24. Disculpas

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—¡Pero es que no lo entiendo! Solo era una tonta esfera, ¡apenas sabía cómo usarla! Debería agradecerme por haberle hecho ese favor —repetía sin cesar una pequeña niña demonio de ocho años. Su nombre era Mara, y tenía un largo cabello castaño ondulado que le caía sobre los hombros, pequeñas pecas decoraban su rostro, y vestía un elegante uniforme de falda negra, con una blusa blanca y un cárdigan azul marino. Se encontraba en un parque, sentada en un columpio, balanceándose ligeramente mientras su hermano mayor, Seth, de diez años, la miraba desde la cima de uno de los juegos infantiles. La mueca de molestia en su rostro era evidente; odiaba cómo su hermana se quejaba por lo que él consideraba "tonterías".


Ambos hermanos, enviados al mundo humano por órdenes de su padre, apenas habían hecho el mínimo esfuerzo por conectarse emocionalmente con los seres que lo habitaban, pero el plan no estaba resultando como esperaban. Seth había logrado formar un pequeño grupo de amigos, lo que le permitió aprender sobre la amistad, aunque no lo admitiera en voz alta. En cambio, Mara solo tenía una amiga: Chris, una niña humana de su misma edad, cuya fascinación por la magia era una fuente constante de disgusto para la pequeña demonio.


Chris, con su cabello castaño corto, ojos verdes brillantes y algo regordeta, siempre estaba rodeada de libros y artefactos mágicos que ella misma creaba, alardeando de su habilidad para hacer hechizos. Aquello era lo que separaba a las dos niñas: mientras Chris veía la magia como algo maravilloso y digno de respeto, Mara lo consideraba una tontería. Y esa diferencia había llevado al conflicto de ese día.


—Mira, tonta, esa brujita trataba a esa esfera como una mascota. Es estúpido, pero sigues siendo una salvaje —dijo Seth, observándola desde su posición elevada en la cima del juego, sin preocupación por caerse. Mara seguía balanceándose en el columpio, con el ceño fruncido. —Capaz ahora tiene suerte y no querrá verte nunca más.


—¿¡Disculpa!? No era la gran cosa, ¿qué tiene esa esfera de especial? —respondió Mara con una mezcla de confusión y enojo. Estaba acostumbrada a que en su hogar todos hicieran lo que ella quisiera, incluso si se trataba de destruir cosas, pero Chris era diferente. Mara no podía entender por qué la esfera era tan importante para ella.


Horas antes, ambas niñas habían estado en el gran patio de Chris, jugando a diversos juegos que se les ocurrían. Chris, entusiasmada, había sacado su preciada esfera de magia lunar, un objeto de color rosado brillante que, según le había explicado a Mara, le fue entregado por su guía mágica. Pero Mara detestaba a esa figura, y, en un ataque de celos y frustración, tomó la esfera y la estrelló contra el suelo, destrozándola mientras soltaba una pequeña risa.


—... No tenía que llamar a su madre y botarme. ¡Es injusto! —murmuraba, todavía molesta por el incidente.


—Dime, tonta, si yo quemara al menos una de las flores de tu jardín, ¿te molestaría? —preguntó Seth, con su tono burlón.


—¡Si lo intentas, te cortaré los cuernos! —respondió Mara, dejando el columpio de un salto y corriendo hacia su hermano. Con una rápida maniobra, logró agarrarle una oreja, jalándola con fuerza.


—¡Auch! ¿Ves? Por eso Chris te echó, solo piensas en ti misma —Seth empujó a su hermana, quien cayó al suelo. Cansado de la situación, se alejó, dejándola sola en el parque.


Mara se quedó sentada en el suelo, mirando al cielo. —¿Será cierto? ¡Ahh! ¡Maldito Seth! —gritó, frustrada.


Unas horas más tarde, Chris jugaba sola en el patio de su casa, rodeada de peluches que había dispuesto alrededor de una mesa de té imaginaria. Al escuchar unos pasos, levantó la vista solo para ver a Mara trepando por la cerca. Decidió ignorarla y seguir con su juego, aunque en el fondo sabía que su amiga no soportaba ser ignorada.


Mara caminó hasta los restos de la esfera, que Chris había recogido cuidadosamente y guardado en una pequeña bolsa. La pequeña demonio respiró hondo y, recordando las palabras de su hermano, invocó unas pequeñas plantas sanadoras que salieron de sus manos y del suelo. Con torpeza y esfuerzo, logró reparar la esfera.


Chris, que hasta entonces la había estado observando en silencio, se acercó y con una voz suave pero firme le dijo: —Mara... no vuelvas a destruirla. Sé que para ti no es gran cosa, pero para mí lo es. Es especial, ¿entiendes?


Mara desvió la mirada por un momento, sintiendo una mezcla de incomodidad y vergüenza. Entonces, le entregó la esfera restaurada.


—Intenta usar algo de magia —dijo, entregándole la esfera—. A ver si aún funciona.


Chris, sorprendida, intentó hacer un hechizo, pero la esfera ya no reaccionaba. Sin embargo, lo que más la impresionó fue el tono de Mara. Esta vez no había rastro de burla ni arrogancia.


—Lo siento... —murmuró la pequeña demonio, con orgullo herido pero genuino arrepentimiento.


Chris la miró por un momento, sin saber qué decir. Al final, sonrió. —No te preocupes, puedo pedir otra. Pero... ¿Tú? ¿Disculpándote? —rio suavemente—. Ven, vamos a tomar té.


Mara, sorprendida de ser perdonada, aceptó la invitación. Ambas niñas se sentaron alrededor de la mesa de té imaginaria junto a los peluches, y Chris, con una pizca de polvo mágico, hizo que los peluches se movieran brevemente. Ambas rieron y compartieron ese momento, olvidando el rencor que las había separado.

«Love Comes In Different Ways» Flufftober 2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora