⋟ 31.

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El primer rayo de sol se colaba por la ventana rota, iluminando la cabaña. Minseok abrió los ojos con una sensación de paz que hace mucho no sentía. Estaba envuelto en los brazos fuertes de Minhyung, sintiendo el latido pausado de su corazón contra su mejilla. Por un momento, olvidó el frío de la cabaña, el polvo que flotaba en el aire y el olor metálico de la sangre. Nada importaba más que este instante perfecto, este pequeño refugio en los protectores brazos de su líder.

Minseok se quedó quieto, observando al otro con una mezcla de admiración y adoración. Miró el contorno de su rostro, los párpados cerrados que proyectaban sombras sobre sus pómulos marcados, sus labios ligeramente entreabiertos y el cabello despeinado que caía en desorden sobre su frente. En este estado, Minhyung se veía casi angelical, aunque sabía que era todo lo contrario. Minhyung no era un hombre común, no era alguien a quien podía entenderse con facilidad. Había algo más profundo, oscuro y magnético, como si una fuerza mística lo envolviera y lo hiciera imposible de resistir. Minseok creía que esa atracción era un privilegio, un don que solo él podía comprender realmente.

Cuando el mayor comenzó a despertar, su respiración se agitó. Intentó moverse, pero el dolor lo traicionó, y una mueca de molestia cruzó su rostro. Intentó disimularla al ver a Minseok tan cerca, pero la tensión en su mandíbula delataba que sus heridas aún lo atormentaban.

—¿Estás bien, Minhyung? —preguntó en voz baja, sus dedos temblorosos acariciando la mejilla del otro.

Minhyung intentó asentir, apretando los dientes para no mostrar debilidad, pero el dolor se sentía como brasas ardiendo bajo su piel. Tenía cortes y hematomas en todo el cuerpo, y apenas se había recuperado lo suficiente para sentarse en la cama. Sus recursos se estaban agotando rápidamente, y no le quedaban opciones claras.

—No es nada, Minseok. No hay mucho que podamos hacer. 

El brillo en su mirada, generalmente astuto y calculador, parecía algo apagado, casi derrotado. Era extraño ver a Minhyung así, sin esa chispa de ingenio y control, casi perdido, como si la situación lo hubiera arrastrado a un estado de resignación. Pero Minseok no podía aceptar eso. No después de todo lo que Minhyung significaba para él, de lo que él mismo había arriesgado solo para estar allí, a su lado.

—Podemos hacer algo —dijo el más bajo, con una chispa de convicción en sus ojos. Miró a Minhyung como si acabara de encontrar una respuesta a todos sus problemas—. Podríamos empezar de nuevo... en otro lugar, lejos de aquí.

Minhyung lo miró con curiosidad, pese a que su rostro mostraba signos de escepticismo. —¿Y cómo haríamos eso, Minseok? Sin dinero, sin apoyo... soy un hombre muerto para el mundo.

Pero el menor no se dejó intimidar por la respuesta cínica. Su entusiasmo creció mientras hablaba, sus palabras impregnadas de una devoción inquebrantable. —Hay gente en Seúl que aún te recuerda. Yo sé que sí. Fieles que nunca dejaron de creer en ti y en la iglesia, incluso después de todo lo que dijeron. Yo puedo ir a hablar con ellos... conseguir apoyo, dinero, lo que necesites para que podamos empezar de nuevo.

Minhyung se quedó en silencio, procesando lo que el otro le proponía. La idea de recuperar el control, de tener un lugar donde la gente lo venerara de nuevo, donde pudiera construir algo propio y ser admirado como antes, encendía una chispa en su interior. Sin embargo, la idea de que Minseok se alejara, de perder esa lealtad y devoción que tanto necesitaba, le resultaba insoportable. Había pasado demasiado tiempo sintiendo cómo Minseok se le escapaba de entre los dedos; no quería revivir esa horrible sensación.

—No quiero que te vayas —admitió el mayor, su voz más baja, casi un susurro—. No quiero perderte otra vez.

Minseok lo miró con ternura, conmovido por la vulnerabilidad que asomaba en el rostro de su líder. Inclinándose hacia él, acarició su mejilla suavemente, intentando transmitirle calma y seguridad.

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⏰ Última actualización: Nov 06 ⏰

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