pirata—. No sé qué pasó.

James lo observó, dejando que su sorpresa inicial le diera paso a una pizca de comprensión. Podía ver el leve rubor en las mejillas de Morgie, la manera en que sus dedos ahora jugueteaban nerviosamente con las sábanas.

—No te disculpes —Dijo James con suavidad, inclinándose nuevamente hacia él, esta vez con una sonrisa juguetona en los labios—. No fue tan malo.

Morgie lo miró con sus cejas alzadas en una mezcla de confusión e incredulidad.

—¿No te molestó? —Preguntó, todavía inseguro.

James negó con la cabeza, dejando que su manos recorriera uno de los costados de Morgie, calmandolo con su toque. Había algo en ese momento que lo hacía sentir más conectado con él, era una nueva parte de Morgie que no había conocido hasta ahora y le gustaba.

—Para nada —Respondió James en un casi susurro con su suave aliento chocando contra la piel de Morgie—. De hecho… me gustó.

El alivio en los ojos de Morgie fue evidente, aunque aún se veía algo reticente, como si aún no terminara de creerse que James no lo estuviera juzgando. Pero al ver la sonrisa genuina en el rostro de James, algo dentro de él se aflojó, y la tensión en su cuerpo empezó a disiparse siendo sustituido por una nueva oleada de excitación.

James lo besó de nuevo, más suave esta vez, pero con la misma intensidad que había marcado el inicio de la noche. Y cuando sintió las manos de Morgie aferrarse a su espalda, apretándolo con fuerza, James supo que no importaba lo que sucediera después; en ese momento solo existían ellos y solo se importaban el uno al otro.

Cuando Morgie, sin poder evitarlo, volvió a morder, esta vez en el cuello, James apenas pudo reprimir un gemido que resonó en la habitación. Era un mordisco más fuerte, más decidido qué antes, pero no había dolor en ello, solo una pasión y lujuria latentes.

James lo aceptó, lo abrazó, permitiéndose perderse en la intensidad de Morgie, en sus deseos. Porque, al final del día, ambos estaban explorando algo nuevo, algo que los unía de formas que no habían anticipado. Y mientras sus cuerpos desnudos seguían moviéndose juntos, en ese juego de piel contra piel, James supo que ese descubrimiento sería algo que terminaría agradeciendo.

Morgie, por su parte, lo miró después, con una mezcla de satisfacción y felicidad.

Y James, con una sonrisa suave y su frente apoyada en la de Morgie, murmuró:

—Me gusta cuando me sorprendes.

Morgie sonrió, su vergüenza se había desvanecido hace minutos y ahora solo quedaba la coquetería con la que inició la noche.

—Prepárate entonces —Respondió con un susurro, luego procedió a besar su cuello nuevamente.

Esa noche aún no terminaría para ellos.

SerpentHookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora