Diez

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Para el día siguiente a su aventura, Taylor se encontraba más lucida y sin rastro alguno de esa resaca predicha por Mónica ¡Gracias al menjunje patentado de la abuela Sashara! Y una ducha fría desde luego.

Flotando cuan nube de algodón pasó por la puerta de su cuarto, cruzó el pasillo y entró al baño a quitarse todas las molestias corporales. Mejor verse como humana ante su familia, de ese modo soportaría un poquito más las posibles quejas.

Suerte que no pudieron darle muchas anoche.

A los minutos de dejar la casa empezó a dormitar en los brazos de su hermano quien no habló nada como era de esperarse. Razonar con alguien achispado resultaba una pérdida de tiempo. Lo que les acompaño fue un tarareo suave por parte de ella y las casuales miradas de otros peatones, burlonas o extrañadas.

—...Buenos días, mundo ¿Qué hay de desayuno mami? —Desde la puerta de la cocina observo sonriente a su madre.

—Sesos de vaca y ensalada.

Taylor asintió en una muda aprobación, no le daba mucho asco a la comida por lo menos la mayor parte del tiempo. Aunque algo no cuadraba en ese menú.

—Creí que eso era el almuerzo.

—Lo es. Son casi las doce, niña remolona. —Decidio no escuchar la reprimenda tras esas frases.

—Oh... supongo que desayunare sola entonces.

De una alacena cercana obtiene un plato hondo, tarareando a un ritmo propio quiso pasar a la heladera pero la mirada lapidaria de su madre la detuvo. Problemas.

—Nada de desayuno azucarado. Toma una manzana. —Agarra una del frutero sobre la mesada— Come.

Agarró con cierto cuidado la fruta de vivido color verde, esas eran acidas. No es algo a lo que desee enfrentarse. Miró a su madre suplicante, quería su parte de cereal de colores y chocolatada. Hizo puchero pestañeando a fin de ganar algo de humedad en ellos. Solía funcionar en algunas caricaturas.

Las dagas chispeantes de esos ojos atravesaron su resolución. Tambaleó unos tres pasos hacia atrás. El dragón despertó.

—Come. La. Manzana.

—¡Si, capitán, mi capitán!

Dio un gran mordisco y frunció la cara al gusto contra su lengua. Tan acida y jugosa pero acida más que nada. Mastica pequeña, mastica bien y traga. Una casi imperceptible mueca antes de volver a repetir la operación. Al menos una manzana roja estaría bien.

—¿A dónde fuiste ayer?

Dudo entre quitar los dientes y responder o morder, masticar para luego responder. De hablar con la boca llena su castigo sería terrible. Con disimulo separó sus dientes, mejor retrasar esa tortura.

—...Al centro. Caminé por dos shoppings y comí un helado de chocolate con banana. Había una película pero ya estaba atrasada para entrar. Luego caminé y caminé sin rumbo. Compré un poco de hilo que me hacia falta...

—¿Y cómo terminaste en casa de completos extraños? Dice Elian que te dieron de cenar y con gaseosa encima.

Lo último fue dicho con tal repulsión que Tay no sabía el modo adecuado a dar una retórica. Sobre la gaseosa al menos no.

—No lo son... Marcus ira a mi escuela este año y tiene 16 años, podría ser mi compañero —La madre dio un profundo suspiro— Lo que pasó es que me quede sin... dinero y no lleve el celular... estaba en un parquecito... el me encontró y llevo a su casa. Me dieron dulces, cena y gaseosa. Fin.

Apretó la manzana contra su boca para no decir más, a ver si metía la pata con alguna estupidez. Su madre volvió a suspirar antes de volver a la tarea de picar las verduras con ira renovada. Tay sintió pena por las pequeñas.

Terminó rápido la manzana antes de que se quedara arrugada de fruncir la cara. Eso le haría obtener otro reto o castigo. Pensó en los nervios de su madre.

No entendía el afán sobre la gaseosa, era un líquido negro que sabía a aire dulce, tampoco era el fin del mundo. En la televisión vio muchas otras peores como las armas, cuchillos, espadas, mordidas, tirar cosas, drogas, una multitud, animales despavoridos, etc.

—Aún falta para el almuerzo por lo que te sugiero que subas a recoger tu ropa sucia, hoy es tu turno.

—¿Eh?

—Ve por tu ropa sucia... luego separa las que haya en el lavadero. Ahora.

Tono frio a las 12 en punto.

—¡Si, capitán, mi capitán!

Tiró el corazón de la manzana en el tacho de basura, se lavó como pudo las manos y corrió para la escalera. Si lo hacía rápido tendría tiempo para empezar a leer los libros.

—Sera... ¡Ordena esto! —Un chillido se escuchó antes de los pasos pesados— ¡Y no corras por la casa!

—¡Bien!

Vaya forma de iniciar su día.

Por una vida mas dulceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora