Capitulo 5: La llegada de los Weasley y Hermione

904 48 8
                                    

Al pasar los días, Harry y Abby empezaron a buscar con más ahínco a Ron y a Hermione. Por aquellos días llegaban al callejón Diagon muchos alumnos de Hogwarts, ya que faltaba poco para el comienzo del curso. Harry y Abby se encontraron a Seamus Finnigan y a Dean Thomas, compañeros de Gryffindor; en la tienda Artículos de Calidad para el Juego del Quidditch, donde también ellos se comían con los ojos la Saeta de Fue­go; se tropezó también, en la puerta de Flourish y Blotts, con el verdadero Neville Longbottom, un muchacho despistado de cara redonda. Abby y Harry no se detuvieron para charlar; Neville pa­recía haber perdido la lista de los libros, y su abuela, que te­nía un aspecto temible, le estaba riñendo. Harry deseó que ella nunca se enterara de que él se había hecho pasar por su nieto cuando intentaba escapar del Ministerio de Magia.

Harry despertó el último día de vacaciones pensando en que vería a Ron y a Hermione al día siguiente, en el expreso de Hogwarts. Se levantó, se vistió, dio golpes en la habitación de su hermana, sabía que no sería facil despertarla, si daba la casualidad de que se había pasado la noche hablando con la caja musical de sus padres, al ver que no se despertaba, fue a contemplar por últi­ma vez la Saeta de Fuego, y se estaba preguntando dónde co­mería cuando alguien gritó su nombre. Se volvió.

—¡Harry! ¡HARRY!

Allí estaban los dos, sentados en la terraza de la helade­ría Florean Fortescue. Ron, más pecoso que nunca; Hermione, muy morena; y los dos le llamaban la atención con la mano.

—¡Por fin! —dijo Ron, sonriendo a Harry de oreja a oreja cuando éste se sentó—. Hemos estado en el Caldero Chorrean­te, pero nos dijeron que habías salido, y luego hemos ido a Flou­rish y Blotts, y al establecimiento de la señora Malkin, y...

—Compré la semana pasada todo el material escolar. ¿Y cómo os enterasteis de que me alojo en el Caldero Cho­rreante?

—Mi padre —contestó Ron escuetamente.

Seguro que el señor Weasley, que trabajaba en el Minis­terio de Magia, había oído toda la historia de lo que le había ocurrido a tía Marge.

—¿Es verdad que inflaste a tu tía, Harry? —preguntó Hermione muy seria.

—Fue sin querer —respondió Harry, mientras Ron se partía de risa—. Perdí el control.

—No tiene ninguna gracia, Ron —dijo Hermione con se­veridad—. Verdaderamente, me sorprende que no te hayan expulsado.

—A mí también —admitió Harry—. No sólo expulsado: lo que más temía era ser arrestado. —Miró a Ron—: ¿No sa­brá tu padre por qué me ha perdonado Fudge el castigo?

—Probablemente, porque eres tú. ¿No puede ser ése el motivo? —Encogió los hombros, sin dejar de reírse—. El fa­moso Harry Potter. No me gustaría enterarme de lo que me haría a mí el Ministerio si se me ocurriera inflar a mi tía. Pero primero me tendrían que desenterrar; porque mi ma­dre me habría matado. De cualquier manera, tú mismo le puedes preguntar a mi padre esta tarde. ¡Esta noche nos alo­jamos también en el Caldero Chorreante! Mañana podrás venir con nosotros a King's Cross. ¡Ah, y Hermione también se aleja allí!

La muchacha asintió con la cabeza, sonriendo.

—Mis padres me han traído esta mañana, con todas mis cosas del colegio.

—¡Estupendo! —dijo Harry, muy contento—. ¿Habéis comprado ya todos los libros y el material para el próximo curso?

—Mira esto —dijo Ron, sacando de una mochila una caja delgada y alargada, y abriéndola—: una varita mágica nueva. Treinta y cinco centímetros, madera de sauce, con un pelo de cola de unicornio. Y tenemos todos los libros. —Seña­ló una mochila grande que había debajo de su silla—. ¿Y qué te parecen los libros monstruosos? El librero casi se echó a llorar cuando le dijimos que queríamos dos.

La hermana de Harry Potter y el prisionero de AzkabanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora