SURREY. PRESENTE.
—En una semana estoy de vuelta —anunció tía Lorrain besando mi mejilla.
Era la última en marcharse. Todos los demás ya hacía horas que habían partido de vuelta a sus hogares, pero ella tenía planeado ir a supervisar su nuevo hogar antes de regresar y pasar toda la estación en mi casa.
—Tía. —Mi voz tembló. Ella se giró, en el rellano de la entrada, sosteniendo, con sus manos cubiertas por los guantes morados, los bordes de su capa negra. Una nueva, puesto que la de anoche se la regaló a la mujer de Saint Martin's Church.
—Mi niña —dijo lentamente y en sus ojos brilló algo que me rompió—, el camino que traces debe tenerte a ti como prioridad.
Las lágrimas rodaron por mis mejillas mientras la miraba. Ella, que podía ver mis movimientos antes siquiera que yo, que me estaba viendo sin juzgarme y que me amaba incondicionalmente, cerca o lejos. Sacó una funda de cuero atada con un hilo dorado y me la entregó.
—Nosotros estaremos bien, te lo prometo. —Dio un paso de nuevo hacia mí y yo agarré sus manos con fuerza—. No debes dejar que eso te detenga. Sé esa protagonista.
Y me soltó y casi corrió hasta su calesa mientras mis rodillas se aflojaban y cubría mi boca con mis manos al ver qué había dentro de la funda.
En ese mismísimo momento, las palabras de Austin en la carta vinieron a mi mente: «De todas las veces que he podido decirte que te amo, esta es la más difícil, puesto que es una despedida, y las despedidas son duras y crueles cuando uno no quiere partir.»
—¡Tía! —grité y ella asomó su cabeza por la calesa ya en marcha—. Te quiero. Os quiero muchísimo a todos. No lo olvidéis.
—¡Jamás! —exclamó.
—Señora Benworth —llamó el ama de llaves a mi espalda—. Deberíamos salir de inmediato si quiere llegar a tiempo.
Me levanté con el billete en la mano. La pieza que aún no había encajado, pero que Lorrain se había encargado de resolver por mí. Había planeado ir hasta el puerto y preguntar allí mismo como podía hacerme con un boleto. Recordaba mis conversaciones con el vizconde y sabía que esta noche salía el siguiente barco hacia Nueva Gales del Sur. Supongo que no era la única que recordaba todo aquello.
Sequé mis lagrimas con el borde de mis dedos y me giré para verla cargar con mi baúl de viaje.
—Puede estar tranquila, Rosefield Hall II estará en todo momento cuidado y mantenido —aseguró con tono profesional.
—Recuerden lo del ala este —murmuré agarrando el baúl.
—Construiremos la escuela para los niños de la calle, mi señora, descuide.
Asentí lentamente, eché un último vistazo a la casa y descendí por las escaleras principales hasta la calesa que ya me esperaba. Era nueva, jamás la había usado y ni siquiera tuve un momento para apreciar ninguno de los detalles en ella. Es más, aún hoy día sigo sin saber dónde me subí aquella tarde.
La dulce pena, como la había llamado y descrito, dejó paso a algo más a medida que mi coche de caballos se alejaba de Surrey con dirección a la costa sur inglesa. Expectación, nervios, ganas.
Y recordé que, alguien me dijo una vez, «la vida es un constante círculo desdibujado que lucha por completar su forma».
Las vivencias, los recuerdos y experiencias —o, llamémosle también, caídas y batacazos— junto con tu aprendizaje, son las líneas de ese trazo que queda terminado cuando has vivido, entendido y aceptado algo. Cuando has aprendido una nueva lección. Una vez que haces de ese círculo una pieza más de ti, de tu carácter y de quién eres, se cierra y otro nuevo vuelve a abrirse. Otro ciclo, otra etapa en tu vida, algo nuevo que aprender.
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Una noche en Rosefield Hall [Benworth Series III] - Romantic Ediciones
Fiction HistoriqueAl darse cuenta de que se ha enamorado de William, el amigo de sus hermanos, Sarah intenta huir. En su viaje reconstruyéndose el corazón, encontrará la ayuda inesperada del Marqués de Sittingbourne. Y eso cambiará su vida para siempre. ...