EL TORMENTO INTERIOR DE ALEXANDER

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En lo más profundo del castillo de Lucían DarkSoul, las sombras parecían susurrar secretos oscuros mientras Emily yacía en una celda fría y húmeda

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En lo más profundo del castillo de Lucían DarkSoul, las sombras parecían susurrar secretos oscuros mientras Emily yacía en una celda fría y húmeda.

Sus manos temblaban y su respiración se volvía errática, atrapada en el remolino de ilusiones y juegos mentales que su captor disfrutaba infligirle.

Lucían se acercó, sus pasos resonando con un eco siniestro. Su sonrisa era un filo cruel, y sus ojos, dos pozos de malicia, brillaban con un fuego infernal.

—¿Estás lista para otro juego, Emily? Esta vez, será un poco más... personal. —dijo, su voz burbujeando con una burla maligna.

Emily alzó la vista, su corazón latía como un tambor en su pecho, aunque intentaba mantener la compostura. —No tengo miedo de ti, Lucían. Puedes hacer lo que quieras, pero nunca me romperás —su voz, aunque temblorosa, estaba cargada de desafío.

Lucían soltó una carcajada fría. —Veremos, querida Emily Veremos.

Con un gesto lento y calculado, Lucían trazó un símbolo en el aire, invocando una ilusión que llenó la celda con una presencia fantasmal. La figura de la abuela fallecida de Emily apareció, con una expresión de tristeza y desesperación grabada en su rostro.

Emily retrocedió, sus ojos se llenaron de lágrimas. —¡Abuela, eres tú! ¿Cómo... cómo es posible?

La ilusión de la abuela comenzó a retorcerse de dolor, gritando mientras llamas ilusorias la consumían. Los gritos resonaban en los oídos de Emily, que intentaba contener el torrente de lágrimas.

—¡Abuela, no! —sollozó Emily, su voz quebrándose bajo el peso de la desesperación.

Lucían observaba la escena con una sonrisa sádica, disfrutando del sufrimiento de Emily. —¿No es maravilloso, Emily? Tener a tu querida abuela de vuelta... pero, oh, parece que está sufriendo mucho. ¿No te gustaría hacer algo al respecto?

La desesperación se apoderó de Emily, cada grito de su abuela era un puñal en su corazón. Aunque sabía que era una ilusión, el dolor era insoportable.

—¡No puedo soportarlo más! —gritó Emily, sus lágrimas fluyendo libremente.

Lucían se deleitaba con el espectáculo, sus carcajadas llenando la celda mientras la ilusión de la abuela se desvanecía. —¡Qué maravilla verte desmoronarte ante mis ojos! ¿No es emocionante? ¿No te has preguntado por qué conozco tu verdadero nombre, querida Emily?

Emily levantó la cabeza con esfuerzo, tratando de ocultar su debilidad. —No me interesa, Lucían.

—No te has preguntado por qué tienes esos sueños extraños, por qué puedes calmar al demonio dentro de Alexander, o por qué no recuerdas tu infancia.

—¿De qué hablas? —Emily lo miró, su rostro reflejando una mezcla de dolor y confusión.

Lucían se inclinó más cerca, susurrando con veneno en su voz. —Tú eres la única hija del hechicero real. Tienes miles de años como yo y Alexander. Eres un ser semi inmortal. La mujer que pensabas que era tu abuela, no lo era. Solo era una criada designada para protegerte. Pero finalmente te encontré, y esa maldita vieja pagó las consecuencias.

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