Capítulo: 15

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Miedo a caer.


Aquel domingo la ciudad seguía siendo fría, sus calles estaban mojadas y se habían formado alguno que otro charco en sus largas calles repletas de personas. El día anterior un puñado de nubes grises oscuras como el humo que sale de una hoguera, habían llorado sobre nosotros, y después sus llantos descontrolados se habían mezclado con sus gritos de dolor desesperados.

Aquella mañana la tormenta ya había pasado y el sol luchaba por salir, pero solo algunos rayos, de los más fuertes, habían conseguido atravesar las espesas nubes blancas del cielo sobre nuestras cabezas, llegando a nosotros débiles como el ala de una mariposa lo es.

Eran necesaria barias capas de ropa sobre tu cuerpo aquel día, y aun así, el aire frío y cruel se metía entre ellas para dar en tu piel.

El aire que salía de tu cuerpo al hablar era blanco, un vapor espeso y abundante como lo es la niebla en Londres, solo que a una escala menor. Incluso al realizar esa acción vital que es respirar se podía apreciar ese aire que ya no necesitábamos y dejamos salir de nuestro interior.

Los coches se movían agiles por su lugar, y la personas lo hacían también por el suyo. Algunas de ellas iban con prisa, hacían a sus pies moverse veloces entre la multitud, otros como Harry y yo íbamos tranquilos, paseando mientras esquivábamos gente y escuchábamos el correr de los vehículos de la ciudad.

Mi fiel abrigo negro luchaba por mantener caliente mi cuerpo cálido, pero no lo lograba, como tampoco lo lograba ese abrigo marrón sobre Harry con su cuerpo. La mano de Harry ocultaba bajo esos guantes grises sucio nos dio paso a aquel lugar invadido por el olor a café y madalenas recién hechas.

—Entonces te han dado una semana para pensártelo. — Harry preguntó y yo asentí.

Nos acercamos a la barra de cristal limpio y reluciente, que nos dejaba ver las madalenas recién hechas, junto algún otro tipo de pasteles. Harry pidió dos cafés con leche, y cuando los tubo y la cajera tubo su dinero salimos del reconfortarle lugar.

—Lo que no entiendo es lo que tienes que pensar. —Bebió del cálido líquido.

—No estoy segura de poder hacerlo. —

Nuestras botas pisaros sin delicadeza ni remordimiento alguno la tierra de ese camino que atravesaba aquel parque. Césped alegre y verde a los lados del camino, se reía del frio como antes lo había hecho la nieve que lo tapó impidiéndole la llegada de la luz que el sol le mandaba.

Un perro corría en al césped, feliz, tras una pelota, para tenerla entre sus dientes y llevársela a su dueño y de esta manera obtener su recompensa, una caricia tras las orejas y un "buen chico" procedente de los labios de su dueño para volver a ir tras el objeto redondo.

—Angie, ¿otra vez con esto? Que si puedes hacerlo. —

Harry siguió hablando a mi derecha, pero su voz se fue alejando sin moverse de su lugar, hasta que desapareció y en su lugar escuchaba claras las voces de los niños a los que el camino nos había llevado. Miré a los niños, corrían unos tras otros, se columpiaban, jugaban con la arena y reían sin descanso.

Mis ajos se pararon en una niña con un abrigo rosa en su cuerpo, se había caído al tirarse por el tobogán, tal vez fuera demasiado grande para ella, una niña rubia de unos seis años. Con su llanto su madre se acercó a ella, y ambas desaparecieron para mí. A pesar de que las miraba no era esa niña y esa madre a las que yo veía.

Yo veía una niña de cuatro años envuelta en un abrigo rosa, del mismo rosa que sus zapatos, su madre de pie junto a ella acariciándole la melena castaña, ambas mirando el mismo parque pero no viendo el mismo. La pequeña niña veía un lugar en el que jugar, correr, relacionarse con los demás niños, en el que experimentar y divertiste. La madre ve un lugar en el que rasparse las rodillas, hacerse daño y llorar para una niña de la edad de su hija.

Libérame.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora