Hornet observaba desde la entrada de una caverna, su figura recortada contra la tenue luz que se filtraba entre las estalagmitas. Nido Profundo era su hogar, el reino que gobernaba con firmeza. Conocía cada sombra, cada sonido y cada criatura que habitaba esas profundidades. Pero ahora, mientras miraba a Quirrel moverse con torpeza entre los estrechos senderos, no podía evitar sentir una mezcla de exasperación y resignación.
—Esto... —murmuró Quirrel, su voz resonando suavemente en la caverna—. Esto es un infierno. ¿Cómo puedes vivir aquí? Todo es resbaladizo, oscuro, y estoy seguro de que algo me está observando.
Hornet cruzó los brazos, su capa roja ondeando ligeramente mientras lo miraba bajar con cuidado una pendiente.
—Soy la reina de este lugar, Quirrel. Es mi hogar, y todo lo que ves me pertenece. Quizá deberías mostrar algo de respeto.
Quirrel se detuvo un momento, girándose hacia ella con un ademán exagerado.
—Oh, gran reina de Nido Profundo, mis disculpas. No quise insultar tu reino lleno de cosas que claramente quieren matarme.
—No tendrían que intentarlo mucho. Lo harías por ti mismo —respondió Hornet con un tono seco.
Quirrel resopló, ajustando su máscara y mirando con sospecha las paredes llenas de telarañas que parecían moverse con la brisa inexistente.
—No es mi culpa que este lugar esté diseñado para que cualquier ser vivo decente se pierda o se muera. Estoy casi seguro de que ese hongo que pisé hace un rato intentó morderme.
—La fauna aquí es letal porque debe serlo. Pero no lo suficiente para que tú sobrevivas si sigues comportándote como un idiota.
Quirrel resopló de nuevo y siguió caminando detrás de ella, con pasos vacilantes. En ese momento, una pequeña tejedora salió corriendo desde un hueco en la pared, cruzando el camino justo frente a él.
—¡Cuidado! —gritó Hornet, empujándolo con fuerza antes de que la criatura quedara aplastada bajo su pie.
Quirrel tropezó y cayó de espaldas, golpeándose ligeramente la máscara contra el suelo. La tejedora se escabulló rápidamente hacia un rincón seguro, sin siquiera mirar atrás.
—¡Por el reino! ¿Qué fue eso? —preguntó Quirrel, sentándose mientras frotaba la parte trasera de su cabeza.
—Una tejedora. Una cría, nada más. Si la hubieras pisado, créeme que hubiera dejado que te devoraran—dijo Hornet con exasperación, aunque en su rostro había una leve sonrisa sarcástica.
—Ah, claro, porque lo único que me falta es enfurecer a una tribu entera de arañas. Maravilloso. —Quirrel se levantó, sacudiéndose el polvo del cuerpo.
—Como gobernante de Nido Profundo, protegerlas también es mi responsabilidad. Si no sabes cómo moverte aquí, deberías haberte quedado encerrado en tu montaña de libros.
—Y perderme el encanto de tu compañía. Imposible —respondió Quirrel con una sonrisa apenas oculta en su tono.
—Procura no pisar nada más. No quiero tener que cargar contigo como si fueras otro insecto herido.
—Estoy empezando a pensar que disfrutas regañándome.
Hornet se giró, avanzando por el sendero con un movimiento fluido y elegante.
—Tal vez... no lo sé, solo ten cuidado.
Quirrel sonrió antes de seguirla, esta vez más cuidadoso. A lo lejos, los susurros de las tejedoras y los crujidos de la fauna se hacían eco en las sombras, recordándole que estaba en territorio ajeno.
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Penumbras del Vacío
FanfictionHallownest Aquel al qué llamaron el reino eterno Aquel que vio nacer y morir seres casi divinos Aquel que fue asolado por una plaga al que llamaron infección Aquel que vio la desdichada caída del Rey Pálido Aquel que vio el renacimiento acosta del...