Capítulo 3

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La nieve blanca y escarchada cubrían todo a su alrededor mientras el carruaje avanzaba con lentitud debido al peligro que conllevaba el conducir a altas velocidades cuando nevaba.

Daisy admiraba el paisaje desde su asintiendo, luciendo totalmente perdida en la inmensidad de sus pensamientos y memorias empantanadas. Las palabras degeneradas de George Slater no hicieron más que atraer recuerdos que creía ya enterrados y olvidados en el fondo de su memoria, apoderándose nuevamente de su ser.

Odiaba que sus recuerdos tuvieran tanto poder sobre ella.

Un frío incesante se sintió cuando la ventanilla del conductor se abrió permitiéndole a éste comunicarse con ellos desde afuera.

— Disculpen, pero la nevada está siendo muy intensa, sería mejor dejar el carruaje y refugiarnos en una casa cercana — sugirió el hombre que estaba a nada de morir de una hipotermia si no buscaba el calor pronto —. Además, los caballos tienen frío y cada vez andan más lento.

Daisy parpadeó seguidamente, intentando conectar ideas, buscando una respuesta en el caos que era su mente.
Miró al Damian con una suplica muda de que él se encargar de ello, pues ella no tenía cabeza ni para lidiar con su propia crisis.

— Tiene razón — respondió Archer —, sería bueno encontrar un refugio, la nevada parece volverse más fuerte a cada segundo.

— Cerca de aquí está mi casa, puedo llevarlos allá para que estén seguros — sugirió el chófer.

Damian miró a Daisy, esta todavía luciendo tan perdida en su propia mente que ni siquiera prestaba atención a lo que estaba ocurriendo a su alrededor.

— Se lo agradecería muchísimo, señor — contestó nuevamente el pelirrojo.

El chófer asintió y rápidamente cerró la ventanilla para arrear a los cabellos y dirigir el lujoso carruaje hacia su pequeña casa, que no estaba a más de unas dos cuadras de la calle en la que se encontraban.

El menor dirigió su mirada una vez más hacia su acompañante, notando como sus ojos color ámbar estaban perdidos en un punto fijo del suelo, totalmente ida.

Y sabía perfectamente que ella estaba triste, conocía cada una de sus expresiones y mañas. Como arrugaba el entrecejo cuando estaba molesta y fruncía la nariz tiernamente. Cuando estaba feliz se mordía el labio para esconder su sonrisa, pero sus ojos brillaban intensamente, pero cuando estaba triste su expresion perdía vida, sus ojos no brillaban y su presencia se volvía silenciosa, casi inexistente. Sabía que era un tanto extraño conocer tan bien a su mayor que incluso sabía cuando estaba triste sin que ella se lo dijera, pero amaba tanto a esa mujer que no podía evitar querer estar siempre un paso adelante de sus emociones, para saber cómo actuar y como ayudarla a sentirse mejor.

Y muy para su pesar, no sabía que hacer en aquella ocasión, porque no lograba entender el transfondo de los sentimientos de Daisy.

A ella le gustaba guardarse la mayoría de sus pesares y realmente, le preocupaba que un día se volvieran más grandes que ella hasta el punto de llevársela por completo a la oscuridad que la perseguía.

— Señorita...

Pero él haría lo posible por al menos intentar aligerar esa carga.

— ¿Mm? — los perdidos ojos de la joven lo enfocaron, luciendo cansados y dolidos.

— Ese hombre le hizo sentir, de alguna forma, un pesar intenso — dijo con preocupación y suavidad —. Puedo verlo en su expresión.

— Ya estamos en ese punto de la relación — se rio suavemente la pelinegra, buscando disipar la tristeza que la invadía —. No quiero hablar de ello realmente, Damian.

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