Antoni.
Un mes después.
Ali me entregó el sobre con la ecografía sin decir palabra, y yo lo recibí en silencio, observando la imagen con detenimiento.
Cinco meses. Aunque no iba a las consultas con ella y apenas cruzábamos miradas, sabía cada detalle. Me aseguraba de estar al tanto, de alguna manera, sin que lo supiera.
La imagen del bebé me golpeaba de una manera que no esperaba. Lo que más me dolía es estar tan cerca de ella, pero a la vez tan lejos, era una especie de tortura a la que me había acostumbrado sin darme cuenta. Me dolía, más de lo que quería admitir, que me ignorara, que no se volviera hacia mí ni siquiera en los momentos más simples.
Lucian, por otro lado, había intentado hacer de mediador, aunque de una forma infantil. Sabía que no le gustaban los perros; esa fue su forma de hacer que Vasilisa y yo habláramos. Y aunque negué su petición, no podía evitar sentir un agradecimiento hacia mi hijo. Había intentado lo que ni siquiera yo había sido capaz de hacer: tender un puente.
Ella se veía hermosa. Más hermosa que nunca. El embarazo le sentaba de una manera que me desconcertaba.
A veces me encontraba observándola en silencio, deseándola de una forma tan retorcida y oscura.
No recordaba la última vez que había pasado tanto tiempo sin tocarla, sin sentirla. Y lo peor de todo era que no podía imaginarme con otra. La idea me repugnaba.
Lo único que me ayudaba era las bragas que me robe en su momento, y con ellas me masturbo, me resulta tan ridículo.
Había dejado de desear su sufrimiento. Al principio, me alimentaba la idea de vengarme, de hacerle pagar por lo que había hecho, pero ya no. Ahora todo lo que sentía se había intensificado de una manera que no podía controlar. La odiaba por hacerme sentir así, y al mismo tiempo, la amaba más por eso.
Cada vez que la veía, cada vez que nuestras miradas se cruzaban aunque fuera brevemente, sentía que todo dentro de mí se desmoronaba. Y eso... eso era lo que más me irritaba.
Guardé la ecografía en el cajón de mi escritorio y me recosté en la silla, sintiendo el peso de mis propios pensamientos. No sabía qué hacer con todo lo que me estaba pasando, y lo peor de todo era que Vasilisa no tenía idea de lo que me estaba haciendo sentir.
Me levanté de la silla con la mente nublada y salí de la oficina, decidido a buscar a Lucian. Sin embargo, al cruzar el umbral, la vi.
Vasilisa estaba ahí, parada, con una blusa que se ajustaba a su figura y sus tetas, dejando al descubierto su abultado vientre. El mundo a mi alrededor se detuvo.
El deseo me invadió como un torrente. Quería acercarme, besarla y dejar que mis manos recorrieran su piel, dibujando caminos en su vientre, dejando miles de besos que dijeran lo que las palabras no podían. La imagen de ella, con esa belleza que tenia, me desarmaba por dentro.
Nuestros ojos se encontraron, y el tiempo pareció desvanecerse. A pesar de que no me importaba nada más en ese momento, di un paso hacia ella, incapaz de resistir el impulso. La tomé de la cintura, sintiendo la suavidad de su piel bajo mis manos. El aroma a vainilla la envolvía, un recordatorio de todos los momentos que había perdido.
-Suéltame- aspecto y su voz sonaba firme, pero había un matiz de confusión. -Deja de tocarme.
Pero no la escuché. No podía. Mis manos se deslizaron por su vientre, disfrutando de la calidez que emanaba. La sentía a nuestra hija, la pequeña Kiara.
Me incliné, acercándome a su cuello, y dejé un beso suave. En ese instante, sentí un pequeño movimiento, una patada, dos. Me agaché un poco más, acercando mis labios a su vientre.
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Mi obsesión
Fanfiction"Vasilisa, una hermosa diseñadora de modas, se convierte en el objeto de deseo de Antoni, el poderoso y siniestro líder de la organización criminal conocida como La Pirámide. Con un corazón tan frío como el hielo y un alma corrupta, Antoni es el cre...