CAPÍTULO XX

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TAVI

No conozco a Bruno en absoluto o más bien creí que lo hacía.

Mamá y papá todo el tiempo mientras crecíamos Tobías y yo, nos contaron historias sobre él.

Cómo lo conocieron, a qué se dedicaba de pequeño y todos los logros que iba acumulando en su paso por la preparatoria, universidad y después cuando compró una empresa casi en quiebra y la resucitó entre las cenizas hasta convertirla en lo que es hoy, sin embargo nunca reflexioné sobre el arduo trabajo que eso significaba, más bien siempre me sentí celosa porque lo adoraban y admiraban.

Nunca me puse en su lugar y pensé en ese niño que fue obligado a ser un adulto.

Hoy tuve esa visión, no vi a mi jefe de treinta y dos años explotador y tirano. Vi a un hombre que no tuvo una niñez adecuada, una niñez como la tuvimos yo y Tobías, ni siquiera una niñez como la están teniendo Lena y Pita, quienes a pesar de las dificultades y carencias tienen un padre y una madre que se preocupa por ellas.

Él no tuvo nada de eso, por eso hoy se está divirtiendo tanto, hoy vi a un niño en el cuerpo de un adulto exitoso.

Un hombre que ahora se divierte como un niño, pero que más tarde se divertirá como un adulto, a juzgar por como Martha le ha susurrado secretos al oído y como lo miraba mientras bailaban.

Y el simple pensamiento me revuelve el estómago.

Estoy apretando el mármol del lavabo del baño del salón de eventos cuando una figura aparece en el espejo.

Su mirada recorre el lugar y después entra completamente dejándonos encerrados.

Las palabras se me atastcan en la garganta, debería decirle algo como que no puede estar en este lugar, que salga de inmediato y se vaya con ella, pero en lo unico en lo que me puedo concentrar es en como su mirada me quema y eso que nos estamos mirando a través del espejo.

Su traje, al igual que él mío, no lo sexualiza, pero debo estar mal de la cabeza y ser una pervertida al sentir como poco a poco mis partes intimas se van mojando por como se ve con esa ropa y el maquillaje, por como el delineado y sus gruesas pestañas  intensifican el color de sus ojos.

Poco a poco acecha hacia mí, lentamente midiendo cada paso, como un depredador se acerca sigilosamente a su presa para evitar  asustarla y que escape de sus garras y yo, aunque quiera, no puedo moverme, mis músculos están rígidos y por más que le pido a mis piernas que se muevan no me obedecen.

Sin romper el contacto visual a través del espejo se acerca hasta que siento en mi espalda el calor que emana su cuerpo.

Su chaqueta roza la tela de mi vestido cada vez que su pecho se expande al respirar, el mío hace lo mismo, es el único movimiento que hago, la subida y bajada de mi pecho al respirar e inundar mis cosas nasales y pulmones con su aroma.

Aún continuo mirando sus ojos, pero en mi periferia veo como levanta una mano, pienso que me va a tocar, pero solo la deja suspendida en el aire muy cerca de mi brazo y acerca su boca a mi oído lo suficiente para susurrar.

— ¿Puedo tocarte?— pide permiso.

Siento como la piel se me eriza en dónde su aliento mentolado y con un ligero toque de alcohol me acaricia.

Los labios se me han secado, mi garganta sube y baja cuando trago para aliviar la resequedad.

— Si dices que no, lo respetaré y me iré, pero no te prometo que no volveré a intentarlo.

Debería decirle que lo haga, a que se vaya  me refiero.

Es lo correcto, es lo mejor y más sensato y más adelante otro día, cuando lo intente de nuevo volveré a  rechazarlo y así sucesivamente hasta  que pueda renunciar y entonces alejarme definitivamente, pero no puedo y en contra de mi buen juicio…

— Hazlo — mi voz es tan baja que incluso yo misma no creo haberme escuchado, pero a juzgar por la sonrisa que me regala y el brillo de sus ojos, estoy seguro que él lo hizo, tan fuerte y claro como las órdenes de un general.

Pienso que su primer toque será con su mano en mi brazo, y así lo es, pero también siento otra parte de él, firme y dura que empuja contra mis nalgas.

Con su dedo recorre lo largo de mi brazo provocando que mi piel se erice y  siempre mantenemos el contacto visual, no lo perdemos ni un segundo.

— Octavia — mi nombre no debería sonar como si fuera una palabra erótica pero salida de sus labios bien podría serlo, más en el tono en el que lo dice, como si pronunciar la palabra le diera placer y dolor al mismo tiempo o un dolor placentero.

Pega sus caderas más a mi espalda y en respuesta me arqueo, el contacto hace que a ambos se nos escape un gemido, el mío suena vulgar en mis oídos, pero el de él se escucha como un gruñido ronco y profundo que aumenta aún más la humedad de mi sexo.

Mi cerebro está empañado por una neblina de placer y lujuria pero aún en su estado no puede ignorar lo que está pasando y lo que muy seguramente pase.

— ¿Qué cambió? — me atrevo a preguntar con miedo de romper la atmósfera de este momento, y lo veo, algo ocurre en sus ojos, un destello de algo parpadea, incluso los cierra y cuando pienso que se alejará y me rechazará como aquella noche en la oficina de mis padres, los abre y lo que sea que haya habido ahí ya no está, solo hay lujuria.

— Todo — contesta. — quería ser un hombre agradecido y correcto, quería alejarme y alejarte pero ya no puedo hacerlo.

— ¿Qué te hizo cambiar de opinión?.

Quiero saberlo, quiero entenderlo pero no puedo si no me lo dice, sé que cuando dice agradecido se refiere a mis padres que lo han ayudado, pero hay más cosas que no me dice y a juzgar por como aprieta los labios en una línea dudo que lo haga.

Y de pronto me  da la vuelta para quedar frente a frente.

— Muchas cosas — no dice más.

— Fuimos un error del otro — no puedo evitar recordar lo que me dijo y lo que le dije.

— También de los errores se aprende y si el error no es tan malo y el aprendizaje vale la pena, no me importa volver a cometerlo.

— Creo que aún podemos aprender algo esto — recorro con la vista su ropa, maquillaje y por último lo miro a los ojos y sonríe. La chispa en ellos los hace más brillantes y me hipnotizan.

Esa parte de mí cerebro que no está del todo nublada por la lujuria del momento, poco a poco se va empañando y yo lo permito.

Si algo pasó para cambiar su postura me lo dirá más tarde, de todos modos no es como que vayamos a empezar una relación, simplemente es sexo, nada más.

Sin mediar una palabra más y sin aviso me besa, si pensé que aquella noche me había devorado, estaba equivocada, la forma en la que me está besando ahora es sin inhibiciones, sin recato, sin temores, me besa con abandono, como si el mundo se estuviera acabando y todo lo que siempre quiso hacer fuera esto, besarme, unirnos hasta convertirnos en uno.

Me muerde el labio inferior para después asolar mi boca con su lengua, la mía lucha contra la de él, enredándose y saboreándose.

Mis manos están en su cabello, el sombrero se inclina a punto de caerse, pero antes de que suceda se lo quito y lo pongo sobre  el mármol blanco del lavabo, sus manos tampoco pueden estar quietas, me tocan por todas partes, desde la espalda hasta los pechos y cintura, como si fuera la primera vez que lo hace y apenas estuviera reconociendo mi cuerpo.

Se cansa de estar inclinado para poder besarnos y me toma de las caderas para subirme al mostrador del tocador, la nueva altura nos facilita el trabajo de tocarnos y evita que mis piernas inestables continúen sosteniéndome, pues era cuestión de tiempo para que empezaran  a fallarme.

Recorre con su boca mis mejillas y traza un camino de besos húmedos y descuidados hasta mi cuello, cierro los ojos disfrutando del placer y sensación de electricidad que sus atenciones me provocan, me siento ingrávida, como si no estuviera en la tierra y estuviera flotando en algún lugar del espacio, pero es cuando baja el escote de mi vestido que lleva el sujetador integrado y empieza a chuparme las tetas que siento verdaderamente tocar el cielo, aunque la temperatura que está alcanzando mi cuerpo indique que estoy en el infierno.

Inclino la cabeza hacia atrás recargándome en el espejo, mis piernas se abren permitiendo que Bruno se meta entre ellas y pueda frotar su erección, aún cubierta por su pantalón, en mi sexo, el cual a quedado a la vista solo protegido por mi tanga a causa que el vestido se me ha subido un poco hasta la cintura.

Alterna su boca entre cada pecho, mientras chupa uno me pellizca con su dedo pulgar e índice el otro, en cierto momento se detiene completamente y magrea ambos al mismo tiempo.

— Perfectamente preciosas — murmura, no sé si para mí, para él o para mis tetas, porque no me mira a mí, sino a ellas.

Después las justa y hace algo que nunca hubiera pensado, se mete las dos a la boca y me chupa ambos pezones al mismo tiempo para después remata con una mordida.

La sensación de lo que acaba de hacer, combinado con el roce de su erección es suficiente para que me venga, los ojos se me ponen en blanco y suelto gemidos patéticos e incontrolables mientras mi vagina se contrae en la nada, ni siquiera usó sus dedos para hacerme venir, solo su boca y su bulto fueron suficientes.

BESAR LA LLUVIA [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora