𝐗𝐗𝐗. 𝐂𝐄𝐍𝐈𝐙𝐀𝐒 𝐂𝐎𝐋𝐎𝐑 𝐏𝐋𝐀𝐓𝐀

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Capítulo 30

Después de la tensa reunión del consejo, Vermilion salió de la sala en busca de Darcel, pues necesitaba hablar con su hermano, pero no lo vio por ninguna parte.

—¿Dónde está Darcel? —preguntó el rubio a un sirviente que pasaba con prisa por el pasillo.

El sirviente se detuvo y, con una reverencia, contestó:

—Está en la sala de los príncipes, su gracia.

Vermilion asintió, agradeciendo en silencio, y se dirigió con prisa hacia la sala. Al entrar, el aire se sentía pesado, impregnado de tensión y él encontró a Darcel sentado, inclinado hacia adelante en una de las sillas. Sus codos estaban apoyados sobre sus rodillas y la frente enterrada entre sus manos, como si se estuviera lamentando.

—Darcel, aquí estás —dijo Vermilion, rompiendo el silencio de la sala.

Darcel no se movió ante las palabras de Vermilion, dejando un vacío silencioso en el ambiente y el rubio dio un paso adelante y continuó diciendo:

—Hermano, quiero que sepas que, antes de cualquier cosa o decisión que se tome, ellos no pueden hacer nada si yo me niego. Y sabes bien que puedo negarme a tomar la corona.

Darcel levantó la cabeza lentamente dejando a la vista sus ojos enrojecidos con lágrimas que se deslizaban con lentitud por sus mejillas, para reunirse en la punta de su nariz antes de caer al suelo.

—Acéptala —susurró Darcel, con la voz quebrada.

—Darcel…

—Acéptala, Vermilion —repitió Darcel, levantándose lentamente de su asiento e interrumpiendo a su hermano—. Yo tuve la corona y el trono, y no lo valoré. Además, padre siempre quiso que tú fueras el rey, no yo.

Vermilion avanzó unos pasos hacia él.

—Pues así no puedo aceptarla —dijo tajante—. Sé que entre nosotros siempre ha habido muchos desacuerdos, pero también sabes que jamás me he opuse cuando tomaste buenas decisiones, y sé que eso crearía un conflicto más grande, porque honestamente no creo que dejarías la corona tan fácilmente. Algo querrás hacer para mantenerla.

Darcel bajó la mirada, sintiendo un nudo en la garganta.

—Pues tienes razón. En realidad, no quiero soltarla —admitió, acercándose al ventanal de la sala—. Jamás pensé ni esperaba que me removieran del trono de esa manera. Me duele, Vermilion. Me duele profundamente en mi corazón. Me da rabia, sí, pero la abuela me lo pidió.

Vermilion se detuvo en seco, sorprendido.

—¿Qué te pidió la abuela?

Darcel cerró los ojos, intentando contener las lágrimas que volvían a amenazar con desbordarse.

—La abuela Diana habló conmigo antes de morir —comentó, con la voz rota—. Me dijo muchas cosas. Me contó la historia de esta casa, que seguramente tú conoces bien, y al final me pidió algo que, en ese momento, no comprendí del todo. Me pidió que me rindiera. —Darcel dejó escapar un suspiro tembloroso mientras abría los ojos, desvelando su tristeza—. Y hora lo entiendo; porque por más que quiera la corona, no la merezco y eso es lo que más duele. No puedo remediar todo el daño que hice, y la única forma que tengo de arreglar todo este desastre es apartándome.

El silencio cayó de nuevo en la sala, pero esta vez no estaba lleno de tensión, sino de una amarga resignación. Vermilion se acercó a su hermano, colocándose junto a él en el ventanal, mirando hacia el horizonte.

—Padre te quería mucho, aunque no lo creas —dijo Vermilion, rompiendo el silencio—. Él siempre puso su fe en ti.

—Lo sé. —respondió Darcel, con voz suave—. Sé que me quería más de lo que imagino, y lo demostró casi perdiendo su vida para salvar la mía y la de nuestra madre. La abuela me contó una historia de él, de cuando yo aún estaba en el vientre de madre, y ella me la confirmó.

𝐕𝐀𝐋𝐊𝐎: 𝐂𝐄𝐍𝐈𝐙𝐀𝐒 𝐂𝐎𝐋𝐎𝐑 𝐏𝐋𝐀𝐓𝐀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora