¡LILITH!

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La Forja del Líder destruido.

El aire en la oscura cámara estaba cargado de un silencio opresivo, que parecía atrapar cada resonancia del mundo exterior. Las paredes estaban saturadas con el eco de los gritos y susurros de aquellos que habían pasado por este ritual ominoso, marcados para siempre en cuerpo y alma. Kamill, desnudo y encadenado a una fría mesa de metal, sentía el peso de su destino sobre él: el próximo líder de la Mafia Rusa. Pero a diferencia de sus predecesores, su camino estaba empedrado de un sufrimiento que iba más allá de lo imaginable.

Todos en aquel lugar saben y conocen las historias de cómo los líderes eran forjados a través del dolor. Los ancianos hablan del ritual: un proceso de humillación y tortura que debía moldear al responsable del imperio. Cada golpe, cada quemadura, la sangre derramada, formaba parte de una tradición que aseguraba la devoción del futuro líder hacia la organización. La Mafia no necesitaba solo un líder; necesitaba un símbolo de resistencia. Kamill, sin embargo, no podía imaginar la intensidad de las pruebas que le esperaban, esto era prematuro para él, menos de una semana llevaba como Líder Prisionero y el sufrimiento desgarraba su alma que estaba deteriorándose poco a poco.

Kamill despertó en la oscuridad, envuelto en la penumbra de la celda donde le habían trasladado, allí los ecos de sus propios gritos aún resonaban, mezclados con el sonido de su respiración entrecortada. Estaba solo, completamente solo, rodeado por la frialdad de las paredes de piedra, pero afuera se escuchaba la algarabía de los demás que estaban esperando por él, su cuerpo maltrecho y ensangrentado, pero nada de eso importaba. En ese instante, lo único que le quedaba, lo único que podía sentir, era la angustia de su alma, y la mente solo reflejando el amor, solo generando ecos de su nombre ¡Lilith!

El nombre lo recorrió como un viento gélido, arremolinándose en su pecho, mientras su corazón latía con la fuerza de un tambor moribundo, ahora mismo no importaba que por sus venas corriera la misma sangre, así sea lo más asqueroso que pueda hacer, ella era su mujer, la niña que su corazón anhelaba.

No importaba cuántos golpes recibiera, cuántas veces los hombres de la mafia Rusa lo torturaran. Las heridas que le habían dejado las cadenas, las cicatrices que marcarían su piel para siempre, no eran más que rasguños en comparación con el dolor que lo devoraba por dentro. Cada parte de su cuerpo podía sangrar, podía gritar, pero el verdadero sufrimiento estaba en su mente, en su alma. La distancia que los separaba era lo único que realmente lo estaba matando.

Con esfuerzo, Kamill se incorporó, aún tembloroso, y sus ojos vacíos recorrieron la pequeña celda. El dolor lo desbordaba, no solo por las heridas físicas, sino por la ausencia de su voz, su mirada, su risa.

¡Lilith! — Susurra Kamill con mucha dificultad. Se aferró a su nombre como un náufrago a un clavo ardiente. Se aferraba a la esperanza de que algún día volvería a escuchar su susurro, el único sonido capaz de calmar la tormenta en su pecho.

Cerró los ojos con fuerza, e inmediatamente, el rostro de ella apareció en su mente, claro como el cristal. La imagen de Lilith era cada vez más distante, más borrosa, como un sueño que se desvanecía con el primer rayo de sol. La angustia lo quemaba. Ya no la recordaba con precisión. Ya no sabía si el perfume de su piel aún permanecía en sus dedos, si la suavidad de su cabello castaño, aún podía acariciar su rostro en sus recuerdos, sus ojos avellana ardientes de deseo hacía él. Lo único que tenía de ella era la sensación de haberla perdido, de estar atrapado en un agujero negro que la devoraba poco a poco, pero lo mantenía vivo solo para que ella no sea manchada por la maldita organización de la Mafia Rusa.

El sonido de unos pasos arrastrados lo sacó de su trance, pero no le importó. Nadie podía alcanzarlo en ese momento, nadie podía tocar la herida que tenía abierta en el alma.

“Solo quiero verte. Solo una vez más amor mío” murmuró, sus labios resecos, como si las palabras fueran las últimas que le quedaran.

La luz de una linterna se filtró por la rendija bajo la puerta, y uno de los guardias entró, con su mirada fría y sin emociones. Kamill lo miró, pero no vio al hombre frente a él. Lo que vio, lo que realmente veía, era el rostro de Lilith, tan lejano como el sol al final de un túnel sin fin.

Los ojos del guardia brillaron con burla mientras se acercaba a él, pero Kamill ya no sentía nada. Ya no había miedo, solo un vacío inmenso, una sensación de estar flotando en la nada. El dolor físico no significaba nada. Todo lo que sentía era el desgarro profundo en su interior. Martha lo estaba logrando, lo estaba destruyendo dejándolo sin emociones, pero había una salvación y era ella, Lilith Ambrosetti.

De pronto, la imagen de ella se hizo más fuerte, como si su presencia estuviera dentro de él, como si pudiera escucharla al fin. Cerró los ojos, y en el susurro del viento que pasaba por los barrotes, creyó escuchar su voz. Un eco lejano, una caricia en su mente.

Su pecho se apretó, sus manos temblaron, y una lágrima, la única que había caído en todo este tiempo, recorrió su rostro marcado por la sangre y el sudor. La desesperación lo ahogaba. ¿Por qué la había perdido? ¿Por qué la había dejado sola aquella madrugada? El pensamiento lo atormentaba. Sabía que estaba lejos, que ella ya no pertenecía a su mundo, que se estaba convirtiendo en un ser lejano, un eco perdido en el viento. Pero la necesitaba. Necesitaba escuchar su voz, sentir que aún existía para él.

En un arranque de desesperación, Kamill comenzó a murmurar un poema, uno que había escrito en los oscuros días que pasó buscando una forma de llegar a ella. Las palabras brotaron de su boca como una súplica, como una plegaria al viento, a la noche, a la distancia misma.

“Ningún hierro quema como el vacío en mi pecho, ningún látigo duele como tu ausencia a mi lado, mi pequeña Lilith. El cuerpo puede sangrar, pero el alma se muere cuando la distancia se convierte en una condena eterna.  No hay tormenta más feroz que el eco de tu nombre, ni tortura más cruel que no escuchar tu voz.

¿De qué sirve el cuerpo si la mente se pierde en el abismo de un amor que se desvanece en el silencio?

Mi cuerpo sigue vivo, pero mi alma ya ha muerto, como una sombra que se disuelve bajo el sol de tu olvido.

Ninguna herida sangra más que muestra realidad”— Expuso él con la voz baja, tan baja.

El guardia lo miraba, impasible, mientras Kamill caía de nuevo en su propia oscuridad, atrapado en su dolor y en la imagen de Lilith. En el eco de su nombre, en su sonrisa que ya se desvanecía en la niebla de sus recuerdos.

Ella se estaba convirtiendo en algo irreal, algo más allá de su alcance. Un sueño lejano que no podía tocar. Pero, mientras su cuerpo moría de dolor, su alma seguía llamándola, en el silencio, en el abismo que los separaba. No podía soportarlo. Necesitaba oírla, aunque fuera por última vez. Necesitaba saber que, en algún rincón del universo.

Pero el viento seguía en silencio, y Lilith se desvanecía más y más, como la última brisa antes del amanecer, él allí solo ya estaba esperando un nuevo día de tortura, un nuevo día que lo deja más cerca de la destrucción.

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