Capitulo 3: El autobús noctambulo y la pelea en el lago

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Abby había llegado a Bringsthone volando por entre las nubes para no ser vista, y llegó treinta minutos después a su destino, se escondió entre los árboles de los jardines pensando en lo que diría Marian de estar alli "...Eres una imprudente, te podrían haber visto..." pero Marian no estaba allí, se había ido cuando la misma noche que recuperó a su madre, una punzada de celos la atravesaron mientras corría por el jardín a toda pastilla. Le hubiera gustado muchisimo vivir con sus padres, pero ahora no podía pensar en ellos, aunque le doliese; tenía que llegar al comedor a toda pastilla y limpiarlo aun mas rápido antes de que...

-¡Potter!

Abby frenó en seco, casi había alcanzado la puerta principal.

-¿Qué esta haciendo aquí? ¡Debería estar limpiando!-la reprendió la directora mientras llegaba hasta ella.

-Esto... la estaba buscando-dijo con un tono de voz que le pareció inocente.

-¿A mi?

-Si, es que verá...-pensó una milesima de segundo el porque estaba buscando a la directora mientras debía estar cumpliendo una castigo-me preguntaba si podría firmarme una autorización para Hogwarts, para poder visitar...

-Esa autorización solo la puede firmar un familiar-la interrumpió la directora con pesar-lo siento.

-Pues como no me la firme Harry...

-Estoy segura de que sus tíos se la podrán firmar, pero ahora quiero que deje el comedor limpio como una patena ¿Queda claro?

-¡Señora, si señora!-y se largó de allí después de dedicar un saludo militar, no se molestó en desmentirla en cuanto a sus tíos.

En el comedor, recuperó el aliento.

-Valla una manera de correr, creo que podría ganar una maraton-suspiró mientras se dejaba caer en una mesa limpia.

-¿Aun estas aquí? ¡habíamos quedado en mi habitación hace quince minutos! ¡Quince! ¡Levanta ahora mismo pedazo de gandula! He tenido que empezar sin ti a hacerme las uñas.

-Hola a ti tambien, Stella, pero me han quitado la varita y tengo mucho que limpiar, que lastima que no me puedas arrastrar a tu sesión de belleza...

-¡Que no dice!-Stella sacó su varita-¡fregotego totalum! Ya esta, vámonos, tienes que contarme muchísimas cosas.


Después de alejarse varias calles, se dejó caer sobre un muro bajo de la calle Magnolia, jadeando a causa del esfuerzo. Se quedó sentado, inmóvil, todavía furioso, escuchando los lati­dos acelerados del corazón. Pero después de estar diez minu­tos solo en la oscura calle, le sobrecogió una nueva emoción: el pánico. De cualquier manera que lo mirara, nunca se había encontrado en peor apuro. Estaba abandonado a su suerte y totalmente solo en el sombrío mundo muggle, sin ningún lu­gar al que ir. Y lo peor de todo era que acababa de utilizar la magia de forma seria, lo que implicaba, con toda seguridad, que sería expulsado de Hogwarts. Había infringido tan gra­vemente el Decreto para la moderada limitación de la bruje­ría en menores de edad que estaba sorprendido de que los representantes del Ministerio de Magia no se hubieran pre­sentado ya para llevárselo.

Le dio un escalofrío. Miró a ambos lados de la calle Mag­nolia. ¿Qué le sucedería? ¿Lo detendrían o lo expulsarían del mundo mágico? Pensó en Abby, Ron, y Hermione, y aún se entriste­ció más. Harry estaba seguro de que, delincuente o no, Ron, Abby y Hermione querrían ayudarlo, pero dos estaban en el ex­tranjero, y una a varios kilómetros de distancia, y como Hedwig se había ido, no tenía forma de co­municarse con ellos.

Tampoco tenía dinero muggle. Le quedaba algo de oro mágico en el monedero, en el fondo del baúl, pero el resto de la fortuna que le habían dejado sus padres estaba en una cáma­ra acorazada del banco mágico Gringotts, en Londres. Nunca podría llevar el baúl a rastras hasta Londres. A menos que...

La hermana de Harry Potter y el prisionero de AzkabanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora