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Primeras lecciones en el volante
Año: 1998

El aire fresco de la mañana se colaba por la ventana abierta del garaje

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El aire fresco de la mañana se colaba por la ventana abierta del garaje. El lugar estaba repleto de herramientas, piezas de coches y olor a gasolina, un ambiente que Sophie ya conocía muy bien, a pesar de tener apenas cuatro años. Siempre había algo que la fascinaba de ese espacio, un mundo donde su padre, Johannes Verstappen, parecía ser el rey indiscutible.

—Sophie, ven aquí —llamó Johannes con su voz profunda, una mezcla de autoridad y frialdad que Sophie ya entendía a esa edad.

La pequeña, de cabellos rubios y ojos grandes llenos de curiosidad, se acercó con pasos pequeños pero decididos, aferrándose a su osito de peluche mientras observaba cómo su padre ajustaba algo en el pequeño kart que había preparado para ella.

—¿Hoy puedo conducir, papá? —preguntó Sophie, su voz suave pero expectante.

Johannes se enderezó, limpiándose las manos con un trapo aceitoso, y miró a su hija con una expresión que no dejaba lugar para dudas.

—Hoy es el día. Pero escucha, Sophie —dijo, inclinándose para ponerse a su altura—, esto no es un juego. Si quieres ser la mejor, tienes que empezar a tomártelo en serio desde ahora.

Sophie asintió, aunque no comprendía del todo lo que significaba esa seriedad de la que hablaba su padre. Para ella, conducir parecía una aventura emocionante, algo que la hacía sentir importante.

—¿Sabes por qué estás aquí? —preguntó Johannes, señalando el kart con la cabeza.

Sophie frunció el ceño, tratando de encontrar la respuesta que su padre quería escuchar.

—Para... para ser la mejor, como tú, ¿no?

Johannes esbozó una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Era una sonrisa calculada, ensayada, como si confirmara que Sophie estaba siguiendo el guion que él había escrito para ella.

—Exactamente. Ser la mejor no es solo una opción, Sophie. Es una obligación. Así que, hoy vamos a empezar con lo básico. —Señaló el kart y luego le hizo un gesto para que se acercara—. Sube.

Sophie dejó caer su osito de peluche al suelo y trepó al pequeño kart. Sus piernas apenas alcanzaban los pedales, y sus manos, aunque pequeñas, se aferraron con fuerza al volante. Sentía una mezcla de emoción y nerviosismo, una sensación extraña que le revolvía el estómago.

—Papá, ¿y qué tengo que hacer? —preguntó, mirando a su padre con grandes ojos llenos de expectación.

Johannes se agachó junto a ella, ajustando el cinturón de seguridad con movimientos rápidos y eficientes.

—Primero, vas a aprender a controlar el kart. Eso es lo más importante. No importa lo rápido que vayas si no puedes controlarlo. El control lo es todo, Sophie. —Su voz era casi un susurro, pero cargada de una presión que la pequeña sentía profundamente.

Sophie asintió, aunque no comprendía del todo lo que su padre le estaba diciendo. Para ella, el control era simplemente sujetar el volante y girarlo cuando era necesario. Pero Johannes tenía otras ideas en mente.

—Presiona el pedal suavemente —indicó, observando cada movimiento con una mirada calculadora.

Sophie hizo lo que le pidió. El kart se movió lentamente, y por un momento, una sonrisa de satisfacción cruzó su rostro infantil. Sentir el movimiento bajo sus pies, el ruido del motor, la pequeña vibración en el volante, todo era nuevo y emocionante.

—¿Lo ves? —dijo Johannes, su tono carente de cualquier tipo de afecto—. Así es como se empieza, con calma. Pero esto es solo el principio. Vas a tener que aprender a controlar cada aspecto del coche. A sentirlo.

Mientras Sophie continuaba maniobrando el pequeño kart por el improvisado circuito que su padre había montado en el patio trasero, Johannes no dejaba de observarla con atención. Cada error, cada desviación del camino, era corregido con palabras frías y duras.

—¡Más despacio! ¡No frenes así! —gritaba Johannes cuando Sophie, asustada, presionaba los pedales con demasiada fuerza—. Tienes que sentir el coche, Sophie. No puedes dejar que te controle. Tú eres la que manda aquí.

Sophie se mordió el labio, intentando concentrarse más. Pero, a pesar de sus esfuerzos, no podía evitar sentir que algo en todo esto no estaba bien. Su padre no le hablaba como los otros padres que conocía. No la alentaba con sonrisas ni abrazos. Solo había presión, una constante demanda por más, por ser perfecta.

Después de varias vueltas, Johannes finalmente la detuvo.

—Bájate —ordenó.

Sophie, con las manos temblorosas por el esfuerzo y el miedo a decepcionarlo, se quitó el cinturón y descendió del kart.

—¿Lo hice bien, papá? —preguntó, con la esperanza de ver una chispa de orgullo en sus ojos.

Pero Johannes solo la miró con frialdad.

—No estuvo mal para ser tu primer día, pero tienes mucho que mejorar. —Hizo una pausa, y luego añadió—. Esto no es un juego, Sophie. Si sigues así, no llegarás a ningún lado.

Las palabras de su padre cayeron sobre ella como una losa pesada. Sophie quería hacerlo bien, quería hacerlo mejor, pero había algo en su forma de hablar que la hacía sentir como si nunca fuera suficiente.

—Pero... yo quiero ser la mejor, papá —susurró, con los ojos llenos de determinación pero también de miedo.

Johannes la miró durante unos segundos, como si estuviera evaluando cada palabra que salía de su boca.

—Entonces, tendrás que esforzarte mucho más. Porque ser la mejor no es algo que se diga, Sophie. Es algo que se demuestra. Y hasta ahora, no has demostrado nada.

Sophie asintió, mordiéndose el labio para no llorar. Sabía que llorar no estaba permitido. Eso lo había aprendido desde muy pequeña. Llorar no servía para nada en la casa de los Verstappen.

—Ve a descansar —dijo Johannes finalmente, volviendo a concentrarse en el kart—. Mañana empezaremos de nuevo.

Sophie recogió su osito de peluche del suelo y caminó hacia la casa. Cada paso que daba le pesaba más que el anterior, y mientras entraba en su habitación, se preguntaba si alguna vez sería lo suficientemente buena para su padre.

Se sentó en el suelo, abrazando a su peluche con fuerza, y aunque no entendía del todo por qué, sabía que algo en esa relación con su padre no estaba bien. Pero también sabía que no podía fallarle. Si Johannes decía que debía ser la mejor, entonces eso era lo que tenía que hacer. Porque en su mente infantil, el amor de su padre parecía depender de su éxito en la pista.

Y Sophie, a sus cuatro años, ya estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para conseguirlo.

Who's Afraid of Little Old Me? ▬▬ Checo Pérez Donde viven las historias. Descúbrelo ahora