capitulo 35

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Vasilisa.

Cuando el médico entró en mi habitación, supe que ya era el momento. Estaba ansiosa por irme, aunque el médico insistió en recordarme todas las restricciones que tendría que seguir.

-Nada de esfuerzos, no debes estresarte, y por supuesto, poco sexo- dijo con una sonrisa apenas contenida.

Antoni soltó un suspiro a mi lado, pero yo no pude evitar reírme ante ese último comentario.

La idea de volver a casa con mis hijos y mi esposo me llenaba de felicidad, aunque sabía que tendría que ser paciente.

El me ayudó a sentarme en la silla de ruedas y me empujó suavemente hasta llegar al auto.

Su cuidado y devoción hacia mí eran notables. Me cargó en brazos para subirme al auto, con la misma delicadeza que si fuera de cristal. Durante todo el trayecto, no dejaba de mirarme, y aunque no dijo mucho, podía sentir su protección en cada gesto.

Cuando llegamos a la mansión que el tenía en Siberia, nuevamente me levantó en brazos, ignorando completamente la silla de ruedas.

Lo dejé hacer, apoyando mi cabeza en su pecho mientras me llevaba hasta nuestra habitación. Era como si en sus brazos no existiera el mundo fuera de nosotros dos.

Una vez en la cama, el antojo me golpeó con fuerza.

-Antoni, quiero dulces rusos. Me muero por unos.

-No puedes comer cualquier cosa- me respondió de inmediato, con su tono autoritario habitual.

Era su manera de preocuparse por mí, aunque a veces se le olvidaba lo que significaba ser paciente conmigo.

-Pero el médico no dijo nada sobre eso, ¿verdad?- repliqué con una sonrisa. Estaba decidida a disfrutar algo que tanto deseaba.

Antoni me miró con sus ojos calculadores antes de ceder.

-Está bien, pero ordenaré que te preparen algo más liviano. No quiero que te sientas mal.

Sabía que era su forma de decir que se preocupaba por mí, aunque siempre lo hiciera a su manera. Asentí, aceptando su condición, mientras me acomodaba en la cama. Todo lo que quería ahora era disfrutar de esos dulces.

Antoni se sentó a mi lado, y no dudé en acurrucarme contra él, apoyando mi cabeza en su pecho. Sentir su calor me daba una sensación de seguridad que siempre buscaba, especialmente después de todo lo que habíamos pasado.

-¿Crees que ya es tiempo de decirle a Lucian que va a tener otro hermanito?- pregunté.

Antoni dejó escapar un pequeño sonido, casi una risa, y su mano acarició suavemente mi brazo.

-Será una niña- corrigió, con esa certeza que siempre tenía en su voz.

Lo miré, sonriendo.

-No lo sabes- insistí, provocándolo un poco. -Podría ser un niño.

-Será una niña- repitió, con una convicción inquebrantable,

casi como si ya pudiera ver el futuro. Había algo en su tono que no dejaba lugar a discusión.

Suspiré y le sonreí.

-No me importa lo que sea- dije suavemente, acariciando mi vientre. -Solo quiero que nazca sano, eso es todo lo que deseo.

De repente, su mano subió a mi mandíbula y me sostuvo firmemente, obligándome a mirarlo a los ojos. No hubo aviso, solo esa intensidad abrumadora que era tan característica de él. Su boca se encontró con la mía, y nos besamos.

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