9. Flores

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En el pueblo donde vivían, era muy común ver un montón de parques, algunos mejor cuidados y más atractivos a la vista que otros. Además, se caracterizaban por ser tan grandes que cualquiera podría perderse con facilidad, sobre todo por los enormes árboles que, a veces, confundían a las personas recién llegadas. Sin embargo, para Angélica y Astrid, que habían vivido en ese lugar desde que nacieron, no era ningún inconveniente pasar tiempo allí, organizando sus pequeñas salidas como pareja. Ya fuera para hacer un picnic o simplemente escalar los árboles en busca de una buena vista, todo les parecía hermoso. Especialmente porque, al no ser muy frecuentadas las partes más ocultas de los parques, no había nadie que las juzgara por su vida romántica.


Ese día acordaron hacer un pequeño picnic en uno de sus parques favoritos, específicamente a una hora en la que sabían que no habría mucha gente. Angélica ya se encontraba en el lugar acordado; le había tocado llevar la canasta, llena con su parte de los alimentos que había preparado, junto con el mantel. Astrid llegaría un poco después, ya que, a diferencia de su novia, ella tenía un trabajo de medio tiempo en una florería, atendiendo a los clientes en la caja. A Angélica no le molestaba en absoluto; de hecho, aprovechaba ese tiempo para organizar todo a su gusto. Su lado más perfeccionista salió a relucir mientras comenzaba a poner manos a la obra.


Su largo cabello rojo, como el fuego, se agitaba con rapidez mientras iba de un lado a otro, ajustando cada detalle para que todo quedara en el mejor ángulo posible. No solo estaba preocupada por dejar espacio para las cosas de Astrid, que aún faltaban, sino que también quería que el ambiente fuera perfecto. Había traído pequeñas decoraciones, como unas delicadas luces que pensaba colgar en las ramas de un árbol cercano, para así crear un ambiente acogedor y mágico para ambas. Además, colocó unas finas bandejas donde dispondría cuidadosamente todos los alimentos que había preparado con tanto esmero. Era importante para ella que cada plato tuviera su propio lugar, que todo pareciera casi una obra de arte.


A medida que terminaba de organizar, la suave brisa le acariciaba el rostro y hacía que las luces parpadearan tenuemente. Se detuvo por un momento para observar su obra: el mantel perfectamente extendido, las bandejas alineadas con precisión, las luces listas para encenderse cuando el sol empezara a caer. Todo estaba en armonía. Al ver su trabajo terminado, sus ojos azules brillaron con una mezcla de satisfacción y emoción. Sabía que Astrid lo apreciaría, y ese pensamiento la llenaba de una felicidad palpable.


Ansiosa por capturar el momento, tomó su pequeña cámara y la dejó lista para la llegada de su novia. No quería perderse ni un solo detalle. Imaginaba la expresión de Astrid al ver todo el esfuerzo que había puesto, y el corazón le latía más rápido. Para Angélica, todo aquel esfuerzo no solo era sobre la comida o el lugar; eran un reflejo de su amor, de cómo es que ambas se esforzaban en crear recuerdos perfectos.


Estaba tan ensimismada en sus pensamientos que no notó cuando una mano tocó su hombro, lo que la hizo dar un pequeño salto de sorpresa. Sin embargo, su expresión rápidamente cambió a una de felicidad al ver que era su novia, quien había llegado con su respectiva canasta, que contenía el resto de la comida y los cubiertos para disfrutar de una linda tarde juntas. La emoción fue tanta que Angélica no dudó en recibirla con un dulce beso en los labios, el cual fue correspondido de igual manera por la chica morena. Sus largos cabellos, el rizado de Astrid y el liso de Angélica, se enredaron ligeramente, lo que provocó que soltaran una pequeña risa, interrumpiendo momentáneamente el beso. Entre risas, Angélica recordó que debía mostrarle todo su trabajo a Astrid, quien aún no había dicho nada al respecto.


—Deberías ser fotógrafa como tu padre, realmente tienes talento —le dijo sin pensarlo, mientras admiraba de cerca las pequeñas luces que Angélica había colocado en el árbol más cercano. Todo estaba tan bien preparado que Astrid casi sentía que estaban en una sesión fotográfica. Por otro lado, la respuesta de su novia fue un cómico gesto de incomodidad; no podía escapar las constantes comparaciones con su padre, lo cual solo hizo que Astrid se riera.


—Ya, ya, no te enojes, pero en serio te quedó hermoso. Me sorprende cómo siempre sabes qué hacer, eres muy creativa, Angie —agregó con una sonrisa.


Ante ese halago, la respuesta de Angélica fue un leve sonrojo mientras se rascaba la cabeza con vergüenza, claramente halagada pero un poco tímida ante el cumplido.


Tratando de ocultar su bochorno, Angélica se inclinó para tomar la canasta que su novia había dejado al costado del mantel. Quería tener todos los alimentos ordenados de una vez para que pudieran comer tranquilas y tomar todas las fotos necesarias para capturar el momento. Sin embargo, cuando puso las manos sobre la canasta, esta le fue arrebatada de inmediato por Astrid, lo que la sorprendió mucho. La rapidez y fuerza con la que lo hizo la dejó desconcertada. Aunque no le causó ningún daño, aquel gesto fue inusual en su novia, ya que no era común que actuara de esa manera.


No obstante, la preocupación le duró menos de lo que esperaba, ya que, acto seguido, Astrid la tomó suavemente de los hombros para que se sentara en una de las esquinas del mantel. Ahora, la confusión se apoderó de la mente de Angélica, pero supuso que lo mejor era ver qué estaba tramando su novia. Fuera algo bueno o malo, estaría preparada para lo que viniera.


—Angie, no debes agarrar las cosas porque sí; puedes arruinar las sorpresas sin querer —decía Astrid mientras abría su canasta, revelando lo que mantenía escondido allí. Sí había cumplido su parte de llevar bocadillos, pero no era lo único que traía consigo.


Angélica observó, sorprendida, cómo su novia, arrodillada a su altura, le entregó un hermoso ramo de flores. Eran lirios blancos, con sus pétalos delicados y fragancia suave, que simbolizaban la inocencia y la pureza, así como los buenos deseos que Astrid siempre tenía para ella. Junto a los lirios, había rosas rosadas, que representaban la bondad, la gratitud y la belleza de Angélica, reflejando cómo Astrid la veía y lo que significaba para ella. También había orquídeas moradas, que inspiraban y motivaban a quien las contemplara, perfectas para alentar a Angélica en los momentos difíciles que había enfrentado en aquellos días. Por último, el ramo estaba adornado con margaritas amarillas, que simbolizaban la alegría, la luz y la felicidad, recordándole a Angélica todos los momentos felices que habían compartido juntas.


Al tomar el ramo con cuidado, Angélica sintió el suave roce de las flores entre sus dedos. La mezcla de colores —el blanco puro de los lirios, el delicado rosa de las rosas, el vibrante morado de las orquídeas y el brillante amarillo de las margaritas— simbolizaba perfectamente su amor: una combinación de inocencia, gratitud, inspiración y alegría. Miró a Astrid a los ojos, sintiendo que su corazón se llenaba de emoción.


—No sé qué decir... son preciosas —respondió Angélica, dejando que una pequeña lágrima de felicidad se deslizara por su mejilla. Con esas flores, Astrid había logrado capturar a la perfección la esencia de su relación. La emoción de la chica de cabellos rojos fue tal que, sin pensarlo más, abrazó con efusividad a su novia, dejando el precioso ramo en el centro del mantel. Sin querer, ese gesto hizo que todo se viera aún más hermoso de lo que Angélica había planeado.


En ese momento, Angélica supo qué sería lo primero que fotografiaría, o, en este caso, lo que mantendría inmortalizado en su cámara. Cuando Astrid, sosteniendo la cámara, tomó la foto de su novia con el hermoso ramo, se dio cuenta de que su pequeño plan había salido a la perfección.

«Love Comes In Different Ways» Flufftober 2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora