200 copas - Karol G
La veo sufriendo sola aunque lo niegue
Se muerde los labios pa' poder ser fuerte
¿Cuántas horas de llorar son suficientes
Pa entender que no es amor? Así que, suerte
Ella trata de aguantar y no se enoja
Te da más amor porque no quiere perderte
Pero, qué va, ya por ti no lloro más
Hoy yo voy a pedirle que te deje porque tú no vales na'La tarde había empezado como cualquier otra, tranquila y sin mayores sorpresas. Estaba en casa, sentada en el sofá, en una videollamada con Sara mientras comía espaguetis. Entre risas y comentarios sin importancia, me llegó una notificación. Una solicitud de mensajes en Instagram. Normalmente las ignoraba, pero algo en mi interior me dijo que la abriera.
— ¡Mira esto! — Sara reía, mostrando algo que había comprado. Yo, distraída, dejé de prestar atención cuando decidí entrar al chat. Fotos. Eran solo fotos.
Mis ojos se abrieron como platos cuando se cargaron completamente. No podía creer lo que estaba viendo. Richard... la ropa que llevaba puesta en esas fotos era la misma de la noche anterior. Me llegó desde una cuenta falsa, pero sabía perfectamente de quién se trataba. Natalia. La maldita Natalia.
Eran cuatro fotos. La primera, una imagen de los dos juntos, aparentemente en una discoteca. La segunda, en ropa interior, en lo que parecía una habitación de hotel. Y la tercera... la tercera me rompió en pedazos. Estaban... culiando. Lo reconocí al instante. Richard lo estaba disfrutando, lo conocía demasiado bien.
Mi plato de espaguetis cayó al suelo con un estruendo. Mi cuerpo se paralizó. Mi mente no lograba procesar lo que veía. Sara, al otro lado de la videollamada, notó mi cambio.
— ¿Marica, qué te pasó? Estás pálida — preguntó, preocupada, pero no pude contestar. Ni siquiera podía pensar con claridad.
La última foto mostraba a Richard acostado junto a ella, dormido. Después de todo lo que habíamos pasado juntos, esto. Sentí cómo se me bajaba el azúcar, mi presión se desplomaba. Me levanté, tambaleante, y casi me caigo al piso.
Comencé a llorar. Las lágrimas salían sin control.
— Pero habla, ¿qué te pasó? — la desesperación de Sara era evidente.
— Me puso el cuerno — murmuré entre sollozos mientras me ponía las chanclas. Por cierto, eran de él, ni siquiera lo pensé. Agarré las primeras que encontré.
— ¡¿Quéeee?! — gritó Sara, incrédula.
Tomé las llaves del auto y salí corriendo. La casa de su hermano Neymar no estaba lejos. En menos de cinco minutos ya estaba estacionada frente a su puerta, llena de rabia y dolor.
— Espérame, ya te llamo — le dije a Sara antes de colgar. Me limpié las lágrimas y me ajusté el vestido. No podía creer lo que estaba a punto de hacer, pero no me importaba.
Toqué la puerta tan fuerte como pude. Neymar me abrió, sorprendido. Ni siquiera lo saludé. Caminé directo hacia la sala. Ahí estaba él, Richard, de pie al instante en cuanto me vio entrar.
— Hola, amor. ¿Qué haces aquí? ¿Pasó algo? — su tono de preocupación solo me enfureció más.
— ¿Cuál amor? — le solté, y antes de que pudiera reaccionar, le di dos cachetadas. Rápido, certero.
— ¡¿Qué te pasa?! — me miraba sorprendido, tocándose la mejilla. Pero algo en su mirada... algo me decía que ya lo sabía.
— ¿Qué me pasa? ¿Qué me pasa, hijueputa? — mi voz se quebraba entre la rabia y el dolor. — ¿Me ves cara de payasa o qué?
— ¿De qué hablas? — su tono era débil, intentando no perder la calma.
Toda su familia estaba presente, en completo silencio, observando cómo la escena se desmoronaba. Ni un susurro. Todos expectantes.
— ¿Quieres que te muestre la foto? — dije, sacando mi celular. Busqué la foto rápidamente, la peor de todas. Esa en la que estaban culiando. Le mostré la pantalla. — Richard, esto fue ayer. Y no me mientas.
— Amor... — susurró casi sin voz.
— No, no te hagas el inocente, grandísimo hijueputa. ¡No te hagas! — mi voz resonaba en toda la sala, las lágrimas brotaban de mis ojos mientras lo veía a los ojos. Había una mezcla de incredulidad y tristeza en su rostro.
— Solo fue ayer, te lo juro... — respondió, su voz quebrándose, suplicante.
Mi corazón se rompió en mil pedazos. Cada palabra suya dolía más que la anterior. Quería que todo esto fuera una pesadilla.
— Richard... ¿por qué me hiciste esto? — mi voz era apenas un susurro mientras las lágrimas seguían cayendo. — Richard, yo lo dejé todo por ti...
Me acerqué más a él, mis ojos fijos en los suyos, llenos de lágrimas y rabia. Nunca había sentido tanto dolor en mi vida. Lo tomé por la camisa, acercándolo más.
— Nunca vas a encontrar a alguien como yo. A ver cuánto te dura esa tipa — le escupí, mi voz temblorosa pero firme. — ¡Te odio! En serio, te odio...
Neymar, su hermano, se interpuso entre nosotros. Me empujó suavemente hacia atrás, intentando calmar la situación. Yo solo lo miraba, con el corazón destrozado.
— Por tu bien... — le dije, controlando mis sollozos. — ¡Jamás me vuelvas a buscar! — le grité, dándole la espalda y saliendo de la casa con un portazo.
Subí al auto, mis manos temblaban. Conduje sin rumbo durante unos minutos hasta que no pude más. Paré en una esquina y dejé caer mi cabeza sobre el volante, llorando desconsoladamente. Golpeé el manubrio varias veces, impotente. Había confiado tanto en él, había dado todo de mí, y así era cómo me pagaba.
Donde no te buscan no haces falta