7. Apodos

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Era una tranquila tarde de verano en la que, al menos una parte de la población adolescente del lugar decidía aprovechar el momento para convivir lo más posible fuera de sus casas. Sin embargo, había otro grupo de jóvenes que pensaba lo contrario, como los protagonistas de esta historia, quienes preferían pasar el tiempo encerrados, pero juntos, ya fuera jugando cualquier juego que tuvieran a su alcance o simplemente viendo lo que la televisión tenía preparado para ellos. Cualquier cosa, con tal de estar juntos.

En el último piso de un gran edificio, específicamente en el apartamento más espacioso de todos, se encontraba una pareja que había decidido lo mismo: pasar un rato tranquilo en aquel lugar, alejados de todo bullicio, aunque solo fuera por un momento. Amaban pasar tiempo afuera y explorar todo lo que tuvieran a su alcance, e incluso más allá, pero había pequeños momentos en los que simplemente estar en el apartamento de la chica sonaba mucho mejor. Cuando su padre no estaba allí, lo cual ocurría con frecuencia, ellos aprovechaban para hacer lo que quisieran. En ese momento, por ejemplo, estaban jugando una partida de jenga, en la que el victorioso terminó siendo el chico. Pese a ello, no estaba festejando como de costumbre; usualmente era muy bullicioso y arrogante cada vez que ganaba en esos juegos, mientras que la chica solo reía por su efusividad. En esta ocasión, el chico se encontraba tieso como una piedra, mirando a su acompañante de forma extraña.

—¿Estás bien? —preguntó Cassandra, mientras su cabello rojo teñido caía sobre su rostro a la vez que se inclinaba hacia adelante, preocupada por el cambio repentino en la expresión del chico. Hacía solo unos segundos, Ramsés había celebrado su victoria con una sonrisa radiante, pero unas pocas palabras de la chica habían bastado para cambiar el estado de ánimo de su acompañante.

Pasaron unos segundos más hasta que el chico finalmente respondió, sus ojos grises llenos de desconcierto mientras miraban a Cassandra. Se rascó la cabeza, revolviendo ligeramente su corto cabello negro oscuro, antes de formular una nueva pregunta: —¿Cómo me llamaste?

Recuperando rápidamente su rostro alegre del anterior, preocupado, Cassandra se acomodó mejor en su asiento en el suelo mientras comenzaba a ordenar las piezas esparcidas por toda la mesa.

—¡Oh! Es que pensé que sería bonito llamarte Ramsie, suena lindo, ¿verdad? —dijo, con una sonrisa radiante al pronunciar la última palabra. Aquella sonrisa de Cassandra logró que Ramsés se sonrojara poco a poco. Puso su mano derecha sobre su rostro para intentar ocultarlo, aunque inútilmente, lo cual solo consiguió que la chica se riera.

—Siempre me llamas Cassie, pensé que sería justo si también usara un apodo para ti, ¿no crees?

Aunque ella siguiera lanzando pequeñas preguntas para mantener viva la conversación mientras ordenaba las piezas para comenzar una nueva partida, Ramsés continuaba sin responderle. No era por ser grosero, sino porque, una vez más, Cassandra lo había sorprendido, atacándolo con algo tan pequeño pero tan tierno que lo dejó sin palabras. Se suponía que él debía ser el más cariñoso de los dos, dado el escaso conocimiento de Cassandra sobre las relaciones humanas; él era su guía para enseñarle todo lo que sabía, especialmente en temas románticos. Pero a veces no contaba con que ella también le devolvería todo lo que aprendía gracias a él. Primero fueron sutiles regalos, como anillos —su accesorio favorito— con diversos diseños, que lo tomaron por sorpresa. Ella había dedicado tanto tiempo y esfuerzo en hacer algo para él, y él no se lo esperaba.

Tal vez aquel apodo no era comparable a esos regalos, pero el simple hecho de escucharlo cuando ella lo felicitó por ganar le llenó el alma de felicidad, tanto que solo pudo sentirse avergonzado. Solo Cassandra podía mostrar ese lado de Ramsés, siendo ella misma, con esos pequeños detalles que para él significaban el mundo.

Ramsés volvió a la realidad cuando sintió la mano de Cassandra tomando la suya, que aún cubría parte de su rostro. Ella quería que él viera la torre de jenga nuevamente armada para una segunda partida, pero al notar el leve sonrojo en el rostro de Ramsés, quien mantenía un gesto entre enojado y avergonzado, no pudo evitar soltar una pequeña risa. Ver al usualmente narcisista y seguro de sí mismo Ramsés de esa forma le impresionaba, pero también le enternecía, y por eso su risa se hizo un poco más fuerte. Esto provocó que el chico, finalmente, reaccionara de otra manera, atacándola de forma juguetona al hacerle cosquillas, para que ahora fuera ella la "humillada".

—¿Qué sucede, Candy? ¿Ya no puedes decir nada más?

Cassandra no podía dejar de reír debido a las rápidas manos de Ramsés, que se movían con velocidad hacia sus puntos más sensibles, provocándole risas incontrolables. Las cosquillas eran tan intensas que sus ojos se llenaron de lágrimas y su risa resonaba por todo el apartamento. En medio de su ataque de risa, apenas pudo escuchar el nuevo apodo que él le había dado, pero alcanzó a entender que era un contraataque juguetón a lo que ella había dicho antes.

—¡No... no puedo...! —intentaba decir entre risas, mientras se retorcía bajo Ramsés, sintiendo sus mejillas enrojecer más y más.

A pesar de lo difícil que le resultaba respirar entre tantas carcajadas, Cassandra no estaba dispuesta a rendirse. Con gran esfuerzo, alzó una mano hacia la cintura de Ramsés, su punto más débil, y empezó a hacerle cosquillas con toda la energía que pudo reunir. El chico se sobresaltó, sus risas resonaron junto a las de ella, y en cuestión de segundos perdió el equilibrio, cayendo a un lado mientras trataba de escapar de las cosquillas de Cassandra.

—¡No te dejaré salirte con la tuya tan fácil, Ramsie! —y así, con una sonrisa triunfal, Cassandra aprovechó el momento para cambiar de posición y tomar el control. Ahora era su turno de hacerle pagar.

Entre todo el alboroto de los dos enamorados, soltaron un montón de nuevos apodos para el otro, impulsados por la emoción del momento: Cat, Remy, Cassie-Belle, Rammy-Bear, etc. Cada apodo era pronunciado entre risas, a veces más fuerte, a veces entrecortado por la falta de aire que las cosquillas provocaban. Era un intercambio espontáneo, sin filtros, donde ambos dejaban salir su creatividad y el cariño que sentían.

Cassandra no podía parar de reír mientras Ramsés intentaba resistirse a las cosquillas y lanzaba uno tras otro de esos ridículos apodos, cada uno más tierno y divertido que el anterior. Ambos estaban completamente entregados al momento, olvidándose del juego de jenga, del tiempo, e incluso de cualquier preocupación que pudieran tener fuera de ese apartamento. Al poco tiempo, exhaustos de tanto reír, los dos se quedaron tumbados en el suelo, respirando agitadamente y con las mejillas encendidas por el esfuerzo.

Cassandra giró su rostro hacia Ramsés, quien también la miraba, y con una sonrisa suave susurró: —Eres imposible, ¿lo sabías?

Ramsés, aún con una sonrisa en los labios, la miró con sus ojos grises llenos de cariño.

—Lo sé, pero tú eres la única que puede lidiar con eso, Cassie —respondió mientras extendía una mano hacia ella.

Cassandra aceptó su mano, entrelazando sus dedos con los de él, y ambos se quedaron allí, acostados, disfrutando de la compañía del otro. No necesitaban más; no había mejor lugar donde quisieran estar que ahí mismo, juntos, en ese pequeño mundo que habían construido, lleno de risas, apodos y amor.

«Love Comes In Different Ways» Flufftober 2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora