Una Travesura Real

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Era una tarde tranquila en el palacio. Max se encontraba en su oficina en una videollamada con Christian Horner, discutiendo los planes para la próxima temporada. Mientras tanto, Sergio, Alexander y Sofia estaban en una de las enormes salas del palacio, planeando algo que sin duda terminaría en caos. 

Todo comenzó cuando Alexander y Sofia, aburridos de las actividades habituales, le pidieron a su padre que jugara con ellos. Sergio, que nunca podía decirles que no, sonrió de manera cómplice. 
—¿Qué quieren hacer, mis pequeños conspiradores? —preguntó, inclinándose hacia ellos como si estuvieran tramando un gran plan. 

—Queremos pintar —dijo Sofia, emocionada. 

—¡Pero no en papel, es aburrido! —añadió Alexander, cruzando los brazos como si ya hubiera descartado la idea antes de mencionarla. 

Sergio arqueó una ceja, claramente intrigado. 
—¿Entonces dónde quieren pintar? 

Ambos niños se miraron entre ellos, y Sofia susurró: 
—En las paredes. 

Sergio se llevó una mano a la boca, fingiendo horror. 
—¡Eso sería una travesura enorme! ¿Están seguros? 

—¡Sí! —gritaron al unísono, completamente decididos. 

Con una sonrisa traviesa que rivalizaba con la de sus hijos, Sergio asintió. 
—Está bien, pero hay una condición: que lo hagamos rápido antes de que alguien nos descubra. 

Los gemelos aplaudieron emocionados mientras Sergio buscaba pinturas lavables, asegurándose de que no fueran permanentes. 

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Minutos después, los tres se encontraban en un rincón del pasillo principal del palacio, armados con pinceles y colores. Alexander comenzó a pintar autos de carreras torcidos pero encantadores, mientras Sofia llenaba la pared con flores y estrellas. Sergio, por su parte, pintó un pequeño sol sonriente, disfrutando tanto como ellos. 

—Papá, ¡eres muy bueno! —exclamó Sofia, mirando su obra con admiración. 

—Claro, princesa. Tu papá sabe cómo divertirse —respondió Sergio, guiñándoles un ojo. 

Mientras tanto, Fernando y Carlos, que venían de regreso de una reunión, notaron el extraño silencio en el palacio. Eso nunca era buena señal. 
—¿Dónde están Sergio y los niños? —preguntó Carlos, frunciendo el ceño. 

—No lo sé, pero este silencio solo significa problemas —respondió Fernando, ajustándose la chaqueta y comenzando a buscar. 

Al llegar al pasillo, se detuvieron en seco al ver la escena: las paredes del palacio cubiertas de dibujos infantiles y a Sergio en medio, riendo mientras ayudaba a Alexander a perfeccionar un neumático mal hecho. 

—¡¿Qué demonios están haciendo?! —exclamó Fernando, cruzándose de brazos con incredulidad. 

Sergio se giró con una sonrisa inocente, dejando caer el pincel detrás de su espalda. 
—Solo... fomentando su creatividad. 

Carlos se llevó una mano a la cara, intentando no reír. 
—No puedo creerlo. Esto me recuerda a ti cuando eras niño. ¿Recuerdas cuando pintaste la puerta del establo porque decías que era aburrida? 

Fernando soltó una carcajada. 
—¡Exacto! Al menos ahora entiendo de dónde sacan estos niños su vena traviesa. 

Sergio les lanzó una mirada de cachorro. 
—No están tan mal. Además, se limpian fácilmente... creo. 

—"Creo", dice —murmuró Carlos, suspirando. 

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Mientras tanto, en su oficina, Max terminó su llamada con Horner. Al salir para buscar a su familia, se topó con el pasillo decorado y a Fernando y Carlos mirando a Sergio con expresiones que oscilaban entre el reproche y la diversión. 

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Max, cruzándose de brazos. 

Alexander y Sofia corrieron hacia él, abrazando sus piernas. 
—¡Fue papá! ¡Él dijo que estaba bien pintar! 

Sergio puso cara de sorpresa fingida, señalando a los niños. 
—¡Eso no es cierto! Ellos me obligaron. 

Max suspiró, llevándose una mano a la frente mientras intentaba mantener una expresión seria. Pero cuando sus hijos levantaron la mirada con esos ojos grandes y brillantes, idénticos a los que Sergio usaba para salirse con la suya, su resolución se desmoronó. 

—Ustedes... —comenzó, señalándolos con el dedo. Luego miró a Sergio, que también ponía la misma cara de cachorro. 
—Ugh, está bien. Pero esta es la última vez. 

Sergio sonrió triunfante mientras los gemelos gritaban de alegría. 

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A la mañana siguiente, alguien del personal subió una foto de la pared pintada a las redes sociales del palacio, con un mensaje que decía:

"Incluso la realeza tiene pequeños artistas en casa".

Los comentarios no se hicieron esperar: 
—¡Los gemelos son adorables! 
—Definitivamente tienen el espíritu de su padre Sergio. 
—¡Max debe estar perdiendo la paciencia con tanto caos! 

Max, al ver los comentarios, solo pudo suspirar mientras abrazaba a su familia. 
—Lo que me faltaba... ahora el mundo entero sabe que tengo tres traviesos en casa. 

Sergio solo rió, dándole un beso en la mejilla. 
—Vamos, Max. Sabes que me amas, caos incluido. 

Y aunque Max intentaba mostrarse estricto, no podía negar que su familia, con todas sus travesuras, era lo mejor que le había pasado. 

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La Joya de La CoronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora