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─Jennie, no puedo hacer esto, ─ dijo Lisa, con el corazón en la boca. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, pausa. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, pausa. ─Puedo ser tu contacto principal. Puedo ser tu consejera. Puedo darte a ti y a Luca todo el apoyo que necesiten en el refugio. Pero no puedo hablar de esa noche, por favor. Está en el pasado. Ya pasó. No puedo remover esos recuerdos.
La castaña se puso en pie, necesitando algo de distancia, pero Jennie también se incorporó de un salto. ─Lisa, para, no te vayas. Lo siento.
─No me iré lejos. Sólo necesito algo de espacio, ¿ok? Tengo que aclarar mis pensamientos. ─ Lisa dijo. ─Volveré en un rato.
Lisa se dio la vuelta y cruzó el parque con las manos en los bolsillos. Jennie la vio alejarse, con el corazón oprimido por el arrepentimiento. Supo que había sido un error quedarse en el refugio cuando descubrió quién lo dirigía. Aquello era demasiado. Demasiado para Lisa y demasiado para Jennie. Debía marcharse, lo sabía. Pero al mismo tiempo, sabía que no lo haría. No podía. Ahora que había encontrado a Lisa, aunque nunca la había buscado a conciencia, no podía marcharse. Volviendo a tumbarse en la manta de picnic, Jennie se obligó a dirigir la atención a su hijo, que seguía pateando el balón de fútbol de un lado a otro entre sus pies.
Luca tenía que ser su número uno. Siempre lo había sido. Y si Lisa estaba dispuesta a ser su consejera, a ser la persona encargada de su caso, a ayudarle a hacer una nueva vida en Nueva York, entonces Jennie estaba dispuesta a dejar que la castaña desempeñara ese papel en su vida. No era el papel que una vez imaginó que Lisa desempeñaría, pero había una serie de elementos en su vida que no habían funcionado como ella había planeado.
No podía arrepentirse de sus decisiones porque le habían dado a Luca, a pesar del dolor y la angustia que las acompañaban. Pero sí podía arrepentirse de su comportamiento en el instituto, de cómo había tratado a Lisa y a otros alumnos. Sólo necesito la oportunidad de demostrarle que lo siento, pensó Jennie. Pero no quiso presionarla. Lisa necesitaba espacio. Lisa necesitaba que su relación fuera profesional. Jennie lo respetaba. Podía hacerlo. Pero un día, tal vez semanas, meses en el futuro, una vez que estuviera fuera del refugio y asentada en su nueva vida, había algunas cosas que sabía que necesitaba decirle a la mujer castaña que seguía caminando lejos de ella, al otro lado del parque.
─Mamá, ven a jugar conmigo, ─ llamó Luca, aburrido de entretenerse.
Jennie se levantó de la manta y comprobó los cordones de sus zapatillas. Satisfecha, se dirigió hacia su hijo, que le sonrió ampliamente y pateó el balón de fútbol hacia la mujer que se acercaba. Su puntería aún no era fantástica y el balón salió desviado, pero Jennie corrió para volver a ponerlo en línea y los dos empezaron a darse pases. Jennie nunca había jugado mucho al fútbol antes de ser madre de un niño pequeño, pero desde que Luca pudo corretear por el parque, había sido el juego preferido del niño y, como tal, Jennie se encontraba a menudo involucrada en este deporte.