Los Guardianes del Amazonas

Ecos del Multiverso

El planeta, que antes estaba envuelto en el caos, ahora respiraba con una paz renovada. Las tormentas se habían calmado, el núcleo brillaba con vida una vez más, y el ciclo elemental fluía de nuevo en armonía. Las aguas que antes se agitaban ferozmente, ahora corrían tranquilas. Los vientos que habían rugido con fuerza destructiva, ahora susurraban suavemente entre los árboles que comenzaban a renacer. Los Cuatro del Sol habían cumplido con su deber, restaurando el equilibrio en ese mundo que había estado al borde de la destrucción.

Desde lo alto de una colina, José, Valeria, Diego y Camila observaban cómo el planeta lentamente volvía a la vida. Los cielos se despejaban, las tierras recuperaban su fertilidad, y las corrientes de agua volvían a fluir hacia los océanos con un nuevo propósito.

—Es increíble lo rápido que la vida puede recuperarse cuando el ciclo vuelve a su curso —dijo Valeria, sintiendo la vibración de la tierra bajo sus pies, como un pulso suave y constante.

—La vida siempre encuentra una manera —respondió José, observando cómo las criaturas del planeta comenzaban a emerger tímidamente, reconociendo la paz que se había restaurado.

Camila, que estaba sentada en una roca cercana, observaba el horizonte con una sonrisa satisfecha.

—Nunca me cansaré de ver esto —dijo—. No importa cuántas veces lo hagamos, restaurar el equilibrio y ver cómo la vida resurge es algo que siempre me recordará por qué hacemos lo que hacemos.

Diego, quien siempre había tenido una conexión especial con el viento, sintió una brisa suave acariciar su rostro. Sin embargo, esa brisa traía consigo algo más. No era solo el viento de ese planeta lo que sentía. Había algo en el aire, algo que venía de más allá.

—¿Lo sienten? —preguntó Diego, sus ojos entrecerrados mientras levantaba la mirada hacia el cielo—. Hay algo más en el aire... como un susurro, pero no es de este mundo.

José frunció el ceño, enfocándose en el agua a su alrededor. Valeria también cerró los ojos, concentrándose en las profundidades de la tierra. Ambos sintieron lo mismo que Diego. Había algo nuevo, una presencia diferente que se acercaba a ellos, algo que no pertenecía a ese planeta ni a los elementos que lo componían.

—Es como si el viento estuviera trayendo un mensaje de otro lugar —dijo Valeria, abriendo los ojos con una expresión de inquietud.

—Un mensaje... o una advertencia —añadió José.

Una Puerta Entre Mundos

De repente, en el horizonte, apareció una anomalía. No era una tormenta ni un fenómeno natural del planeta. Era una ruptura en el espacio, un destello de luz que crecía lentamente, como si se estuviera abriendo una puerta hacia otro lugar. Las corrientes de energía a su alrededor se distorsionaban, y el aire parecía vibrar con una intensidad extraña.

—¿Qué es eso? —preguntó Camila, poniéndose de pie de inmediato, con sus llamas listas para defenderse de cualquier amenaza.

—No parece ser parte de este mundo —respondió José—. Es como si se estuviera abriendo un portal... pero no es como el que usamos para llegar aquí.

Valeria, siempre conectada con la tierra y las fuerzas naturales, frunció el ceño.

—No siento que sea parte de la vida de este planeta. Es algo externo, algo que viene de un lugar mucho más distante.

Diego dio un paso adelante, sintiendo cómo los vientos a su alrededor se agitaban.

—No solo es distante —dijo—. Es de otro universo.

El portal se abrió por completo, revelando un paisaje que no pertenecía a ese mundo. En el otro lado, podían ver montañas flotantes, cielos teñidos de colores que nunca antes habían visto, y criaturas que desafiaban toda lógica. Era como si estuvieran mirando una realidad completamente diferente, una dimensión paralela que existía más allá de todo lo que conocían.