Capítulo: 32

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Ese pueblo perdido.


Huí de mi cárcel sin saber muy bien donde acabaría, si saldría bien mi huida o si volvería de ella pidiendo piedad. Aquel pájaro gigante de metal me devolvería a mi antigua cárcel. Desconociendo como me recibirían yo regresaba, puede que pidiendo piedad con la esperanza de que a alguien se le escapara un poco de esta.

Una llamada me hacía volver al lugar en el que crecí, en el que descubrí la magia del teatro sentada en esa terraza con aquel canario amarillo y enjaulado en la pared. Aquel lugar en el que mis sueños se perdían entre los árboles.

— ¿Estarás bien? — preguntó Harry.

—Claro. — le respondí entre la multitud.

Cuando el avión me quiso dejar de vuelta al suelo, un taxis me llevó al pequeño hospital a las afueras de un pueblo perdido en España. El sol brillaba tal y como lo hacía cuando me fui, el cielo seguía azul y las nubes blancas.

Sin saber lo que me encontraría dentro, mis pies se encaminaron hacia el interior de aquel lugar. Todo era blanco en él, el suelo, el techo y las paredes. También podías encontrar algún detalle celeste, pequeño y fugaz.

Al final de aquel pasillo estaba ella, la persona que me llamó dos días atrás. Hablaba frente una puerta con el padre Darío. Los observé desde la distancia sin ser vista.

Ella lucia diferente, su pelo claro había crecido y era sujetado en una cola baja. Sus palabras le pesaban como también sus parpados lo hacían, estaba cansada. Vestía unos vaqueros que, al contrario que los míos, no apretaban sus piernas. Su torso llevaba una camiseta básica de manga corta color rosa, su color favorito.

Caminé hacia ellos arrastrando mi pequeña maleta, esta al contacto con el suelo se quejaba, y eso hizo que los dos frente aquella puerta, me miraban.

— ¿Cómo está? — pregunté cuando llegué a ellos.

—Delicado. — me contestó el padre Darío por la ausencia de palabras de mi madre.

La delicadeza nunca fue propia de aquel hombre al que yo quería irremediablemente. Y allí esta, delicado. Mi madre me miraba asegurándose de que era yo la que estaba allí. Las palabras se le habían atascado en la garganta, yo conocía bien esa sensación.

—Yo os dejo, tendréis mucho de qué hablar. —

Aquel hombre en sotana nos dejó solas y mi corazón empezó a latir con fuerza en mi pecho. El silencio en el cual nos había dejado comenzaba a doler, llevaba meses sin ver a mi madre y no tenía nada que decirle.

¿No se supone que nos deberíamos haber abrazado? ¿No se supone que debería estar contándole lo mágica que es la ciudad de Nueva York? ¿Hablándole sobre Harry o tal vez nombrarle a Zayn?

— ¿Has comido algo? — negué con un movimiento dudoso de cabeza. — Yo tampoco, vamos a desayunar.

Pasó junto a mí sin rozarme, sin una sonrisa en sus labios. La seguí tirando de mi maleta, ella era la única que producía algún sonido. Había poca gente en la cafetería del hospital. Nos sentamos una frente a la otra, nos mirábamos en silencio.

Cuando el camarero se acercó a nosotras mi madre pidió para las dos, sin preguntarme que quería, como siempre había hecho. Seguimos mirándonos en silencio hasta que nos fueron entregadas dos tostadas de jamón, un café con leche y un colocado.

—Estas más delgada ¿No comes bien? —

—Si como bien. —

— ¿Segura? Porque no lo parece. —

No le contesté, sabia a donde nos llevaría esta conversación y no quería estar allí. Cogí el colocado y comencé a mover la cucharilla en él. La mujer frente a mi imitó mi acción con su café con leche una vez vertió azúcar en él.

Ella comenzó a comer su comida mientras yo seguía girando la cuchara en mi colocado creando un pequeño remolino en él.

—Come. — la miré y obedecí su orden. Hay que hacerle caso a mamá.

Algo no funcionaba bien en mí, no la había echado de menos, al menos no como debería haberlo hecho. Necesitaba más a Zayn que a mi madre, necesitaba una razón que explicara su pecado, su crueldad. Pero no necesitaba las razones que explicaran los errores de mi madre.

Supongo que al dejar atrás ese pequeño pueblo perdido en algún lugar de la meseta centrar, perdí las cadenas que me mantenían prisionera. Supongo que en Zayn encontré insensibilidad y en Harry alegría. Supongo que Natacha compartió su amor conmigo y Jame su dolor.

Puede con lo que las personas, que he encontrado en mí caminar por la vida, me han enseñado y con lo que la vida me ha dado y me ha quitado me había convertido en quien era, o puede que solo estuviera saliendo quien yo era, quien siempre fui, quien yo mantenía encerrada en el rincón más escondido de mi corazón.

Tal vez fuera mi demonio el que quería salir por una orden inconsciente de Zayn, que al final lo encontró y no supo mantenerlo dentro y estaba saliendo quemando todo lo que se interponía en su camino, quemando a mi ángel.

— ¿Qué le han dicho los médicos? — pregunté en un susurro.

—Su corazón. — miró mis ojos. — No funciona del todo bien. —

— ¿Se pondrá bien? — no me dio respuesta alguna, seguramente porque no la tenía o porque no quería que yo la tuviera.

No había dolor en mi pecho, no tenía miedo. Debiera tener miedo a la muerte de quienes quiero, pero no tenía miedo, me tendría que doler pero no dolía. Busqué y busque que era eso que no funcionaba en mí, pero no lo encontré.

—Vamos a dejar la maleta. — digo cogiendo su monedero.

—Mamá ¿se va a morir? —

Fue cuando lo escuché en voz alta cuando dolió. Era una puñalada para mi corazón, tal vez solo necesitaba escucharlo, decirlo para sentirlo. Mi madre susurró un "no" y se levantó de la silla.

Caminamos por las calles del pequeño pueblo hasta llegar a la casa de mis padres. La última vez que estuve allí sus gritos desgarrados de su garganta me prohibieron volver a entrar en su casa.

Mi madre abrió con facilidad la puerta, entró pero yo no la imité, esperé a que de sus labios rojizos se resbalara un "entra" para hacerlo.

Cerré la puerta tras de mí y quedé frente a la escalera de madera, seguí allí. Por ella bajaba la luz que entraba por le puerta de cristal. Fue la luz que bajaba la que me contó que la terraza, aquella, en la que pasé horas leyendo, seguía allí.

—Sube las cosas a tu habitación. —

—No es mi habitación, ya no lo es. —

Puede que alguien me estuviera dando del fruto de la crueldad y yo, ignorante, lo estuviera tomando.


Libérame.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora