BATALLA ESPIRITUAL

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 En la sala del trono del castillo de Umbranoctis, Lucían se erguía con el pecho inflado y los hombros hacia atrás, su mirada centelleando con una mezcla de triunfo y malicia

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 En la sala del trono del castillo de Umbranoctis, Lucían se erguía con el pecho inflado y los hombros hacia atrás, su mirada centelleando con una mezcla de triunfo y malicia.

A su lado, Emily permanecía de pie, su piel tan pálida como la luna llena, y sus ojos vacíos, sin brillo, reflejaban el tormento que había sufrido a manos de Lucían.

Lucían se giró hacia Emily, una sonrisa torcida curvando sus labios, y con voz burlona, dijo: —¿Emily querida has visto alguna vez el rostro de la derrota? Permíteme mostrarte cómo se ve.

En ese momento, Lucían con su inmenso poder, abrió un portal hacia la ubicación de Alexander las puertas de la sala se abrieron de par en par, revelando la figura oscura y retorcida de Alexander. 

El demonio que lo había consumido completamente emanaba un aura de oscuridad y malicia

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El demonio que lo había consumido completamente emanaba un aura de oscuridad y malicia. La mirada fija de Alexander en Lucían, cargada de una intensidad intimidante, prometía destrucción

El demonio, ahora liberado por completo, habló con una voz gutural que resonó en las paredes de la sala. —Lucían... tu tiempo ha llegado a su fin. Te enfrentarás a la ira de los condenados.

Un silencio tenso se apoderó de la sala. El aire se volvió pesado, cada respiro parecía resonar en la vasta sala mientras Lucían y Alexander se enfrentaban. Dos fuerzas opuestas, destinadas a chocar en una batalla épica que decidiría el destino de Nocturnia.

Lucían frunció el ceño, su desdén evidente, pero una arruga de preocupación surcaba su frente. El aura abrumadora de Alexander parecía presionar contra su pecho, dificultando la respiración.

—¿Es esto lo mejor que puedes ofrecer, Alexander? —se burló Lucían. —Un demonio patético y desquiciado. No eres rival para mí.

Alexander, el Demonio, no respondió con palabras. En su lugar, se lanzó hacia Lucían con una velocidad sobrenatural. Sus garras afiladas se extendieron, listas para desgarrar la carne del vampiro arrogante. Apretó fuertemente el cuello de Lucían, quien, sin inmutarse, le hizo frente con una frialdad escalofriante.

La batalla que siguió fue una danza caótica de poder y violencia. Lucían y el Demonio intercambiaban golpes y lanzaban hechizos mortales con una ferocidad despiadada. Los muebles eran destrozados, las paredes se agrietaban y el aire mismo vibraba con la intensidad de su enfrentamiento.

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