Cena Real

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Max Verstappen no era un hombre que se intimidara fácilmente. Había enfrentado carreras a alta velocidad, estrategias complicadas y competidores feroces. Pero esa noche, mientras miraba el majestuoso palacio que se alzaba frente a él, no podía evitar sentir un nudo en el estómago. Era su primera cena con la familia real de Auresia, y sabía que cada movimiento sería juzgado minuciosamente. 

Sergio, vestido con un traje blanco con detalles dorados que acentuaban su figura y su encanto natural, lo recibió en la entrada. 
—Relájate, Max. No son tan intimidantes como parecen. Bueno… excepto Fernando. —Su sonrisa traviesa fue un pequeño consuelo para Max. 

Max ajustó su corbata y respiró hondo. 
—Si tú lo dices. Aunque creo que tu hermano Fernando ya me odia. 

—Solo tienes que ser tú mismo. Eso será suficiente para mi familia… o al menos para la mayoría —respondió Sergio, guiándolo hacia el interior. 

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La mesa del comedor era un espectáculo de opulencia: candelabros de cristal, cubertería de oro y un sinfín de platos delicadamente preparados. Alrededor de ella se encontraban los miembros más cercanos de la familia real. 

El Rey Carlos, el padre de Sergio, tenía un porte imponente pero una mirada cálida. A su lado, la Reina Isabel lucía elegante y serena, observando todo con la calma de quien ha visto muchos encuentros formales. 
Fernando, el hermano mayor, mantenía una expresión seria, casi desafiante, mientras Carlos, el segundo hermano, lucía más relajado, pero no menos atento. 

Cuando Sergio y Max entraron, todas las miradas se posaron en ellos. Sergio tomó suavemente la mano de Max, como si quisiera transmitirle algo de su propia confianza. 

—Su Majestad, Altezas —dijo Max con una leve inclinación de cabeza, respetando el protocolo que Sergio le había explicado. 

—Bienvenido, Max —dijo el Rey Carlos, con una sonrisa que aliviaba parte de la tensión—. Espero que disfrutes esta noche con nosotros. 

—Gracias, Majestad. Es un honor estar aquí —respondió Max, manteniéndose firme pero cortés. 

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La cena comenzó con conversaciones ligeras. La Reina Isabel fue la primera en romper el hielo, interesándose por la vida de Max como piloto. 
—Debe ser emocionante viajar por el mundo y competir en algo tan único. 

—Lo es, aunque también puede ser agotador. Pero creo que lo que más disfruto es la adrenalina y la pasión detrás de cada carrera —respondió Max con sinceridad, ganándose una sonrisa de la reina. 

—Y, dime, ¿cómo conociste a Sergio? —preguntó Carlos, con una curiosidad genuina que contrastaba con la mirada analítica de Fernando. 

Max sonrió, mirando brevemente a Sergio. 
—Nos conocimos en el Gran Premio de Mónaco. Creo que desde el primer momento en que lo vi, supe que era alguien especial. 

Sergio bajó la vista, ocultando el rubor que se extendía por sus mejillas. 

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Fernando, sin embargo, no estaba dispuesto a dejar las cosas tan fáciles. 
—Max, entiendo que ser piloto es una carrera demandante, pero también peligrosa. ¿Qué planes tienes más allá de eso? 

Max sostuvo la mirada de Fernando, sabiendo que esta era una prueba. 
—Es cierto, las carreras no duran para siempre. Por eso estoy invirtiendo en negocios fuera del automovilismo. Mi prioridad siempre será construir algo sólido para el futuro… especialmente si Sergio está a mi lado. 

La respuesta de Max pareció sorprender a Fernando, quien asintió lentamente, como si reconociera un destello de sinceridad en sus palabras. 

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Cuando llegó el postre, Sergio decidió intervenir para aliviar la tensión. 
—Max es increíblemente dedicado. No solo en las carreras, sino en todo lo que hace. Estoy seguro de que verá esto como un desafío más y lo superará, como siempre. 

El Rey Carlos rió suavemente, observando cómo su hijo menor defendía a su pareja. 
—Parece que Sergio está muy seguro de ti, Max. Espero que estés preparado para cuidar de él. Es… nuestra joya más preciada. 

—Lo sé, Majestad. Y puedo prometerle que haré todo lo posible para protegerlo y hacerlo feliz —dijo Max con firmeza. 

La Reina Isabel sonrió, satisfecha con la respuesta. Fernando, aunque aún escéptico, pareció relajarse ligeramente, mientras Carlos lo observaba con una mezcla de curiosidad y aprobación. 

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Al final de la noche, mientras Max y Sergio se despedían de la familia, el Rey Carlos tomó a Max aparte por un momento. 
—Eres valiente por venir aquí esta noche, Max. Pocos se atreven a enfrentarse a una cena con esta familia. 

Max sonrió, comprendiendo el tono semi-bromista del rey. 
—Cuando se trata de Sergio, vale la pena enfrentar cualquier desafío. 

El rey asintió, satisfecho, y se volvió hacia Sergio. 
—Hijo, cuídalo. Parece que tiene un buen corazón. 

Sergio sonrió, tomando la mano de Max mientras se dirigían a la salida. 
—¿Ves? Te dije que no eran tan intimidantes. 

Max soltó una carcajada. 
—Quizás no tanto, pero tu hermano Fernando… creo que me lanzaba dagas con la mirada. 

Sergio rió suavemente, apoyándose en el brazo de Max. 
—No te preocupes. Ya lo estás convenciendo. 

Y mientras caminaban hacia el coche, Max no pudo evitar sentirse orgulloso. Había sobrevivido a la prueba de fuego. Más importante aún, estaba un paso más cerca de ser verdaderamente parte de la vida de Sergio. 

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La Joya de La CoronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora