Capítulo 22

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No era una sorpresa para nadie que Damian Archer no era el mismo niñito asustadizo que tenía miedo de incluso expresar su opinión ante cualquier persona.
Él había cambiado, había cambiado mucho a decir verdad, y es que antes no tenía ninguna razón para luchar, para defenderse, para demostrar que él también podía ser fuerte.

Antes de Daisy, él no tenía nada.

Por eso no tuvo miedo de enfrentar cara a cara al agresor de su amada, mucho menos se asustó al momento de estrechar su mano o al hablar con él. No demostró miedo, ni siquiera titubeo, porque su rencor hacia ese hombre era mayor, y más que nada, el amor que sentía por Daisy era aun más grande que cualquier cosa, incluso más grande que él mismo.

Tenía miedo, apesar de todo aún tenía miedo, pero temía porque a Daisy no le gustase la persona en quien se había convertido, que no le agradara un hombre como lo era en ese entonces y que extrañara al pequeño Damian, que ni siquiera podía sostenerle la mirada.

Temía por que Daisy pensase que él podría llegar convertirse en uno de esos hombres que tanto daño le habían causado a lo largo de su vida.

Y dolió.
Dolió ver en sus ojos el terror que sintió por su sombría actitud. Le dolió ver como Daisy retrocedía un par de pasos, con sus mejillas sonrojadas por la brisa fresca y sus ojos acuosos por su reciente llanto.

Su expresión era la más dolorosa daga, incrustada en el centro de su pecho, llena de un veneno letal.
Llena de Daisy Taylor.

— Vamos — la voz de Lester lo sacó de sus pensamientos empantanados —. Daisy, vamos adentro.

— No quiero — se negó —. No pienso estar cerca de ti — escupió con evidente odio.

— Deja de ser un testaruda, hazme caso y no hagas un drama frente a los trabajadores — pidió entre dientes, bajo la atenta mirada de todos los jardineros.

— ¿Tienes miedo? — preguntó y por un par de segundos lo miró — ¿Tienes miedo que escuchen lo que hiciste y lleven el rumor por toda la manada?

— ¡Daisy! — se acercó a ella y con un brusco movimiento tomó la muñeca de la joven, buscando arrastrarla dentro de la casa.

— ¡Sueltame! — con su otra mano se ayudo para safarse del agarre.

Damian dio un paso, dispuesto a enfrentar a Lester y detener cual quiera que fuese su intención en contra de su señorita, pero eso fue lo único que pudo hacer, dar un único paso, pues su amigo Gus, lo tomó con fuerza del brazo, evitando que complicara en mayor nivel la situación.

— ¡No vuelvas a tocarme, Lester! — Daisy se agacho y tomó un piedra mediana, elevandola en el aire, totalmente dispuesta a lanzarsela a su esposo en la cabeza.

— ¡Daisy, baja eso! — ordenó el hombre.

Damian se alarmó cuando nuevamente divisó lágrimas recorrer las mejillas de su amada y sin pensar en las consecuencias se soltó del agarre de Gus y corrió hasta la joven, atrapando le piedra entre sus manos, lastimandose un poco en el proceso, evitando por poco el choque de la roca contra la cabeza de Lester.

Daisy respiraba entre cortado y lucía muy cansada, con sus mejillas totalmente húmedas y sus parpados expandidos con exageración ante la inesperada reacción que él tuvo.

Su mano dolía por culpa del fuerte impacto que tuvo la roca contra ella, causando que un poco de sangre abandonase su pálida palma y un dolor regular se hiciera presente.

— Damian Archer, ¿no es así? — una voz femenina se escuchó más allá de todo el escándalo.

Al voltear se encontró con una señora de largo cabello, negro, con ligeros destellos grises en las raíces. Vestida con elegancia, portando con ella un aura de poder total, como si se sintiera inalcanzable.

— ¿Disculpe?

— Fuiste el guardaespaldas de Daisy cuando vivía en casa de su padre — afirmó la mujer mayor —. Te reconocería donde fuera, fuiste el único hombre con la capacidad de domar a este animal.

Frunció el ceño, evidentemente en desacuerdo con las palabras despectivas de la mujer hacia su amada.

— Señora, yo no...

— Madre, estás alucinando — se burló Lester —. Es un simple jardinero, como siquiera va a domar a una mujer como esta.

— Hijito, sin Daisy no tiene trabajo — señalo la mujer —, la necesidad te obliga a buscar otro empleo.

El panorama era un poco irónico, todos los nuevos empleados se hallaban inmóviles, sin  saber que hacer en ese momento. Lester parecía receloso con la aparición de Damian, mientras Daisy aun se encontraba siendo presa por sus emociones reprimidas.

— ¿A qué viene todo esto? — preguntó con evidente molestia — ¿Crees que no puedo domar a mi mujer?

— Sí lo creo — dijo la señora, sin pelos en la lengua —. Deberías concentrarte en buscar a otras esposas, mientras este chico termina de domar a Daisy, tu puedes continuar con nuestra descendencia.

— No soy un maldito caballo para que me domen — finalmente habló la joven —. Aquí el único animal es su hijo.

— ¿Ves? — ella arqueo una ceja.

— Puedo domar a mi mujer, madre.

— Consumes tiempo en vano, esta inútil no te dará descendencia hasta que todo esto pase, mientras tanto debes buscar en tener a tu primogénito.

Decir que estaba confundido era poco, no entendía a que se refería aquella mujer y tampoco comprendía porque daba por hecho que tomaría el trabajo. Le agradaba la idea de tener a Daisy lo más cerca posible, pero no podía dejar de lado el trabajo que el su jefe le había confiado.

No iba a defraudar a quien le había ayudado con gusto. Además, no pensaba vivir en aquella casa, mucho menos sabiendo que su amada Daisy estaba sufriendo allí y él no podía hacer nada.

Tampoco pensaba fingir maltratarla para mantenerse ahí, ya no podía fingir más.

— Lamento decirle, señora — habló por primera vez —, que no pienso tomar el trabajo nuevamente, es agotador y estresante, por lo que he decidido dedicarme a la jardinería de por vida.

Los tres miembros de la familia Taylor le miraron estupefactos, la señora parecía ser la más sorprendida y decepcionada ante aquello, demostrando con su expresión lo frustrada que se sentía por aquella situación con su nuera.

— Te pagaremos el doble de tu salario actual — insistió.

— Lo siento, señora Taylor — se negó nuevamente —. Con su permiso, este asunto es familiar y nosotros nos hemos atrasado mucho — reverencio a la mujer —. ¡Andando, muchachos!

Antes de alejarse diviso a Daisy, esta también lucía decepcionada y totalmente deprimida, como si hubiese perdido cualquier esperanza de vida después de oírlo hablar.

Pero él ya no podía fingir más, no podía actuar como si no quisera arrancarle los ojos a ese bastardo por atraverse a tocar o lastimar a su señorita.
No podía prentender no demostrar lo mucho que la amaba y actuar como si no le importara, como si la odiara.

Lo hizo en casa de los York y cada día se sentía como si estuviese muriendo lentamente.

Ya no había marcha atrás para sus sentimientos, amaba a Daisy con toda su alma y no podría fingir lo contrario por más que lo deseara.

Ella tenía su corazón.
Ella simplemente... lo tenía todo de él.

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