Lo mejor que hay en mi vida - Andrés Cepeda
Aclaración: estaban más o menos así
¿Quién me puede prohibir que yo mencione tu nombre?
¿Quién me puede prohibir que te sueñe por las noches?
¿Quién nos puede dividir si este amor es diferente?
Y te juro que no hay nadie que me aleje ya de tiEstaba sentada en mi escritorio, con la cabeza baja, las lágrimas cayendo sin freno. Frente a mí, un papel arrugado lleno de palabras que nunca se atreverían a salir de mi boca. Richard jamás leería esta carta, pero escribirla era lo único que me mantenía cuerda. Había sido un día largo, uno de esos en los que todo parecía conspirar en mi contra, y lo único que había pasado por mi estómago era un poco de Coca-Cola que había quedado en la botella.
Tomé un respiro, tratando de calmar el temblor de mis manos mientras escribía las palabras que me salían del alma.
"Richard,
Hoy estoy escribiendo una de esas tantas cartas que nunca vas a leer, pero siento que, si no lo hago, el dolor que llevo dentro va a ser demasiado para soportar. Sé que nunca entenderás lo difícil que ha sido todo esto para mí. Mi papá no te quiere cerca, dice que no eres 'suficiente' para mí, que no estás a mi 'nivel', pero lo que ellos no entienden es que tú eres todo lo que necesito. No me importan las palabras que me repiten cada día, ni los castigos. Lo único que me importa es lo que siento por ti, lo que hemos compartido.
Ellos no ven lo que yo veo cuando te miro. No ven tu bondad, tu forma de cuidarme aunque sea a la distancia. No ven la manera en que me haces sentir viva, como si todo en el mundo tuviera sentido cuando estamos juntos. Mi papá cree que puede controlarlo todo, pero nunca podrá controlar lo que siento por ti.
Llevo semanas sin poder abrazarte, sin poder siquiera estar cerca de ti, y siento que me estoy quebrando poco a poco. Los días pasan como si fueran una tortura, y lo único que me queda son los recuerdos de lo que éramos antes de que todo se complicara.
Me duele no poder estar contigo. Me duele que nos separen por algo tan superficial como el 'nivel social'. ¿Qué saben ellos del amor? ¿Qué saben ellos de lo que es estar dispuesta a todo por alguien?
He llorado tantas veces que he perdido la cuenta, y ahora, mientras escribo esta carta, las lágrimas siguen cayendo sobre el papel. Quiero que sepas que daría lo que fuera por estar contigo.
Te amo, Richard. Te amo de una forma que ni las palabras ni las cartas podrán expresar jamás. Aunque me quiten el teléfono, aunque pongan rejas en mi ventana, aunque intenten arrancarte de mi vida, siempre estarás en mí.
Porque eres lo mejor que hay en mi vida.
Con todo mi amor,
Tú sabes quién."Cerré los ojos por un momento y dejé que el dolor me envolviera. Sabía que esa carta nunca llegaría a sus manos. Mis padres nunca lo permitirían. Mi papá especialmente, siempre tan controlador, tan estricto. Cuando se enteró de que Richard y yo nos gustábamos, estalló en furia. No era el tipo de hombre que daba segundas oportunidades.
De repente, la puerta se abrió de golpe. Era mi mamá.
—Mija, allá abajo está la cena —dijo con voz suave, tratando de sonar comprensiva—. No llore más, si ve, esto es por su bien...
No le respondí. Apenas la miré.
—Límpiese esas lágrimas que va a entrar su papá —añadió antes de salir, dejándome sola de nuevo.
Apenas se fue, escuché los pasos fuertes de mi papá acercándose. Él entró en el cuarto con la misma energía agresiva de siempre. Parecía furioso.
—Me voy dos días a la base militar —anunció con voz fría—. No quiero problemas ni quejas. Y mucho menos quiero que se junte con el hijo de la señora Sandra.
No dije nada, ni siquiera lo miré.
—O el convento será la única opción —añadió antes de cerrar la puerta de un portazo.
Me quedé inmóvil en la silla. Las lágrimas no dejaban de correr, mojando el papel de la carta. Era demasiado. Todo estaba siendo demasiado para mí.
Al día siguiente, mi papá ya se había ido. Estaba lloviendo con fuerza, y yo no podía evitar asomarme por la ventana, esperando ver una señal de Richard. Y entonces, entre la lluvia, lo vi. Estaba empapado, pero allí estaba, justo al frente de mi casa, mirando hacia mi ventana. Nuestras miradas se encontraron y supe que tenía que verlo, aunque solo fuera por un segundo.
Bajé las escaleras corriendo. Mi corazón latía con fuerza. Sabía que estaba desafiando todo lo que me habían impuesto, pero no me importaba. Al llegar a la puerta, mi mamá habló desde detrás de mí.
—Hija, por favor no...
No le respondí. Abrí la puerta y corrí hacia él. Todos los vecinos me vieron, pero no me importaba. Lo único que quería era abrazarlo. Cuando llegué a donde estaba Richard, nos envolvimos en un abrazo profundo, y, a pesar del frío, me sentí completa por primera vez en semanas. Le di un pico rápido y lo miré a los ojos. Estábamos empapados, pero nada importaba en ese momento. Era solo él y yo.
Cuando no quede en este mundo una persona que te quiera
Aquí estaré para decirte que te espero hasta que muera
Y te repito una y mil veces, para mí, no estás prohibida
¿Quien va a prohibirme que te entregue lo mejor que hay en mi vida?La paz duró poco. Dos días después, cuando mi papá regresó, todo cambió.
—Dame el teléfono —dijo entrando en mi cuarto sin previo aviso, con esa voz autoritaria que siempre usaba. Le entregué mi celular sin decir una palabra.
—Arregla tus cosas. Hoy mismo te vas.
—¿Qué? —pregunté incrédula, mi voz quebrándose.
Él salió sin responderme. Nunca había estado tan decidida a hacer algo como en ese momento. Pero por mucho que lo intentara, no había forma de escapar. Las rejas en mi ventana, recién instaladas, me lo recordaban. Estaba atrapada.
Lloré mientras hacía la maleta. Sabía que el convento era real, que no había vuelta atrás. Mi mejor amiga, Greis, llegó al rato. Era la única que mi mamá toleraba, y tal vez la única que podía ayudarme en ese momento.
—Se va, gonorrea, ¿si ve? —dijo con tristeza mientras me ayudaba a empacar.
—Avísale a Richard que me voy a las cuatro —le pedí entre sollozos.
Ella asintió, sabiendo que esa despedida sería la más dolorosa de todas.
Cuando mi papá entró al cuarto por última vez, supe que el final había llegado.
—El bus del convento ya llegó —dijo con su tono implacable.
Me despedí de mi mamá con un abrazo largo y silencioso, y caminamos hasta la parada de buses. Allí, entre el caos, estaba Richard, junto a sus padres. Cuando vi su cara, supe que no podía dejarlo sin decir adiós. Corrí hacia él y nos abrazamos con fuerza.
—Te amo —me susurró al oído, y me entregó su anillo. Lo tomé entre mis manos, aferrándome a él como si fuera lo último que me quedara en el mundo.
Cuando no quede en este mundo una persona que te quiera
Aquí estaré para decirte que te espero hasta que muera
Y te repito una y mil veces, para mí, no estás prohibida
¿Quién va a prohibirme que te entregue lo mejor que hay en mi vida?
Lo mejor que hay en mi vidaMi papá, furioso, intentó separarnos.
—Suba al bus ahora mismo —ordenó.
Antes de hacerlo, miré a Richard una vez más, deseando que supiera lo mucho que lo amaba. Y mientras el bus arrancaba, me aferré al anillo y a los recuerdos. Porque, por el resto de mi vida, él sería mi único amor.
¿Quién me puede prohibir que yo mencione tu nombre?