Sangre y seducción (parte 2)

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La mañana siguiente

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La mañana siguiente

Emily se despertó lentamente, sus sentidos poco a poco tomando conciencia del mundo a su alrededor. Lo primero que notó fue el aroma suave y reconfortante de Alexander, una mezcla de madera de sándalo y algo indefiniblemente antiguo y misterioso. Abrió los ojos con suavidad, parpadeando para ajustarse a la tenue luz que se filtraba por las pesadas cortinas de la habitación.

Su mirada se posó en el rostro sereno de Alexander mientras dormía. Cada línea, cada contorno de su rostro, parecía esculpido por un artista maestro. Su respiración suave y pausada le transmitía una paz infinita, como si, en ese momento, todo estuviera bien en el mundo.

Una oleada de gratitud y felicidad inundó su corazón, expandiéndose por su pecho como una cálida luz. Nunca antes se había sentido tan viva, tan completa, como si hubiera encontrado una parte de sí misma que no sabía que le faltaba.

Con cuidado, para no perturbar el sueño de Alexander, Emily se deslizó fuera de la cama. El frío del suelo bajo sus pies descalzos la hizo estremecerse ligeramente.

Buscó con la mirada algo para cubrirse y encontró una suave bata de seda colgada cerca. Se la puso, deleitándose con la sensación del tejido contra su piel, antes de dirigirse hacia la ventana.

Con dedos temblorosos, apartó ligeramente las cortinas. El sol comenzaba a asomarse en el horizonte, como un pintor celestial que coloreaba el lienzo del cielo con trazos magistrales de dorado y rosa. La belleza del amanecer reflejaba la calidez de su amor, un nuevo día lleno de promesas y posibilidades.

Mientras disfrutaba del espectáculo tranquilo de la naturaleza despertando, sintió una mano suave posarse en su hombro. El toque, aunque esperado, la hizo sobresaltarse ligeramente.

Se volvió y encontró la mirada amorosa de Alexander, quien la contemplaba con una ternura que le quitó el aliento. Sus ojos, usualmente de un plateado frío, ahora brillaban con un calor que parecía derretir su corazón.

—¿Qué estás pensando? —preguntó él, su voz suave, como un susurro matutino, cargada de afecto y curiosidad.

Emily sonrió, sintiendo cómo su corazón se aceleraba ante la proximidad de Alexander. Se acercó a él, atraída como por un imán, sintiendo el calor reconfortante de su presencia. Apoyó la cabeza en su pecho, escuchando el latido constante de su corazón, un ritmo que ahora le resultaba tan familiar y querido.

—Estoy pensando en lo afortunada que soy de tenerte en mi vida —respondió, sus ojos brillando con sinceridad y emoción contenida. Cada palabra estaba cargada de un sentimiento profundo y verdadero.

Alexander la rodeó con sus brazos, atrayéndola hacia él en un abrazo cálido y reconfortante. Emily se dejó envolver, sintiéndose segura y amada. Sentía la suavidad de su cabello contra su mejilla y el aroma de su piel mezclado con el perfume de la mañana, una combinación que prometía grabarse para siempre en su memoria.

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