Capítulo 27: Mi despecho

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Mi Nam-joon está al borde del sueño, lo percibo en los jadeos que suelta al sentir mis manos recorrer su espalda baja. Tras esa entrega íntima, más intensa que nuestra primera vez, no deseo descuidar su físico; así que lo recompenso con un masaje breve, para que pueda abandonarse al descanso y despierte sin el peso de un dolor insoportable. Sin embargo, en cuanto a los moretones que florecen en su piel, marcados por mis dedos, mis labios y del ímpetu con el que lo estreché, me temo que no bastará con esto: tendré que ofrecerle un poco de mi sangre para borrar estas huellas.

Mi dulce hombre gallardo. Si pudiera reclamarte ahora mismo... Santo infierno, moriríamos los dos: tú primero, y yo te seguiría en una espiral de desdicha feroz y un anhelo suicida desquiciado.

¿Morir por la idea del amor es acaso una de las tantas formas de amar?

Beso la curva de su espalda y asciendo con mis labios hasta sus omóplatos, deleitándome con los suspiros apagados que escapan de su boca.

―Dulces sueños, mi príncipe.

● ● ●

Las ruedas del ostentoso automóvil de Kai acarician el asfalto como si flotara sobre él; armonioso, incluso con la pesadumbre que siente Jimin en estos momentos. Dentro del barrio privado, una moderna residencia, envuelta por el vasto bosque, se alza solitaria, apartada de las demás casonas. Las imponentes hojas del portón de hierro se despliegan con un suave chirrido para permitir su ingreso. Kai sigue el sendero mientras Jimin observa desganado el jardín, hasta que el vehículo se detiene. Un sirviente abre la puerta y hace una reverencia, a la que el joven vampiro responde sin entusiasmo. Tras caminar hasta la puerta principal, otro asistente despliega las alas y, en sincronía con un segundo, se ofrecen a cargar los abrigos de ambos. Kai, en un gesto de aparente cortesía, ayuda a Jimin a despojarse del suyo para luego quitarse el propio, lanzándolos sin miramientos sobre sus dependientes.

Todos los que componen la servidumbre de la casa, y otras viviendas habitadas por vampiros, son humanos que han sido convertidos. Considerados seres impuros e inferiores, no pueden controlar sus impulsos sin la intervención de un vampiro de sangre pura. Los mantienen bajo su mando o, en una situación límite, los asesinan. Jimin no simpatiza con estas creencias ni sus prácticas, pero sabe que alegar en contra es en vano.

Las paredes interiores, de piedra negra y pulida, destellan bajo la tenue iluminación, con diminutas partículas de oro incrustadas que titilan como estrellas en un cielo oscuro. El suelo, aunque carece de ese detalle dorado, exhibe la misma piedra elegante y pulida. Las escaleras, de peldaños de mármol fino en un tinte de obsidiana, flotan hacia el piso superior, flanqueadas por barandillas de cristal que reflejan el fulgor de los candelabros como una danza de espejismos. Los ventanales en la fachada frontal de la mansión permiten que el cielo nocturno y sus estrellas derramen un brillo tenue, cubriendo el interior con un velo etéreo. Durante el día, no supone problema, pues los cristales polarizados y los pinos y robles que rodean la vivienda bloquean toda luz solar directa, sumiendo el espacio en una penumbra constante.

―Sígueme ―invita el propietario.

Jimin cruza un arco ornamentado y se encuentra con una amplia y acogedora sala de estar. Los mullidos sillones, dispuestos en un cuadrado perfecto, parecen invitar a perderse en ellos. En el centro, un cojín solitario, como esperando una presa, descansa sobre una alfombra persa. A los costados, pequeñas mesas de cristal sostienen botellas de licor oscuro. En un rincón, un bar elegante refleja la luz, y un equipo de sonido emite una melodía suave y envolvente. A cada lado, dos cascadas de agua fluyen lentamente, brindando un sonido hipnótico que impregna el aire de serenidad.

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