6 AM - J balvin, Farruko
Ya esta amaneciendo, el sol saliendo
Yo amanezco a lado tuyo, bebe
Y aun no recuerdo lo que sucedió ayerDesperté con la cabeza hecha un desastre. La luz que se filtraba por la ventana me daba justo en la cara, y cuando abrí los ojos, me di cuenta de que no estaba en mi cama. Ay, hpta..., pensé en voz alta mientras giraba la cabeza. A mi lado, Richard estaba durmiendo tranquilamente. Su pelo revuelto y esos tatuajes inconfundibles. Ay no, no, no — susurré mientras me levantaba con cuidado.
Me envolví en la sábana tratando de cubrirme, pero en ese momento él se movió, abrió los ojos despacio y se frotó la cara. Cuando me vio, sus cejas se levantaron.
— Uy, ¿qué pasó? — dijo él, claramente sorprendido, pero con esa maldita sonrisa ladeada que ya había visto antes.
— qué idiota — le respondí, intentando disimular lo avergonzada que me sentía.
— ¿Idiota? Ayer no me estabas diciendo eso — replicó, sonriendo aún más y estirándose. Mi cara se puso roja de inmediato.
— Esto no pasó, le dije mientras recogía mi ropa interior del suelo, con la esperanza de salir de ahí lo más rápido posible.
— Qué raro que no pasó, porque me acuerdo clarito de tus gemidos... — comentó él, levantándose de la cama sin ningún pudor, completamente desnudo. Mis ojos se desviaron, y cuando vi el tamaño de lo que había entre sus piernas, entendí por qué me dolían tanto las mías.
— ¡Ay, Dios mío, qué escándalo! — exclamé mientras seguía buscando mi ropa por toda la habitación, pero parecía que se había esfumado.
— Tan malota que se las da en el colegio, y aquí estabas diciendo 'más, más, más' — dijo él, fingiendo mi voz con un tono agudo mientras imitaba los gemidos. Lo miré fulminándolo con los ojos, pero no pude evitar que el calor en mis mejillas aumentara.
— Cuidado le cuenta a sus amigos, le advertí mientras intentaba ponerme el vestido, que por cierto no me cerraba.
— Yo no soy como esos gomelecitos con los que te juntas en el colegio — murmuró mientras se acercaba por detrás de mí. Sin decir nada, subió la cremallera de mi vestido con una facilidad irritante, luego me agarró con firmeza por los cachetes, acercándose peligrosamente a mi cara. Pude sentir su respiración en mi cuello cuando habló.
— Yo soy mucho más serio, mami, me dijo, y aunque por un segundo nuestras miradas se cruzaron, lo empujé.
— Eres peor — le respondí, sintiendo cómo mi corazón latía rápido. Terminé de vestirme y comencé a buscar mi celular como loca por la habitación. Cuando lo encontré, fui directa a la puerta.
— Espera, te llevo — dijo él, buscando algo por toda la habitación.
— No me voy a subir a tu carro, le respondí rodando los ojos.
— Ah, ¿sí? Te subiste en mí anoche, pero en el carro no te querés subir — dijo con una sonrisa traviesa.
— ¿Qué tanto estás buscando? — pregunté cruzándome de brazos, frustrada.
— El condón que se supone usamos... pero no encuentro nada.
Flashback.
— Espérate que me voy a poner el condón — me había dicho él, jadeando mientras intentaba buscarlo.
— Mételo ya, no aguanto más — le respondí yo, mucho más agitada y desesperada.
Fin del flashback.
Sentí el estómago caerme a los pies. Mierda..., susurré, recordando lo que había pasado.
— ¿Qué? — preguntó él, notando mi expresión de pánico.
— No usamos — dije casi en un murmullo, sintiendo cómo el calor subía de nuevo a mis mejillas, pero esta vez por el nerviosismo.
— ¿Qué dijiste? — me miró frunciendo el ceño.
— ¡Que no usamos, idiota! — le contesté, ya un poco más alto.
— Eso no puede ser... siempre uso — dijo, sacudiendo la cabeza.
— Pues anoche no — suspiré, señalando su gaveta de condones. Él la abrió y encontró todos los paquetes aún completos.
Nos quedamos en silencio por un momento, hasta que él salió por la puerta y yo lo seguí. Bajamos hasta su carro. Aunque no quería subirme, no tenía otra opción. Me acomodé en el asiento del copiloto y él encendió el aire acondicionado.
— Con confianza, pues — me dijo, mirándome de reojo.
— ¿Qué más confianza? Ya me cogiste — le respondí sin filtro, cruzando las piernas mientras miraba por la ventana.
— Ah, ve... — comentó él, riendo. —Qué rápido olvidás lo bien que la pasamos, mami. —Su tono paisa me sacaba de quicio, y no ayudaba que lo dijera con tanta seguridad.
Mi mente estaba hecha un lío. ¿Cómo carajos terminé enredada con este ñero que odio?. Necesitaba llegar a una farmacia cuanto antes.
— Una farmacia lejos, por favor — le pedí, intentando mantener la calma, pero sentía el pánico creciendo en mi pecho.
— Tranquila, yo sé que querés pasar más tiempo conmigo — dijo, riendo de nuevo mientras tomaba un desvío.
— Uish, cállate — rodé los ojos. Su risa me irritaba más cada vez.
Paramos en una farmacia y ambos quedamos en silencio por un momento. No sabía qué hacer.
— Ajá, no te vas a bajar a comprarlas — lo empujé ligeramente por el brazo.
— Pensé que ibas a ir vos — dijo él, levantando las cejas.
— ¿Yo? No sea iluso, deje de ser ridículo — le respondí, tratando de mantener la calma. Además... me da pena... — susurré la última parte.
Suspiró y se bajó del carro. Lo vi a través de la ventana de la farmacia, y claro, ahí estaba, coqueteando con la farmacéutica. ¡Maldito perro!. Cuando regresó, traía una botella de agua, la pastilla, y un chocolate.
— Toma — me dijo, dándome todo.
— ¿Y esto cómo se toma o qué? — le pregunté, mirando la pastilla con nervios.
— Te la tragás con el agua y ya está — me contestó, aunque pude notar que él también estaba nervioso. Ambos lo estábamos. Nos sentíamos como niños jugando a ser adultos, pero sabíamos que esto era serio.
Me tomé la pastilla mientras él me miraba. Le di un mordisco al chocolate y rompí el silencio.
— Las hormonas que me vas a descontrolar por tu culpa... — dije, mirándolo de reojo.
— ¿Por mi culpa? Vos eras la que gritaba anoche pidiendo más, más, más — respondió con una sonrisa burlona.
— Uy, te odio — le dije, dándole una mordida más grande al chocolate para no mirarlo.
— Del odio al amor, hay un paso, y ya lo cruzamos, mami — dijo riendo, y esta vez incluso yo no pude evitar sonreír