Un Embarazo Real

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El anuncio del embarazo de Sergio llenó el reino de una alegría desbordante. El pueblo, que adoraba a su príncipe conocido como “la joya de la corona,” celebró la noticia con festivales y eventos especiales. Las calles se llenaron de banderas, flores y cantos, y cada rincón del reino parecía vibrar con emoción. El bebé que estaba en camino no solo sería el hijo de Sergio y Max, sino también un símbolo de amor y esperanza para todos. 

Mientras tanto, dentro de los muros del palacio, la vida de Sergio comenzó a transformarse drásticamente. Su cuerpo, su ánimo y hasta sus hábitos cambiaron de maneras que ni él mismo esperaba. 

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Desde el primer trimestre, Sergio comenzó a desarrollar antojos inesperados. De pronto, quería fresas a medianoche, pasteles elaborados que solo ciertos panaderos podían hacer, o incluso platillos exóticos que requerían ingredientes difíciles de encontrar. Max, aunque frecuentemente viajaba por los grandes premios, hacía lo imposible por cumplir con cada uno de los deseos de su esposo. 

—¿Sabes que pediste un pastel de lavanda a las tres de la mañana? —le dijo Max en una videollamada mientras estaba en Mónaco para una carrera. 

—¿Y? —respondió Sergio con los brazos cruzados, luciendo un poco malhumorado. —¿Es mucho pedir? 

Max rió con ternura. 
—Para ti, nunca. Ya pedí que lo entreguen en el palacio antes del almuerzo. 

Además de sus antojos, Sergio se había vuelto más sensible y dormilón. Amanecía con un humor impredecible, lo que mantenía a los sirvientes del palacio y a su familia alerta. Fernando y Carlos, sus hermanos, se habían adaptado a lidiar con los altibajos de Sergio, pero no dejaban de bromear al respecto. 

—¿Quién diría que nuestro hermanito menor, el que siempre fue tan delicado y mimado, ahora será papá? —comentó Carlos un día mientras acompañaba a Sergio en una caminata por los jardines. 

—Lo que no puedo creer —añadió Fernando con una sonrisa nostálgica— es que el bebé probablemente sea tan caprichoso como él. 

—¡Yo no soy caprichoso! —protestó Sergio, aunque su respuesta fue poco convincente al estar comiendo fresas bañadas en crema que había pedido minutos antes. 

Ambos hermanos rieron, aunque no ocultaban su felicidad por Sergio. Era evidente que, a pesar de las bromas, estaban emocionados de ver a su hermano menor embarcarse en esta nueva etapa de su vida. 

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A pesar de su embarazo, Sergio seguía comprometido con sus deberes reales. Asistía a reuniones con ministros, inauguraba eventos importantes y mantenía una presencia constante en los asuntos del reino. Sin embargo, sus apariciones públicas se redujeron a medida que avanzaba el embarazo, lo que solo hizo que la gente lo adorara más. Cada vez que salía, era recibido con vítores y aplausos. 

—¡Viva el príncipe Sergio! —gritaban las multitudes al verlo. —¡Y que el bebé sea tan hermoso como su padre! 

Sergio siempre sonreía, agradecido por el amor de su pueblo, aunque en privado confesaba a Max que todo el ajetreo lo agotaba más de lo habitual. 

—No quiero decepcionar a nadie —dijo una noche mientras hablaba con Max por teléfono. —Pero también siento que necesito descansar más. 

—Escucha, amor —respondió Max con voz firme pero cariñosa. —No tienes que demostrarle nada a nadie. Eres increíble, y tu bienestar es lo más importante ahora. Si necesitas descansar, hazlo. Yo estaré aquí para apoyarte siempre. 

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A pesar de su ocupada agenda como piloto de Fórmula 1, Max no descuidaba a Sergio. Cada vez que tenía unos días libres, regresaba al palacio para estar con él. Cuando estaba lejos, llamaba varias veces al día, asegurándose de que Sergio estuviera bien y de que sus antojos fueran atendidos. 

—No puedo esperar a estar en casa contigo —le decía Max antes de cada carrera. —Te extraño más de lo que las palabras pueden expresar. 

Cuando Max estaba en el palacio, llenaba a Sergio de mimos y cuidados. Lo ayudaba a elegir ropa cómoda, le daba masajes para aliviar su espalda y, por supuesto, pasaba tiempo jugando con Estrella, quien parecía emocionada por la llegada del bebé. 

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El reino estaba tan involucrado en el embarazo como la familia real. Se organizaron eventos benéficos en honor al futuro bebé, y las tiendas locales lanzaron productos conmemorativos, desde ropa hasta juguetes. Incluso los niños escribían cartas al príncipe Sergio deseándole un embarazo saludable. 

Cada carta que Sergio leía lo emocionaba hasta las lágrimas, y más de una vez llamó a Max para compartir esos momentos. 
—Nuestro bebé ya es amado por todo el reino, Max —le dijo una noche. —Eso me llena el corazón. 

Max, con su sonrisa característica, respondió: 
—Nuestro bebé no solo será amado, Sergio. Será tan especial como tú. 

A medida que avanzaban los meses, Sergio y Max enfrentaban juntos los desafíos y alegrías del embarazo, apoyándose mutuamente y demostrando que, sin importar la distancia o las responsabilidades, el amor siempre era lo más importante en sus vidas.

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La Joya de La CoronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora