Veinte

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Se sentía lista para demostrar su valía en ese uniforme extrañamente practico. Una suerte que el sol este bajando o tendría serios problemas con el azul de la remera de gimnasia o las calzas grises. Sonrió con valor a la primera clase de educación física luego de varias horas encerrada en la escuela. No era muy proclive al desafío físico, otra cosa con que difería de su madre. Observó a sus compañeras.

Alrededor las chicas llevaban variantes del pantalón reglamentario, quizás pantalones holgados u otros más cortos, pocas con una calza hasta el tobillo medianamente apretada extrañándole. A lo lejos, en otra cancha, vio el grupo de los chicos y entre ellos a Marcus quien estiraba los brazos atrás de la nuca. Le saludó con saltitos pero él ni caso.

Otro cambio con su escuela anterior era que educación física se realizaba luego de las clases en un horario casi apartado. Uno llevaba su uniforme esos días en un bolso aparte para cambiarse siendo equipaje extra. Luego podías optar el irte con lo puesto o cambiarte. Ella prefería irse con lo puesto en contra de ensuciar su lindo uniforme por muchas duchas construidas en un edificio pequeño.

Ante ellas se presentó una mujer bajita pero con el cuerpo firme de una buena vida saludable. Era la única encargada del grupo con las alumnas pertenecientes al año. Otra sorpresa pues antes le separaban en grupos de deportes.

En la otra cancha empezaron a trotar, el profesor era mucho mayor pero aún conservaba la figura.

Unos minutos después, tras estirar bien, estuvo ella trotando lo cual detesto. Las chicas a su alrededor parecían pensar lo mismo. Una lástima que Carmen no estuviera ahí por ser de un curso superior.

Sonrió en compañerismo con su compañera de grupo Teresa, esta le respondió igual antes de iniciar la segunda vuelta. Solo serían tres alrededor de la cancha con piso de cemento, rodeado del exterior y con dos postes. Las instalaciones del instituto Telakis no eran enormes pero si bastas por su largo recorrido histórico.

—Vamos, chicas. Aún tenemos mucho que hacer. —Varios gruñidos y quejidos fueron toda respuesta del grupo.

En su lado de la cancha, Marcus no entendía lo irritante de hacer ejercicio. Desde niño él se entregó a esa forma de sacar toda su energía, siempre fue un chico hiperactivo, agradeciéndolo. Meterse en futbol fue un acierto con sus reflejos rápidos. Muchos se preguntarían de donde sacaba energía para ir a educación física y el club deportivo barrial, incluso darse por pequeños partidos callejeros con otros chicos. Él no lo sabía.

El rostro de Taylor ya reflejaba manchas rojas del cansancio y su peinado se iba desordenando. Una rara imagen comparada al día en que se pelearon en el patio de su casa. Bueno, no fue una pelea con toda la pasta pero estuvo cerca. Marcus se impresiono esa vez de sus habilidades. Esta vez se sentía bastante estafado.

—¡Deja de mirar a tu novia, Marcus! —Se burló uno de sus compañeros al pillarlo espiando la otra cancha.

Levantó la mano al profesor cuando pasó enfrente. —Pido permiso para darle un pelotazo a Ford.

—Denegado, Venadetto. ¡Cambio!

Pasaron a salto lateral por el perímetro de la cancha. En la cancha aparte las chicas tomaban un pequeño descanso antes de empezar los ejercicios de fuerza.

Taylor pensaba que era más fácil dejarse llevar por el instinto que la razón. Recordó la vez donde la pelota resbaló de su pie terminando en un sonoro golpe en la nuca de Marcos. Este, ofendido, le devolvió la pelota en un fuerte lanzamiento que ella repelió. Luego se dejaron llevar por la emoción de ver quien golpeaba más fuerte al otro con la pelota hasta que pasaron a las manos.

Y entonces apareció Monica sacando fotos de su vergonzosa situación. Respiró profundamente. Inadmisible. Una suerte que su hermano no se enterase o había pasado la información a mamá y ella le habría cantado sus cuarenta.

* * *

—Desfallezco, me consumo.

Sentía demasiado tensos los músculos de todo el ejercicio hecho en las horas anteriores, se preocupó mucho en estirar pero simplemente no era suficiente. Se apoyó en el brazo de Marcus quien estaba sonrojado del esfuerzo pero más contento. Le dejo estar agradeciéndolo.

—Por Dios que eres quejica.

—Tú también lo serias si no fuera un espartano de cabo a rabo.

Ambos iban por la calle con los uniformes de educación física aun puestos. Ese día Elian aceptó darle espacio hasta el parque donde se conoció con el chico. De ahí iría en moto a casa. Siguió quejándose de sus dolores musculares.

—Si así te quejas ahora, no quiero saber mañana.

Por experiencia sabía que los calambres aumentaban.

—No me menciones mañana. Dioses. Deberé pedirle a mamá una cura patentada de la abuela Sashara para esto. No era tan difícil en la otra escuela.

—Seguro no hacían nada.

—Jah. Ahí te permitían agregarte a un grupo deportivo el cual si querías variabas cada año, cosa que no llegue a hacer, me metí en gimnasia artística y debo decirte que era casi tan exigente como esta profesora. Más me parece.

Era la primera vez que le escuchaba hablar de alguna experiencia escolar pasada, el chico sintió curiosidad por saber más.

—¿Iban a eventos?

Taylor tardó un momento por un bostezo casi descarado. Sonrió al interés de Marcus o melancolía de esos días.

—Algunos pocos, no éramos muchos para agregarnos a las planillas. Se necesita elasticidad y un equilibrio adecuado, cosas fáciles de conseguir con la practica pero requería tiempo. Y venia con una dieta estricta. La profesora era así.

Casi no se apoyaba en su brazo, abstraída por el tema de conversación, los faros se fueron prendiendo en la calle anunciando el próximo atardecer. A lo lejos vieron el parque donde algunos niños jugaban vigilados por un par de señoras.

No había rastros de Elian aun.

—Quiero ir a las hamacas. —Dijo mostrando un mohín de capricho.

—... No seas niña.

Ella agarró su mano y le obligó a ir para esa área. Tirando sus bolsos en un pequeño montón, Taylor se sentó en uno y empezó a balancearse. Lanzó un pequeño chillido de sorpresa al empuje de Marcus. Nadie antes lo había hecho.

Sonrió al aire que chocaba con su piel e intentó que su amigo la empuje más fuerte pero este se negó de forma vehemente. Mirando el cielo donde las estrellas aparecían tímidamente entre nubes coloreadas por el pronto atardecer, deseó poder estirar la mano y acariciarlas.

Era una hermosa vista... hasta que fue interrumpida por el sonido de la moto acercándose.


Por una vida mas dulceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora