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Corrió

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Corrió. Sus pies golpearon la acera. Su bolso chocaba contra su costado. La gente la miraba. No le importó. Corrió tan rápido como pudo, tan rápido como le permitieron sus zapatos de trabajo. Fuera de su edificio, se vio obligada a detenerse para desbloquear la puerta antes de entrar, con el corazón martilleándole contra el pecho. No tomó el ascensor. Necesitaba correr. Subió las escaleras, de dos en dos, hasta que llegó al cuarto piso y el ardor de sus pulmones la obligó a aminorar la marcha. Los tres últimos pisos los subió de uno en uno, con las piernas protestando.

Buscó a tientas la llave para acceder a su apartamento y se le cayó dos veces antes de conseguir abrir la puerta. Su bolso aterrizó en el sofá y las llaves cayeron tras él. Respirando con dificultad, caminó de un lado a otro por el amplio salón. De un lado a otro. De un lado a otro. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, pausa. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, pausa. Respira, Lisa, respira, se dijo a sí misma. No estaba funcionando. No se sentía tranquila. No tenía el control. Los contornos de su visión se nublaron.

─ ¡MIERDA! ─ gritó, tomando el objeto más cercano, que resultó ser una almohada, y lanzándolo contra la pared del fondo, donde rebotó y cayó al suelo. Insatisfecha, buscó otro objeto, esta vez un marco de fotos que contenía una foto suya y de su equipo en el quinto aniversario del Refugio.

Los fragmentos de cristal se esparcieron por el suelo cuando el marco chocó contra la pared. Lisa soltó otro grito, tomó un jarrón y lo levantó por encima de su cabeza.

─ ¡Woah, Lisa! ─ gritó Rosé cuando entró en la habitación. ─ ¡¡Ow, mierda!! ─ gritó mientras su pie descalzo era atravesado por un fragmento de cristal.

─ ¡La odio! ─ gritó Lisa, ignorando a su compañera de piso, que saltaba sobre un pie tratando de arrancarse el fragmento del pie, goteando sangre sobre el suelo de madera mientras lo hacía.

─ ¿De quién hablas?

─ ¡Jennie Kim! ─ Lisa gritó. ─La odio, joder. Ella arruinó mi vida. ─ El jarrón acompañó al marco de foto, espadas de cerámica que ahora se añadían al campo de minas por el que Rosé se veía rodeada.

─ ¡Lisa, para! ─ gritó Rosé, cojeando en dirección a su amiga, que estaba buscando algo más que destruir. ─La odio, ─ repitió Lisa, con una taza de café medio llena en la mano.

Lanzándose sobre la castaña, Rosé rodeó con los brazos a su angustiada amiga y forcejeó con ella para tumbarla en el sofá. La taza cayó, intacta, al suelo, donde el líquido frío y marrón se extendió rápidamente por los tablones de madera, manchando el borde de la alfombra al entrar en contacto.

─Lisa, cálmate. Háblame. Dime qué ha pasado, ─ suplicó Rosé, luchando por sujetar a la mujer. Lisa intentó liberarse. Necesitaba tirar cosas. Necesitaba enfadarse, desahogarse, descargar sus frustraciones, su dolor. Y entonces, de repente, el cuerpo de Lisa quedó inerte.

La mujer soltó un sollozo ahogado y escondió su rostro en el cuello de Rosé.

A sabiendas de que su amiga no podría hablar hasta que estuviera lista, Rosé la abrazó, rodeando con más fuerza a la temblorosa figura e intentando ignorar el latido de su pie, por donde seguía saliendo sangre del corte causado por el cristal.

Refugio | JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora