—La verdad, creí que sería más grande.
Dos chicos adolescentes se encontraban fuera de la casa —más bien, remolque— de uno de ellos, quien vivía solo en ese pequeño pero acogedor lugar. No había vecinos cercanos y, al tratarse de un pueblo rural, todo a su alrededor era puramente natural: árboles, plantas, un pequeño huerto para facilitar el acceso a algunos alimentos, etc. Tal vez no era la vida campestre ideal, pero para el joven Percival, de dieciséis años, aquel pequeño terreno era todo lo que necesitaba para vivir cómodamente.
Ya llevaba unos dos meses saliendo con su novio, un atractivo chico de largo cabello castaño llamado Marius, algo despistado en cuanto a personalidad, pero siempre sabía cómo hacerlo sentir mejor. Como ya conocía bien a la familia de Percival y había visitado su casa varias veces, ahora era el turno de que Marius conociera la "casa" de su novio. Aunque Percival había sido un poco reacio al principio, finalmente cedió después de mucha insistencia. Apenas llegó al terreno, muy emocionado, Marius no dejaba de admirar la naturaleza que lo rodeaba, especialmente el pequeño huerto detrás del remolque. Sin embargo, lo que más llamó su atención fue un intento de jardín cerca de ahí, con algunas flores plantadas de manera torpe frente al remolque. No estaban bien alineadas en el suelo, y alrededor de ellas había algunas pequeñas palas esparcidas, testigos del esfuerzo de Percival por embellecer el lugar.
—¿Por qué debería ser más grande?
—Ya sabes... Tienes mucho espacio por aquí. Hacer un jardín grande es posible —Marius recogió una de las palas tiradas mientras decía aquello. No era un gran conocedor de jardinería, pero siempre le había entusiasmado aprender sobre el tema. Ver el pequeño intento de su novio por plantar algunas flores avivó aún más su interés.
Percival, por su parte, no tenía mucho interés en expandir esa pequeña parte de su hogar. Es cierto que había intentado plantar algunas flores para hacer su patio frontal un poco más acogedor, pero después de darse cuenta de que solo tres amigos lo visitaban de vez en cuando, perdió la motivación. No había una razón clara para impresionar a nadie o demostrar que merecía más. Aquella vez que intentó arreglar el jardín, terminó frustrado. Al comprender que no había quien apreciara realmente su esfuerzo, más que él mismo, se sintió solo. Esa sensación de aislamiento lo invadió tanto que dejó el trabajo a medias. No quería saber más del tema, pero tampoco tenía la motivación para recoger las palas o deshacerse de las flores ya plantadas. Así que lo dejó todo tal como estaba, como un recordatorio silencioso de su soledad.
—Haz lo que quieras. Si le ves futuro a ese bodrio, es tu problema.
Con esa respuesta, Marius tomó la iniciativa. En las visitas siguientes, llegaba con diversos materiales para embellecer el patio frontal del remolque: diferentes tipos de semillas, palas especializadas, regaderas, e incluso libros sobre jardinería. Traía tantas cosas que Percival casi creyó que su novio había estado preparándose toda su vida para este momento. Aun así, Marius no dedicaba todas sus visitas al jardín; como mucho, pasaba una hora plantando y regando, y el resto del tiempo lo disfrutaba junto a su novio. Percival, al menos, agradecía no sentirse desplazado por las flores.
Un día, se sorprendió cuando Marius apareció con unas margaritas ya crecidas, solo para adornar el lugar mientras las otras flores germinaban y crecían. Fue entonces cuando Percival decidió realmente prestar atención al empeño que su novio estaba poniendo en el jardín. Hasta ese momento, la mayoría de las veces se había limitado a tomar una siesta mientras Marius se perdía en su pequeño proyecto. Pero ahora, al ver el resultado, algo cambió dentro de él.
El jardín, aunque pequeño, había cobrado vida. Las flores —algunas de colores vibrantes, otras más suaves— se mezclaban en un conjunto encantador. Las margaritas blancas destacaban entre las demás, dándole al jardín un toque de frescura y simplicidad. Las herramientas, antes esparcidas al azar, ahora estaban organizadas cuidadosamente en un rincón, y el suelo, antes desordenado, lucía limpio y bien trabajado. El espacio que alguna vez parecía vacío y sin propósito ahora irradiaba vida.
Al ver todo esto, Percival sintió una calidez inesperada en su pecho, algo que no había sentido en mucho tiempo. Aquel jardín, que al principio había considerado un "bodrio", ahora le transmitía una sensación de hogar, algo que él mismo no había podido darle antes a su pequeño terreno. Las flores no solo embellecían el lugar, sino que le daban una sensación de compañía, de cuidado. Por primera vez, Percival entendió el esfuerzo de Marius, y con ese sentimiento cálido, sintió que su soledad se desvanecía, aunque fuera solo un poco.
Mientras seguía admirando la belleza en la que se había transformado su jardín frontal, Percival sintió que su novio se acercaba por detrás. Después de plantar las margaritas, Marius había decidido darse una ducha para refrescarse tras el esfuerzo. Al ver a Percival tan impresionado por el jardín, no dudó en abrazarlo por la espalda. La diferencia de altura entre ellos hacía que el gesto fuera aún más tierno.
Percival, con una sonrisa suave, tomó las manos de Marius que rodeaban su cintura y lo atrajo más hacia él. —Es hermoso —susurró, casi para sí mismo, pero lo suficientemente claro para que Marius lo escuchara. La felicidad inundó a Marius al saber que su plan había funcionado; desde el principio, su objetivo había sido que Percival se sintiera más cómodo en su hogar.
Con una mezcla de satisfacción y cariño, Marius depositó un suave beso en la cabeza de su novio, quien respondió con una pequeña risa sincera, sintiéndose más en paz de lo que había estado en mucho tiempo.
Con el paso de los días, aquel jardín dejó de ser un proyecto en solitario para Marius, ya que Percival decidió unirse a él, y juntos comenzaron a crear algo mucho más grande de lo que inicialmente imaginaron. No solo trajeron más semillas y plantas, sino que también compraron una variedad de decoraciones y accesorios para darle vida al espacio. Adquirieron pequeñas casitas para los animalitos que pasaban cerca, como pajaritos y ardillas, añadiendo un toque encantador y natural. Colocaron comederos y bebederos estratégicamente por el jardín, invitando a la fauna local a compartir ese espacio con ellos.
Además de plantas y flores, se aseguraron de incluir detalles especiales: pequeñas lámparas que se encendían al anochecer y un par de bancos de madera donde podían sentarse cómodamente. También compraron cojines suaves y una manta especial para sus pequeños picnics, que pronto se convirtieron en una tradición. Con el tiempo, pasar tardes enteras recostados en el jardín, simplemente observando el cielo o contando estrellas en las noches despejadas, se convirtió en uno de sus momentos favoritos.
Aquel jardín se transformó en su lugar seguro, un refugio donde podían ser ellos mismos sin miedo al juicio o al dolor. Sabían, con certeza, que incluso al crecer, siempre se encargarían de mantener un jardín saludable y vibrante. Para ellos, ese espacio era una prueba viva del amor y la dedicación que sentían el uno por el otro, y cada flor que florecía era un reflejo de la profundidad de su vínculo.
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«Love Comes In Different Ways» Flufftober 2024
RomancePequeñas historias basadas en la temática Flufftober de este año por EsDeFanfics. En vez de parejas establecidas, esto tratará de mis ocs. Todos conviven en un mismo universo pero no todas las historias presentadas tendrán relación entre sí (con alg...