𝐗𝐗𝐕𝐈𝐈. 𝐋𝐀 𝐑𝐄𝐈𝐍𝐀 𝐌𝐀𝐃𝐑𝐄. 𝐏𝐀𝐑𝐓𝐄 𝐈𝐥

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Capitulo 27

Darcel atendió al llamado de su abuela y entró a la habitación. Sin pensarlo dos veces, él corrió hacia la cama donde la reina Diana yacía tendida, envuelta en sus sábanas y con melancolía, él se sentó junto a ella y tomó su mano.

—Abuela... —murmuró con pesar.

—Hijo... —respondió ella, con voz débil pero cálida, como de costumbre.

—¿Cómo está ella? —preguntó Darcel al encargado, que estaba junto a la cama.

—Hasta el momento, todo está bajo control, majestad. Los tés y las curaciones están funcionando. Esperamos que su mejoría aumente con el tiempo y con los cuidados necesarios.

—Gracias, encargado. Déjenos solos, por favor.

—Como ordene, majestad. Por favor, procure que la reina se mantenga en calma; con su permiso.

Antes de retirarse, el hombre se inclinó discretamente hacia Darcel, se dirigió a la puerta y los dejó solos en la habitación.

Una vez el encargado se retiró, Darcel se levantó de su lugar, cerró la puerta con seguro para que nadie los molestara y volvió a sentarse junto a ella.

—Ya verás que pronto te recuperarás, abuela —dijo él con una ligera sonrisa en su rostro.

Diana sonrió débilmente y, con un suave gesto de su mano, pidió silencio.

—Tranquilo, mi vida. Lo sé... —susurró ella, en un tono tan suave que apenas rompía el aire.

Darcel bajó la cabeza, con los ojos humedecidos por la culpa que acechaba su mente.

—Lo siento, lo siento tanto por lo que pasó, abuela; no quería que te expusieras a algo así. No, no era mi intención...

Diana, con un suspiro agotado, hizo un leve gesto con la mano para que callara, y él obedeció. Tras un momento de silencio cargado de incertidumbre, ella lo miró y preguntó:

—¿Qué estás haciendo, Darcel?

Él miró a su abuela y, con la voz rota, apenas pudo responder:

—Yo... yo no lo sé, abuela. Solo estoy tratando de que todo esto funcione; de verdad lo estoy intentando.

—Tranquilo —Diana asintió—. Recibí un comunicado donde solicitaste mi presencia aquí, pero antes de venir... —ella hizo una pausa, tomando aire—, tu tío Vile recibió un comunicado en el que se le informó de tu orden sobre abolir las regencias, y él está muy molesto, así que ha solicitado una audiencia, Darcel.  Él está decidido a removerte del trono antes de que destruyas esta casa.

Los ojos de Darcel se abrieron de par en par, llenos de incredulidad y enojo.

—¡Tío Vile no puede hacer eso! —exclamó, intentando contener su furia—. Él no puede decidir mi sucesión, que me corresponde por derecho.

—Sabes que él puede hacerlo, hijo.

—¡No puede! ¡Soy el heredero de padre! —replicó él, con la voz llena de frustración.

—Tu tío Vile conoció el deseo de tu padre de que tu hermano Vermilion ocupara el trono, y no tú. Y, con todo lo que estás haciendo, solo le estás dando más razones para pensar que él tenía razón.

La rabia comenzó a hervir en Darcel, que no pudo evitar replicar:

—¡Vermilion no es el primogénito! ¡No tiene ningún derecho! —gritó con rabia en su voz—. ¡El trono es mío por derecho, abuela!

—No es cuestión de quién nace primero, Darcel. No es cuestión de derecho. Es cuestión de merecerlo. Y tú... —ella hizo una pausa, dejando que el peso de sus palabras lo golpeara—, no te has ganado ese derecho. Estás llevando este reino, que a tu padre y a tu abuelo les costó sangre conseguir, y que a cada uno de los Worwick les costó la vida por el legado de esta casa, hacia su destrucción.

𝐕𝐀𝐋𝐊𝐎: 𝐂𝐄𝐍𝐈𝐙𝐀𝐒 𝐂𝐎𝐋𝐎𝐑 𝐏𝐋𝐀𝐓𝐀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora