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24 días antes del juicio

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24 días antes del juicio.

18 de enero de 2012


—En menos de un mes estaremos fuera de aquí. —Salvador lijaba la madera con esmero mientras que Sebastián había dejado de serruchar, ensimismado. Verlo tan perdido en sí mismo fue lo que llevó Salvador a hablar; los celadores vigilaban desde la distancia, pero no le importó, se dirigió a él con la voz modulada en la que aprendieron a comunicarse.

—No estoy tan seguro —le respondió Sebastián y apretó los labios—, existe la probabilidad de que perdamos el juicio y me declaren culpable.

—No seas pesimista —lo riñó Salvador y siguió lijando con esmero—, recuerda lo que nos contó Emiliano sobre la conversación que tuvo con Karla cuando lo visitó, ellos están luchando desde afuera, tu familia está luchando desde afuera, ¡van a demostrar tu inocencia!

—¿Y si no?

—¡Joder, Sebastián, deja de ser tan pesimista!

—A ti es a quien se te olvida dónde estamos y porqué motivos, Salvador, no entiendo por qué estás romantizándolo todo y siendo tan idealista. Lo primero que me dijiste cuando pusiste un pie aquí fue que en una guerra nunca había ganadores.

—Y lo sigo sosteniendo, pero también te dije que mi objetivo no era ganar esta guerra... y no he cambiado de opinión, hace mucho que esta guerra me dejó de importar.

—Pues no tenemos muchas opciones, perder... perder significa perdernos.

La puerta del taller se abrió y el maestro carpintero ingresó, a sus espaldas el resto de reclusos. Los jueves se habían convertido en los días favoritos de Salvador; el objetivo principal del reclusorio era la reinserción en sociedad de los reclusos, al menos en teoría, dar la imagen al mundo de que buscaban reformarlos era mejor que mostrar la realidad detrás de esas paredes. Los reclusos estaban de cierta manera obligados a elegir un oficio que desarrollar, y tanto Salvador como Sebastián eligieron la carpintería; en un principio ambos vieron el taller como una pérdida de tiempo, sin embargo, con el pasar de los días, la actividad se convirtió en uno más de sus refugios: pasaban la mayor parte del tiempo en silencio, con su atención puesta en la madera, pero sabiendo que tenían al otro al lado. Cuando estaban ahí lograban relajarse fuera de la celda y eso era un premio que los dos agradecían.

—Si no ganamos el juicio vas a escapar de aquí con nosotros —soltó de pronto Salvador en un susurro—. Soy un hombre de palabra, Sebastián, ya te lo he demostrado varias veces.

La declaración de Salvador tomó a Sebastián por sorpresa, se vio obligado a dejar de serruchar, la voz del maestro carpintero se escuchó a la distancia, instruía a otros reclusos. Salvador no dejó de lijar, siguió concentrado y sin inmutarse, como si lo que acababa de decir no tuviese tantas implicaciones.

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Trilogía Amor y Muerte lll: Los Hijos RedimidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora