El Primer Día de Escuela

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El gran día había llegado. Alexander y Sofia, con tan solo cuatro años, estaban vestidos con sus uniformes impecables, listos para su primer día de clases en una prestigiosa escuela cercana al palacio. Sus pequeñas mochilas colgaban de sus espaldas, llenas de útiles nuevos que Sergio había escogido personalmente, asegurándose de que tuvieran todo lo necesario para su debut escolar. 

Pero, mientras los gemelos estaban emocionados, saltando alrededor del salón y mostrando sus mochilas con dibujos de animales, Sergio estaba sentado en un sillón, abrazando una taza de té como si fuera su último refugio. 

—No sé si estoy listo para esto, Max —dijo Sergio, con los ojos llenos de melancolía mientras observaba a los pequeños reír. 

Max, que estaba ajustando el cinturón de Alexander, levantó la vista con una sonrisa paciente. 
—Amor, es solo unas horas. Además, van a divertirse mucho, aprender cosas nuevas y hacer amigos. 

—Pero son mis bebés... —Sergio suspiró profundamente, dejando la taza a un lado. 
—Están muy pequeños. ¿Qué pasa si alguien los trata mal? ¿O si no les gusta la comida del almuerzo? ¿Y si me extrañan? 

Fernando, que acababa de entrar al salón, soltó una carcajada al escuchar las preocupaciones de su hermano menor. 
—Sergio, ellos son más independientes de lo que crees. Además, ¿quién se atrevería a meterse con los hijos del campeón mundial de Fórmula 1 y la joya de la corona? 

Carlos se unió a la conversación, cruzando los brazos con una sonrisa burlona. 
—Hermano, parece que quien va a tener problemas para separarse eres tú, no ellos. 

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Pocos minutos después, el coche oficial estaba listo para llevar a los gemelos a la escuela. Alexander y Sofia estaban emocionados, hablando sin parar de los nuevos juguetes que querían ver en el salón. Sergio, sin embargo, estaba en la entrada del palacio, con una expresión de pánico. 

—Tal vez no deberían ir hoy. ¿Y si esperamos hasta el próximo año? —propuso Sergio, mirando a Max con esperanza. 

—Sergio... —Max tomó sus manos con delicadeza. 
—Lo van a hacer increíble. No te preocupes, y confía en que estamos haciendo lo mejor para ellos. 

Sergio bajó la mirada, mordiéndose el labio. Cuando llegó el momento de que los pequeños subieran al coche, los abrazó con fuerza, dándoles besos en las mejillas hasta que Alexander protestó. 
—¡Papá, nos vas a aplastar! 

Sofia, por su parte, abrazó a Sergio con una sonrisa. 
—Vamos a volver pronto, ¿vale? 

Sergio asintió, aunque sus ojos brillaban con lágrimas. Cuando el coche arrancó, saludó hasta que desapareció de su vista, sintiendo un vacío inesperado en su pecho. 

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De regreso en el palacio, Sergio vagaba por los pasillos, claramente desorientado sin la risa de los gemelos llenando el lugar. Pasó por su habitación, donde sus juguetes aún estaban tirados, y suspiró. 

—¿Te sientes solo, hermanito? —preguntó Fernando, entrando con un café en la mano. 

Sergio asintió, dejándose caer en un sillón. 
—Los extraño... no sé qué hacer sin ellos. Siempre están aquí, jugando conmigo o inventando travesuras. 

Carlos se unió a ellos, lanzándole una almohada a Sergio. 
—¿Por qué no usas el tiempo para hacer algo que te guste? Siempre dices que quieres pintar más o leer. Además, te vendrá bien un descanso. 

—¿Un descanso de qué? Ellos son mi descanso —respondió Sergio, hundiéndose en el sillón. 

Max, que había estado trabajando en su oficina, se acercó a la sala al escuchar las voces. Se sentó junto a Sergio, rodeándolo con un brazo. 
—Amor, esto es difícil, lo sé. Pero verás que cuando regresen estarán tan emocionados que no pararán de contarte todo lo que hicieron. 

Sergio lo miró con ojos tristes. 
—¿Y si ya no me necesitan tanto? 

Max rió suavemente, besándole la frente. 
—Siempre te necesitarán. Eres su papá. 

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Cuando llegó la hora de recogerlos, Sergio fue el primero en insistir en acompañar a Max. Apenas el coche se detuvo frente a la escuela, Sergio bajó apresuradamente, buscando a sus pequeños con la mirada. 

Alexander y Sofia salieron del edificio tomados de la mano, sus caritas radiantes de felicidad. 
—¡Papá, papá! —gritaron al unísono, corriendo hacia Sergio. 

Sergio los abrazó con fuerza, esta vez sin que ninguno protestara. 
—¿Cómo les fue? ¿Les gustó? —preguntó con entusiasmo, inspeccionándolos como si pudiera adivinar si algo había salido mal. 

—¡Fue genial! —respondió Alexander. 
—La maestra dijo que somos muy inteligentes, y conocimos a otros niños —añadió Sofia. 

Sergio soltó un suspiro de alivio, sonriendo por primera vez en todo el día. Mientras regresaban al palacio, escuchó atentamente cada detalle que los gemelos compartían, desde los cuentos que leyeron hasta los dibujos que hicieron. 

Esa noche, cuando Max encontró a Sergio en la habitación de los niños, leyéndoles un cuento antes de dormir, se acercó con una sonrisa. 
—¿Te sientes mejor? 

Sergio asintió, acariciando el cabello de Sofia. 
—Sí... pero sigo pensando que crecieron demasiado rápido. 

Max rió, inclinándose para besar su cabeza. 
—Bienvenido al mundo de los padres. Esto es solo el comienzo. 

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La Joya de La CoronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora