1. Primer día de novios

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Alrededor del lugar se extendía un bosque hermoso y misterioso, temido por casi todo el pueblo, pero que en ese momento servía como el refugio secreto de dos jóvenes que lo visitaban con frecuencia. No era un bosque común como los descritos en los libros; este albergaba criaturas mágicas propias de los cuentos, desde pequeñas hadas hasta animales de formas extrañas. Lo más fascinante eran las esferas luminosas que flotaban entre los árboles, desde las copas hasta las raíces, iluminando el entorno. Sus colores variaban según las emociones de quienes las rodeaban: rojo por la ira, morado por el temor, entre otros. En ese preciso instante, las esferas que rodeaban a los dos chicos brillaban de un suave color rosado, pero ambos, absortos el uno en el otro, no lo percibían.


Los chicos estaban sentados sobre un tronco caído en el misterioso bosque, rodeados por las brillantes esferas de luz que flotaban entre los árboles. La conversación fluía principalmente por parte de Marius, quien, a sus dieciséis años, no solo era uno de los más populares en la escuela, sino que también destacaba por su presencia imponente. Alto, de cabello castaño y ojos azules, su buen cuerpo y confianza natural lo hacían imposible de ignorar. Su carisma parecía atraer a todos, y siempre tenía algo interesante que decir. Esa tarde no era la excepción; Marius hablaba animadamente sobre su día, gesticulando mientras sus ojos brillaban con entusiasmo, su voz llenando el espacio a su alrededor.


A su lado, Percival escuchaba en silencio, como solía hacer. Era un contraste evidente con su amigo. Menor que Marius, Percival tenía una complexión delgada, ojos verdes profundos y un cabello oscuro que resaltaba contra su piel pálida, casi fantasmal. Mientras que Marius irradiaba una energía cálida y acogedora, Percival proyectaba algo más oscuro y enigmático. Su rostro, siempre estoico, junto con su inexpresiva mirada, alejaba a cualquiera que intentara acercarse. No era solo su apariencia lo que lo hacía intimidante, sino también sus extraños intereses. Percival no ocultaba su fascinación por la magia oscura ni su gusto por lo macabro, lo que incomodaba a la mayoría de los demás chicos en la escuela. Mientras Marius hablaba, Percival apenas asentía de vez en cuando, observando a su amigo con gran detenimiento, como si viviera en un mundo completamente distinto.


Eran polos completamente opuestos, tanto que los amigos de Marius solían preguntarle qué veía en esa "amistad", especialmente por los rumores que rodeaban a Percival. Sin embargo, lo que nadie entendía era que, en esa peculiar relación, ambos encontraban un cálido entendimiento y equilibrio. Marius, que disfrutaba de la atención sin ser juzgado, apreciaba que Percival, con su humor sarcástico, lo bajaran de su nube cuando era necesario. A su vez, Marius ayudaba a Percival a ganar más confianza, ya fuera al hablar o al elegir su ropa. Eran pequeños, pero significativos gestos que los unían.


En el poco tiempo que llevaban conociéndose, habían aprendido a admirar esos pequeños gestos del otro, capaces de ver más allá de lo que otros percibían en ellos. Como dicen, las almas gemelas, sin importar el tiempo que se conozcan, tienden a atraerse rápidamente al verse con frecuencia, y ellos no eran la excepción. Percival conoció a Marius hace unos años, aunque el mayor ya no lo recuerde. Su primer encuentro no fue el mejor, ya que ocurrió durante una pelea, pero Percival quedó con ganas de conocerlo mejor—aunque solo para encontrar algo incriminatorio y así humillarlo—. Sin embargo, terminó descubriendo el lado amable y cautivador de Marius, lo que lo dejó confuso. Por su parte, Marius solo recordaba haber conocido a Percival hacía unos meses, cuando el menor finalmente tuvo el coraje de pedirle que fueran amigos. A pesar de lo repentino de la solicitud, Marius nunca desaprovecharía la oportunidad de hacer un nuevo amigo, y los rumores sobre el chico escalofriante solo lo atraían más.


Al final, terminaron pasando mucho más tiempo del que esperaban. Después de cada clase, se encontraban para charlar o, como en ese momento, paseaban por el bosque prohibido, donde Percival, como portador de la magia de aquellas criaturas, siempre le mostraba un nuevo hechizo a Marius, quien se asombraba con cada nueva cosa que aprendía sobre su amigo.


En ese momento, mientras charlaban y Percival finalmente se había unido a la conversación, ambos no dejaban de mirarse fijamente. No solo se cruzaban las miradas, sino que apreciaban con intensidad las facciones del otro. Marius observaba con detenimiento las bonitas pecas que adornaban las mejillas de Percival, los diminutos hoyuelos que aparecían al sonreír, y cuando se rio, Marius se quedó procesando esa imagen, fascinado por la calidez que emanaba de él. Percival, por su parte, admiraba las facciones varoniles pero delicadas de su amigo: su nariz, mandíbula, pómulos, todo en él parecía perfecto. Lejos de sentir celos, le generaba una extraña alegría poder contemplarlo de cerca. Incluso dedicó unos segundos a apreciar el piercing en la oreja derecha de Marius, un regalo de cumpleaños que le había dado. Cuando Percival hizo un chiste algo sarcástico, notó un ligero sonrojo en las mejillas de Marius mientras reía, pero decidió ignorarlo para seguir disfrutando de la agradable tarde juntos.


No sabían en qué momento habían dejado de estar sentados en el tronco y se encontraban ahora tumbados sobre el suave pasto del bosque, iluminados por las esferas que brillaban en un delicado color rosado. A su alrededor, el bosque parecía cobrar vida con el susurro de las hojas y el canto lejano de algunas criaturas mágicas. Ni siquiera notaron que el sol comenzaba a ocultarse; ambos permanecían en una especie de trance mutuo, donde solo la presencia del otro importaba. Las palabras y las risas se habían desvanecido, y ahora solo se miraban intensamente a los ojos, como si el mundo que los rodeaba hubiera desaparecido.


Percival sentía que su corazón iba a estallar al ver cómo Marius se acercaba lentamente hacia él. Cada milímetro de esa distancia parecía estirarse, y en su pecho, una mezcla de nervios y emoción se intensificaba. La sensación de anticipación lo envolvía, y cuando Marius finalmente rozó suavemente su mano con su pulgar, Percival sintió que su alma casi se evaporaba, a la par que sus mejillas adquirieron un evidente color carmesí. Era un contacto tan simple, pero para él, significaba todo. Marius acariciaba la mano de su amigo con ternura, y aunque también sentía muchos nervios, había encontrado finalmente la valentía que tanto había esperado.


Con dificultad, el castaño logró dejar escapar unas pocas palabras que, aunque eran muy comunes en cualquier historia de amor de película, solo hicieron que Percival aumentara las ganas de huir por los nervios. Sin embargo, la suavidad de la mano de Marius y la intensidad de su mirada atrayente fueron suficientes para que, interrumpiendo las palabras de su amigo, Percival lo agarrara de la polera y lo atrajera hacia él, dándole un pequeño beso en los labios, un gesto que había anhelado durante mucho tiempo.


Marius se quedó en shock por unos segundos, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza. Pero rápidamente se recuperó y correspondió al beso, guiando a Percival con suavidad. Aunque no era el mejor beso del mundo—Percival nunca había besado a nadie antes—Marius sintió una chispa de ternura y emoción al ver la sorpresa en el rostro de su amigo. La suavidad de sus labios y el ligero temblor en su cuerpo lo hicieron sonreír en medio de la conexión que compartían.


El mundo alrededor de ellos se desvaneció; el bosque se iluminó con un resplandor suave mientras las esferas de luz parecían vibrar en sintonía con sus corazones. Marius tomó un momento para ajustar la posición de sus labios, guiando a Percival con dulzura, animándolo a relajarse. Percival, sintiendo la calidez y la seguridad que le ofrecía Marius, se dejó llevar poco a poco, descubriendo así la magia de ese primer beso. Las mariposas en su estómago se multiplicaron mientras se sumergían en ese instante único, donde el tiempo parecía detenerse y todo lo demás se desvanecía en el aire.


No se necesitaron más palabras para entender lo que ambos deseaban; con aquel beso lograron comprenderlo a la perfección. Así, al día siguiente, sus amigos se sorprendieron al verlos tomados de la mano. Miradas de asombro y sonrisas cómplices fueron intercambiadas entre ellos. Era un gesto simple, pero significaba el cierre de un capítulo lleno de inseguridades y el inicio de algo nuevo.

«Love Comes In Different Ways» Flufftober 2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora