Capitulo 10: La huida de la Señora Gorda

703 39 0
                                    

En muy poco tiempo, la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras se convirtió en la favorita de la mayoría. Sólo Draco Malfoy y su banda de Slytherin criticaban al profesor Lupin:

—Mira cómo lleva la túnica —solía decir Malfoy murmu­rando alto cuando pasaba el profesor—. Viste como nuestro antiguo elfo doméstico.

A lo que Abby solía sacar una mano incendiada, pero Hermione la hacía esconderla, aunque a nadie más le interesaba que la túnica del profe­sor Lupin estuviera remendada y raída. Sus siguientes cla­ses fueron tan interesantes como la primera. Después de los boggarts estudiaron a los gorros rojos, unas criaturas peque­ñas y desagradables, parecidas a los duendes, que se escon­dían en cualquier sitio en el que hubiera habido derrama­miento de sangre, en las mazmorras de los castillos, en los agujeros de las bombas de los campos de batalla, para dar una paliza a los que se extraviaban. De los gorros rojos pasa­ron a los kappas, unos repugnantes moradores del agua que parecían monos con escamas y con dedos palmeados, y que disfrutaban estrangulando a los que ignorantes que cruza­ban sus estanques.

Harry y Abby habrían querido que sus otras clases fueran igual de entretenidas. La peor de todas era Pociones. Snape esta­ba aquellos días especialmente propenso a la revancha y to­dos sabían por qué. La historia del boggart que había adoptado la forma de Snape y el modo en que lo había de­jado Neville, con el atuendo de su abuela, se había exten­dido por todo el colegio. Snape no lo encontraba divertido. A la primera mención del profesor Lupin, aparecía en sus ojos una expresión amenazadora. A Neville lo acosaba más que nunca.

Harry y Abby también aborrecían las horas que pasaban en la agobiante sala de la torre norte de la profesora Trelawney, descifrando símbolos y formas confusas, procurando olvidar que los ojos de la profesora Trelawney se llenaban de lágri­mas cada vez que lo miraba. No le podía gustar la profesora Trelawney, por más que unos cuantos de la clase la trataran con un respeto que rayaba en la reverencia. Parvati Patil y Lavender Brown habían adoptado la costumbre de rondar la sala de la torre de la profesora Trelawney a la hora de la co­mida, y siempre regresaban con un aire de superioridad que resultaba enojoso, como si supieran cosas que los demás ig­noraban. Habían comenzado a hablarle a Harry en susurros, como si se encontrara en su lecho de muerte, a lo que Abby en seguida se enfadada y comenzaba a hablar a gritos solo por fastidiar.

A nadie le gustaba realmente la asignatura sobre Cui­dado de Criaturas Mágicas, que después de la primera clase tan movida se había convertido en algo extremadamente aburrido. Hagrid había perdido la confianza. Ahora pasaban lección tras lección aprendiendo a cuidar a los gusarajos, que tenían que contarse entre las más aburridas criaturas del universo.

—¿Por qué alguien se preocuparía de cuidarlos? —pre­guntó Ron tras pasar otra hora embutiendo las viscosas gar­gantas de los gusarajos con lechuga cortada en tiras.

A comienzos de octubre, sin embargo, hubo otra cosa que mantuvo ocupado a Harry, algo tan divertido que compen­saba la insatisfacción de algunas clases. Se aproximaba la temporada de quidditch y Oliver Wood, capitán del equipo de Gryffindor; convocó una reunión un jueves por la tarde para discutir las tácticas de la nueva temporada.

Oliver Wood era un fornido muchacho de diecisiete años que cursaba su séptimo y último curso. Había cierto tono de desesperación en su voz mientras se dirigía a sus compañe­ros de equipo en los fríos vestuarios del campo de quidditch que se iba quedando a oscuras.

—Es nuestra última oportunidad..., mi última oportuni­dad... de ganar la copa de quidditch —les dijo, paseándose con paso firme delante de ellos—. Me marcharé al final de este curso, no volveré a tener otra oportunidad. Gryffindor no ha ganado ni una vez en los últimos siete años. De acuer­do, hemos tenido una suerte horrible: heridos..., cancelación del torneo el curso pasado... —Wood tragó saliva, como si el recuerdo aún le pusiera un nudo en la garganta—. Pero tam­bién sabemos que contamos con el mejor... equipo... de este... colegio —añadió, golpeándose la palma de una mano con el puño de la otra y con el conocido brillo frenético en los ojos—. Contamos con tres cazadoras estupendas. —Wood señaló a Alicia Spinnet, Angelina Johnson y Abby Potter—. Tenemos dos golpeadores invencibles.

La hermana de Harry Potter y el prisionero de AzkabanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora