El Camino de las Llamas

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El sol estaba en su punto más alto cuando el grupo se adentró en la región del fuego, una vasta extensión de tierra árida y montañosa, donde el calor del suelo podía sentirse incluso a través de sus botas. Las rocas tenían un tinte rojizo, y en el horizonte se podía ver una columna de humo que se elevaba lentamente, señalando la ubicación del Templo del Fuego. Las pruebas que habían superado hasta ahora habían sido difíciles, pero todos sabían que la siguiente sería aún más desafiante.

—Se siente como si estuviéramos caminando sobre brasas —comentó Diego, secándose el sudor de la frente—. Es imposible respirar bien con este calor.

—Es el poder del fuego manifestándose en todo el entorno —explicó Tupaq, quien caminaba con calma pese al calor sofocante—. Este lugar está completamente influenciado por el elemento fuego, así que deben ser cuidadosos. La energía aquí es volátil.

Camila, quien enfrentaría la siguiente prueba, se adelantó unos pasos, con el rostro lleno de determinación. Aunque estaba nerviosa, sabía que esta era su prueba, su momento para demostrar que podía dominar el fuego. Desde pequeña, siempre había sentido una afinidad especial con el calor y las llamas. Ahora, esa conexión sería puesta a prueba de una manera que nunca había imaginado.

—¿Cómo te sientes? —preguntó José, caminando a su lado.

—Honestamente, un poco asustada —admitió Camila, sin apartar la vista de la columna de humo que señalaba su destino—. Pero también emocionada. Sé que el fuego está en mí, y quiero demostrar que puedo controlarlo.

Valeria, quien ya había superado su propia prueba, puso una mano en el hombro de su prima.

—Lo harás bien, Camila. Estás preparada. Recuerda lo que Tupaq nos dijo: no se trata de controlar el fuego, sino de entenderlo.

Camila asintió, reconociendo la sabiduría en esas palabras. Había visto cómo Valeria había superado la prueba de la tierra al conectarse con su elemento, en lugar de intentar dominarlo a la fuerza. Sabía que ese era el enfoque que debía tomar.

—Estamos cerca —dijo Tupaq, señalando una montaña de aspecto volcánico a lo lejos—. El Templo del Fuego está en la cima de esa montaña. Camila, esta será tu prueba, pero como siempre, necesitarás la armonía de los Cuatro del Sol para completar el desafío.

A medida que se acercaban a la base de la montaña, el suelo bajo sus pies se volvía cada vez más caliente, hasta el punto en que casi sentían que las suelas de sus botas se derretían. Las piedras a su alrededor comenzaban a brillar con una luz rojiza, y el aire olía a azufre.

—Nunca había visto algo así —dijo Diego, mirando asombrado las pequeñas grietas en el suelo que parecían emitir vapor—. Es como si la montaña estuviera viva.

Tupaq asintió.

—El fuego es vida, pero también destrucción. Aquí, el equilibrio entre ambos está presente en todo momento.

Finalmente, llegaron a la base del templo. A diferencia de los otros que habían encontrado, el Templo del Fuego era una estructura completamente natural, formada por la roca volcánica de la montaña misma. No había puertas talladas ni inscripciones, solo una abertura en la roca que conducía hacia las entrañas de la montaña.

—Este es tu momento, Camila —dijo Tupaq, mirándola con seriedad—. El fuego puede ser feroz, pero también es el más puro de los elementos. Debes aprender a manejarlo sin dejar que te consuma.

Camila respiró hondo, reuniendo todo su coraje. Luego, dio un paso adelante y entró en la abertura, adentrándose en la oscuridad de la montaña. La entrada se cerró lentamente detrás de ella, dejando a los demás en el exterior, esperando con ansiedad su regreso.

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