Capítulo: 12

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Una sola noche más.


Escuchaba su voz lejana y arrepentida, me llamaba, suplicante me pedía que me acercara a él. Pero yo no lo hacía, no me movía de mi lugar, y él pronto se percató de ello, así que con el dolor esparcido por todo su cuerpo consiguió sentarse en el filo de la cama de noventa.

—Angie por favor, deja de llorar. —su voz suave me seguía hablando.

A esas altura yo ya estaba sentada en el suelo, llorando y asustada, y ya no solo por los gritos de Zayn, ya no solo por sus palabras, lloraba también por todos esos gritos de otros, que me hicieron temblar, por los que no lloré, por todas esas palabras envenenadas que llegaron a mi corazón e hicieron de mí una persona más débil de lo que ya era.

Había luchado contra mi pasado con la única arma que yo sabía utilizar, la distancia, pero nunca supe cómo olvidar y esos recuerdos quemaban, pero no les guardaba rencor, eran parte de mí, y por mucho que yo lo intentara no salían, no se iban.

Zayn intentó ponerse de pie pero su herida del costado comenzó a sangrar y arder. Le venció el dolor y volvió a dejarse caer cansado y dolorido en su lugar. Sus ojos miraban mi figura, pequeña y frágil, en el suelo. Y eso le alimentó, le dio la fuerza suficiente para poder más que el dolor y sentarse en el suelo junto a mí.

—Pequeña, lo siento. —

Esas palabras pararon mis lágrimas, frenaron en seco, así sin más. Despacio elevé mi cabeza hasta que mis ojos lagrimosos dieron con los suyos piadosos. Zayn supo callar sus gritos y mi llanto, con dos palabras, hubo quien nuca supo, él gritaba más, mi llanto lo enfurecía, pero a Zayn no, a Zayn lo calma.

—Fue un accidente, no quería hacerlo. — sorbí mi nariz.

—lo sé. — La esperanza brillaba en sus ojos miel. — Ven aquí. —

Sus brazos me aportaron el calor que necesitaba, envuelta en ellos todo parecía mejor y el dolor se iba, se alejaba, lentamente, pero se alejaba. Mi cabeza pesada descansaba en su pecho desnudo, sobre su corazón rítmico y palpitante. Entre sus dedos tibios mi pelo, suave y juguetón, disfrutando de su calor.

— ¿Mejor?—

Se separó de mí para mirar mi rostro seco y sereno, mis ojos tiernos y mis labios rojizos. Un movimiento leve de mi cabeza, de arriba a abajo, respondió su pregunta. Mis brazos se en volvieron a enrollar en su torso y mi cabeza volvió a caer sobre su corazón oculto. Él no lo dudó, no, no lo hizo, me volvió abrazar, fuerte para que no escapara y besó mi cabello.

Su cuerpo dañado descansaba sobre la pequeña cama que apenas unas horas antes habíamos compartido, era temprano, las seis de la mañana para ser exactos y aquel jueves yo ya estaba lista para dejar mi cárcel por unas horas. El metro no me esperaría y aquel día tendría que correr.

Con mi abrigo guardando mi calor corporal, corrí por las calles desiertas y frías. La niebla no te permitía ver más de dos metros más allá de tu lugar, era espesa y blanca. Mojaba mi gorro, mi cabello y ropa sin ningún remordimiento, pero así es la niebla, no te deja ver y te humedece.

Cuando llegué al metro, que me dejó a unas calles de la universidad, estaba allí y tuve que correr para poder adentrarme en él. Tenía algo de tiempo antes de mi primera clase, el tiempo justo para comprar un café para llevar y tomarlo por las calles ya vivas de Manhattan. La niebla ya nos estaba dejando, los coches se movían ágiles y los edificios eran testigos de mi tranquilidad y la prisa de otros.

Tras mi primera clase tenía una hora libre, la cual aproveché para seguir leyendo la Celestina. Me senté en esa cafetería tan diferente a la que yo iba a trabajar. Sillones beige, cómodos y sin mostrar su interior, mesas de cristal y madera de roble, buena y brillante. En la cristalera todo tipos de pasteles y madalenas.

Libérame.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora