La Leyenda de los Antiguos

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El sol aún no había salido completamente cuando Carlos despertó a los adolescentes. La luz de la mañana apenas comenzaba a colarse entre las copas de los árboles, y el aire estaba cargado con el olor fresco de la selva húmeda. José se frotó los ojos mientras se sentaba en su saco de dormir, aún sintiendo la pesada sensación del sueño.

—Es demasiado temprano para esto —murmuró Diego, estirándose con pereza, mientras Valeria ya estaba de pie, revisando su mochila.

—Cuanto antes empecemos, antes veremos esas ruinas de las que tanto habla el tío Carlos —respondió Valeria, siempre dispuesta a la acción.

Camila, a medio despertar, se levantó emocionada. Desde que su tío había mencionado las ruinas la noche anterior, su curiosidad no había dejado de crecer. La idea de descubrir un lugar oculto, que nadie más conocía, encendía algo en su interior.

—¿Qué crees que encontraremos ahí? —preguntó Camila a José mientras se preparaban.

José se encogió de hombros, aún pensando en las palabras de su tío la noche anterior. Algo en la forma en que Carlos había hablado sobre las ruinas lo tenía inquieto, como si hubiera más de lo que había dicho.

—No lo sé —admitió—, pero tengo la sensación de que no será solo un montón de piedras antiguas.

Carlos los guió a través de la densa selva. El sendero que seguían no estaba marcado en ningún mapa y apenas era visible entre la vegetación. Era claro que no era un lugar frecuentado, y mientras más se adentraban en la jungla, más fuerte era la sensación de que estaban cruzando a un terreno desconocido.

Las horas pasaban lentamente mientras el calor aumentaba. El aire se volvía sofocante, y los sonidos de la selva parecían aumentar en intensidad. A medida que se adentraban más, la vegetación se hacía más densa, hasta que finalmente llegaron a una zona donde los árboles se abrían en un claro.

—Aquí estamos —anunció Carlos, deteniéndose y señalando hacia lo que parecía una formación rocosa cubierta de enredaderas.

José entrecerró los ojos, intentando distinguir algo entre las lianas que cubrían las rocas. Al principio, no vio nada especial, pero luego, cuando el sol golpeó un ángulo exacto, pudo ver las formas. Eran estructuras, antiguas, erosionadas por el tiempo, pero aún imponentes. Grandes piedras talladas se alzaban en un círculo, cubiertas de musgo y vegetación.

—¿Es esto? —preguntó Valeria, inspeccionando las rocas.

—Es solo la entrada —respondió Carlos, con una sonrisa enigmática—. Lo que realmente buscamos está más allá.

Camila se adelantó y, sin esperar indicaciones, comenzó a tocar las piedras, maravillada por las inscripciones talladas en ellas. Los símbolos eran extraños, pero al mismo tiempo familiares, como si hubieran sido tomados de una cultura antigua y perdida.

—Esto es increíble —murmuró Camila, pasando los dedos por las inscripciones—. ¿Qué significan?

Carlos se acercó a ellos, su expresión más seria de lo habitual.

—Estos símbolos pertenecen a una civilización que los locales llaman los Antiguos. Según las leyendas, ellos no solo vivían en armonía con la selva, sino que también dominaban los elementos: agua, fuego, tierra y aire. Las historias dicen que eran capaces de controlar el poder de la naturaleza a su antojo, y que esas habilidades les permitieron construir templos como este.

Diego, que había estado escuchando en silencio, no pudo evitar interrumpir.

—¿Estás diciendo que estas personas podían controlar los elementos? ¿Como si fueran... magos?

Los Guardianes del AmazonasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora