Loco paranoico

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Loco Paranoico– Silvestre Dangond

Y tú buscas la verdad en mí
Ay, yo busco la verdad en ti
Pero olvídate reina que la palabra celos hoy no cabe aquí...

Hijueputa ese —susurré mientras bajaba las escaleras con mi bolso al hombro. La rabia me quemaba la piel.

Hasta que sentí la puerta abrirse. Era él.

—Hola, amor —dijo con una sonrisa, acercándose para besarme.

—No —grité, empujándolo con fuerza.

—¿Cuál "amor", Richard? —le espeté, pasándole por al lado mientras me dirigía hacia la puerta.

—¿Y usted para dónde va con esa mochila? —dijo, jalándome por la correa.

—Vea, déjeme. Me voy. ¿Usted cree que yo soy idiota o que me chupo el dedo, gran malparido? —le contesté, los celos me ahogaban.

—¿De qué mierda me habla? —preguntó él, perplejo.

La locura siempre ha sido un adorno en nuestra relación.

pero esta vez ya no la soportaba más. Saqué mi teléfono y le mostré la foto que estaba rodando por Instagram. Él quedó en shock, sin saber qué decir.

—Usted me dijo que iba a verse con los pelaos, y será que me puede explicar por qué mierda ella estaba ahí, tan cerca de usted.

Él tartamudeó.

—Amor... ella solo llegó a saludar, nada más.

—Quédese quieto y déjeme sana. Quédese con su amiguita, que no sé por qué hijueputas siempre está donde usted está —grité, cada palabra más cargada de resentimiento que la anterior.

En ese momento, le llegó un mensaje.

—Muéstreme —dije, y cuando vi su reacción, lo supe. Era ella. Se puso pálido al revisar el mensaje.

—Amor, te juro que solo me preguntó cómo llegué...

Le arrebaté el teléfono y lo estrellé contra la pared.

—¿Y a esa hijueputa qué le importa cómo llegó usted? No es que solo fue a saludar —le respondí, mi voz llena de veneno.

Él se puso en la puerta, bloqueando mi salida.

—Richard, quítese —le dije, ya sin paciencia.

—Si me deja, la mato —dijo de repente, su voz oscura.

—Usted no vale ni verga, Richard. Muévase de esa puerta, que los tragos lo tienen hablando mierda —le contesté, subiendo la voz, el corazón latiendo con fuerza.

Se acercó lentamente, y yo agarré el cuchillo que estaba en la mesa.

—Richard, quítese —repetí, el filo del cuchillo brillando entre nosotros.

Nos empezamos a mover en círculos, mirándonos directamente a los ojos, cada paso lleno de tensión.

—Tóqueme un dedo, y no vuelve a saber de mí —dijo él, la voz cargada de desafío.

—Perfecto, me parece perfecto —respondí, mi mente a mil.

Lo amenacé con el cuchillo, acercándolo a su garganta.

—Richard, usted quiere que yo le meta este cuchillo en toda la garganta? —dije, acercándome más.

Él negó con la cabeza, pero no se movió.

—Entonces, muévase, papito, que me voy —le dije, el fuego en mis palabras.

Seguimos dando vueltas en círculos hasta que solté el cuchillo, el sonido del metal contra el suelo llenando la habitación. Aproveché para correr hacia la puerta, pero él fue más rápido. Me cargó por la espalda y me dejó nuevamente en el piso, esta vez bloqueando mi salida por completo.

Le pegué una cachetada, fuerte. Él movió la cabeza, frunciendo el ceño, mirándome directo a los ojos, su mandíbula apretada.

Pensé que me dejaría ir, pero no.

Me agarró por el cuello y me besó, agresivo, desesperado.

—Usted no se va porque usted es mía —susurró con la voz entrecortada antes de besarme más intensamente.

Y en ese beso profundo, nuestro amor voló, y voló y voló... y el mundo explotó.

...

Yo porque me invento estas locuras , no se , que lo disfruten

One shots . Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora