Cap 7 : Fricciones y Fuegos

6 0 0
                                    

Los días seguían fluyendo en el castillo, entre las interminables tareas de limpieza y los encuentros inesperados con Ivar.

Una mañana, después de limpiar los pasillos principales, decidí tomar un descanso en el patio.

El aire fresco era un alivio bienvenido tras el trabajo físico, y me senté en una de las bancas, disfrutando de unos momentos de calma.

Mientras miraba las nubes en el cielo, sentí la presencia de alguien acercándose.

Sin necesidad de voltear, ya sabía quién era.

—¿No te cansas nunca de trabajar? —preguntó Ivar, su tono ligero, aunque noté la chispa de provocación en sus palabras.

Suspiré, sin ganas de entrar en una conversación, pero tampoco dispuesta a ignorarlo.

—Alguien tiene que hacerlo —respondí, sin mirarlo—. Y tú parecías demasiado ocupado para ayudar.

Ivar se rió entre dientes, como si mi respuesta hubiera sido justo lo que esperaba.

—Siempre tienes una respuesta mordaz, ¿no? Es como si estuvieras siempre a la defensiva —dijo, acercándose más y sentándose a mi lado.

Lo miré, irritada por su comentario.

—No estoy a la defensiva. Simplemente no me gusta que me molesten cuando quiero estar sola —respondí, mi tono más brusco de lo que pretendía.

Él arqueó una ceja, claramente disfrutando de la confrontación.

—¿Estar sola o alejar a los demás? —preguntó, sus ojos fijos en los míos—. Parece que te esfuerzas mucho en mantener a todos a distancia.

Sentí cómo mi frustración comenzaba a hervir, como si cada palabra que salía de su boca fuera un desafío directo a mi manera de ser.

—No todo el mundo disfruta de tener compañía todo el tiempo, Ivar —le contesté, apretando los dientes—. A algunas personas les gusta la tranquilidad.

—¿O es que te escondes detrás de esa tranquilidad? —dijo, su tono más serio ahora—. No puedes pasarte la vida apartando a la gente solo porque te sientes incómoda cuando alguien se acerca demasiado

Sus palabras me golpearon como una bofetada, y el calor de la ira subió rápidamente por mi pecho.

—¿Qué sabes tú de lo que me incomoda o no? —espeté, levantándome de golpe de la banca—. No eres quién para decirme cómo debería comportarme o qué debería sentir.

Ivar se mantuvo tranquilo, pero sus ojos brillaban con una mezcla de curiosidad y desafío.

—No estoy diciendo que debas cambiar, solo estoy diciendo que pareces disfrutar de tu rabia y tu soledad —dijo, su voz llena de sarcasmo—. ¿Te sientes más fuerte así?

—¡No me conoces lo suficiente como para decir algo así! —le grité, la frustración explotando—. No tienes idea de lo que he pasado, de por qué soy como soy.

—Tienes razón, no lo sé —respondió Ivar, poniéndose de pie frente a mí, su rostro serio ahora—. Pero lo que sí sé es que no puedes ir por la vida construyendo muros y esperando que nadie se atreva a cruzarlos.

—¡Tal vez esos muros son lo único que me mantiene cuerda! —respondí, sintiendo cómo la tensión entre nosotros se intensificaba—. Si no lo entiendes, entonces no te metas en mis asuntos.

Ivar se quedó en silencio por un momento, evaluando mis palabras.

Luego, dio un paso hacia mí, su presencia imponente y su mirada fija en la mía.

El Mismo Temperamento +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora