Capítulo: 24

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Besos ilimitados.


Quince pisos, tras subir quince pisos en el ascensor de aquel edificio alto y elegante, resaltando sobre los demás del centro de Manhattan, dimos con aquella puerta blanca grande y pesada, Zayn la abrió introduciendo con delicadeza la llave en la cerradura.

Lo primero que vi al poner mis pies en aquel suelo oscuro de madera fue la ciudad. Edificios iluminados, unos más altos, otros más bajos, pero todos ellos grandiosos y radiantes.

El cielo que los cubría era de un color oscuro, cercano al negro. No había en el pequeñas lucecitas. La ciudad de Nueva York brillaba más que las estrellas del universo, pero no más que la luna, que desde lo más alto nos observaba cautelosa.

Tras ese enorme cristal que formaba una de las paredes de su apartamento se escondía Manhattan, mal escondite si no quiera ser visto, buen escondite si quería ser visto. No sé si quería o no ser visto, solo sé que me encantaba tener Manhattan ante mí.

Caminé hasta el cristal despacio con mis ojos bien abiertos, sin tomarme un solo segundo para parpadear. Coloqué mi mano, pequeña y frágil sobre el cristal, queriendo y no pudiendo tocar lo que había tras él. Zayn junto a mí, mirando, como yo, la obra de arte que decoraba su casa.

—Bonito ¿verdad? —

—Es mágico. —

—Solo hasta que te acostumbras, después es bonito. —

El agua seguía cayendo sobre la ciudad iluminada, trataba de parar el tráfico, pero en esta ciudad eso era tarea imposible, fuera cual fuera la hora, en la ciudad de Nueva York siempre paseaba algún vehículo.

Las sabanas grises de seda envolvían mi cuerpo y el de Zayn con suavidad. Su Tacto imitaba al de las nubes, esas que nunca nadie alcanzó, esas que nunca nadie tocó. Nuestras cabezas descansaban en la almohada, una frente a la otra, nos permitía ver el rostro del otro. Nuestros cuerpos no se tocaban, la cama era lo suficiente grande para que no lo hicieran.

Las cuatro paredes negras que nos rodeaban, aportaban la oscuridad que la luz de la luna entrando por un ventanal sin cortinas quería robar. Un rayo atravesó el cielo oscuro, no se escuchó pero iluminó la habitación.

Unos segundos su rostro fue iluminado, sus ojos brillaban más de lo habitual. A ese haz de luz fugaz se le unieron otros, y a estos los gruñidos del cielo, estaba celoso, pues yo tenía a Zayn, ahora era mío.

Tras la tormenta desencadenada por la furia del cielo, la ciudad quedó gris, el sol perdió su furia, los vehículos corrían sobre charcos salpicando aquellos que caminaban cerca. El aire llevaba humedad, el frio nos azotaba y mi corazón reía.

Cuatro, cuatro personas bebiendo humeantes cafés y yo, a tres páginas de descubrir el final del El perro del hortelano, permanecíamos en silencio en aquel lugar en el que yo trabajaba.

La rubia de las tetas pegadas a la garganta, aquel día gris, no había hecho acto de presencia, Natacha se escondía en su reducida cocina a la espera de un pedido que ella debiera cocinar y Jame, en algún lugar de la ciudad contaba los minutos para cruzar la chirriona puerta.

Las palabras de la última página llegaron a su fin y con ella el final de otra obra teatral esparcida en mi cabeza que dejó caer algo a mi corazón. Eso es lo que hace la literatura, te cuenta una historia con palabras que quedan esparcidas en tu cabeza y dejan caer alguna a tu corazón. Arte.

La puerta anuncio su llegada, se sentó en el taburete junto a mí, no lo miré, en la portada de mi libro había algo que me interesaba más. Pero sabía quién era, su olor lo delató. Un olor difícil de definir con palabras.

— ¿Te ha gustado? —

Asentí sin mirarlo, sabía que se refería al libro, que, en la barra de madera vieja descansaba bajo mi atenta mirada. Otra obra de López de Veja que me llevó a otro mundo, muy lejano al real, muy lejano al mío.

— ¿solo lees teatro? —

—No, no siempre, pero si la mayor parte del tiempo. —Lo miré. — ¿Tu que sueles leer? —

—Nada. —

No sabía lo que se perdía al no dedicar algo de su tiempo a dejarse llevar por unas cuantas letras plasmadas en un papel. Un mundo lleno de historias, personajes en los que poder encontrar una parte de ti.

Su pelo negro estaba revuelto, a causa del viento supongo, las telas que cubrían su cuerpo tonificado y fuerte eran de colores apagados y tristes como lo era aquel día, su rostro alegre y feliz. Sus ojos estaban iluminados mientras me miraban y sus pupilas querían dilatarse.

—Qué hay de la música ¿no te gusta? —

—Si me gusta. —

—Déjame adivinar, te gusta la música clásica. — Asentí mientras reía.

—Sí me gusta la música clásica, pero prefiero el rock. —

— ¿En serio? — asentí. — quien lo diría. —

Supongo que su asombro era normal. El rock no parecía encajar en mi mundo, un mundo demasiado tranquilo y rutinario. Pero él tampoco parecía encajar y al menos hasta el momento lo hacía a la perfección.

—He llevado todas tus cosas a mi apartamento. —

—Encontraré algo pronto. —

— ¿No te gusta mi apartamento? — preguntó fingiendo estar ofendido.

—Me encanta, pero... — me interrumpió.

—Pequeñas, me encanta tenerte en mi cama. —

Reí ante sus palabras, él sonreía ante mi risa. A él le encantaba tenerme en su cama y a mi estar en su cama. Pero estar allí gorroneándole no sonaba del todo bien en mi cabeza, nada bien a decir verdad.

Eran la ocho y la puerta lo anunció, Jame había llegado. El habiente se volvió tenso cuando Jame y Zayn comenzaron a respirar el mismo aire. Se lanzaron dagas con sus ojos, pero no se hablaron, Zayn seguía sentado junto a mí y Jame fue a su taburete.

Jame se sentó y yo me levanté. Le di su cerveza y la rodeó con sus dedos, pero aquel día gris no buscó nada en ella, aquel día dejó el pasado atrás y se centró en el presente. Lo que pasaba entre Zayn y yo le parecía más interesante.

—Igual si te pagara un alquiler podría quedarme. —

Le dije cuando regresé al taburete de forro roto, el dejó de asesinar a Jame una y otra vez en su mente y me miró. Su rostro se relajó, todo su odio se perdió, sus ojos volvieron a brillar y el hombre en las sombras quedó allí, en las sombras.

—Bien, si así te quedas. — me sonreía.

— ¿Cuánto?—

—Besos indefinidos durante todo el día. —

— ¡Zayn! — rió. — Es enserio. —

—Lo mío también. — Besó mi frente y quedó su rostro muy cerca del mío. —No puedo cobrarle un alquiler a mi novia. — susurró sobre mis labios antes de besarlos, con delicadeza y lentitud. — Vengo luego a recogerte. —

Se levantó de su sitio pero no se fue hasta besar mis labios, encendiendo fuegos en mi estómago, acariciando mi rostro. Se separó, susurró y un te quiero, y una vez que besó mi frente, lentamente, salió.

Fue cuando Zayn salió que me di cuenta que las cuatro personas que bebían cafés humeantes ya no estaban. Natacha seguía en la cocina a la espera de cocinar algo que aquel día no cocinó y Jame, miraba al frente, el vaso entre sus dedos y su mirada lejos de este. Me senté junto a él, llevando conmigo al El perro del hortelano.

—Te has equivocado, Angie. — fue pronunciando mi nombre cuando me miró. — Te destruirá. —


Libérame.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora